Otra vez hablaré, ahora, Señor, y no callaré; diré en los oídos de mi Dios, de mi Señor y de mi Rey que está en el cielo: ¡Oh Señor, cuán alta es la grandeza de tu dulzura, que reservaste para los que te temen! Pues ¿qué serás para los que te aman? ¿Qué serás para los que te sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman. En esto has mostrado singularmente la dulcedumbre de tu caridad, que cuando yo no era me criaste; y cuando andaba perdido lejos de ti, me tornaste a ti, para que te sirviese, y me mandaste que te amase.
¡Oh fuente perenne de amor! ¿qué diré de ti? ¿cómo podré olvidarme de ti, que te dignaste acordarte de mí, aún después que yo me perdí y perecí? Has usado con tu siervo, misericordia sobre toda esperanza, y sobre todo merecimiento le diste tu gracia y amistad. ¿Qué te daré yo por esta gracia? Porque no es dado a todos, que dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y abracen la vida retirada. ¿Es gran cosa que yo te sirva, a quien toda criatura debe servir? No me debe parecer mucho servirte; antes me parece cosa grande y maravillosa, que tú te dignes recibirme por siervo, a mí tan pobre e indigno, y unirme con tus amados siervos.
Señor, todas las cosas que tengo y con que te sirvo, tuyas son. Mas en verdad, más me sirves tú a mí, que yo a ti. El cielo y la tierra que criaste para el servicio del hombre, están prontos para obedecerte, y hacen cada día todo lo que le mandaste; y esto poco es, pues aún los ángeles ordenaste para servir al hombre. Mas a todas estas cosas excede, que tú mismo te dignaste de servir al hombre, y le prometiste darte a ti mismo.
¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio! Verdaderamente tú sólo eres digno de todo servicio, de toda honra y de alabanza eterna. Verdaderamente tú sólo eres mi Señor, y yo miserable siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte. Así lo quiero, así lo deseo, y lo que me falta ruégote que tú lo completes.
Grande honra y gran gloria es servirte, y despreciar todas las cosas por ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de toda voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio. Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal; y alcanzarán gran libertad de corazón los que entran por la senda estrecha por amor tuyo, y por él desechen todo cuidado mundano.
¡Oh agradable y muy alegre servidumbre del Altísimo, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado del ejercicio religioso, que hace al hombre igual a los ángeles, grato a Dios, terrible a los demonios y recomendable a todos los fieles! ¡Oh ejercicio digno de ser abrazado, y siempre apetecido, con el cual se merece el Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará para siempre!
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