Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, si deseas de veras ser bienaventurado. Con este propósito se purificará tu afecto, que malamente se inclina muchas veces a sí mismo y a las criaturas, porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces y te secas. Pues atribuye todo lo bueno principalmente a mí, que soy el que te doy todos los bienes. Así considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por eso todas las cosas se deben reducir a mí, como a su propio principio.
De mí, como de fuente viva, sacan agua viva el pequeño y el grande, el pobre y el rico; y los que me sirven de buena voluntad recibirán gracia por gracia. Mas el que se quiera gloriar fuera de mí, o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni se dilatará su corazón; sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras. Por eso no te apropies a ti cosa buena, ni atribuyas a hombre alguno la virtud; más refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre. Yo lo di todo, yo quiero todo recobrarlo; y con gran razón quiero se me den acciones de gracias.
Esta es la verdad con que se ahuyenta la vanagloria. Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entrare en el alma, no habrá envidia alguna, ni contradicción del corazón, ni le ocupará el amor propio. La caridad de Dios lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma. Si bien lo entiendes, en mí solo te has de gozar, en mí solo has de tener esperanza, porque ninguno es bueno, sino sólo Dios, el cual se ha de alabar sobre todas las cosas, y se ha de bendecir en todas ellas.
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