Hijo, no puedes poseer la libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo. En prisiones están todos los propietarios y amadores de sí mismos, los codiciosos y curiosos, los vagamundos, que buscan continuamente las cosas delicadas y no las que son de Jesucristo; antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de permanecer, porque todo lo que no procede de Dios, perecerá. Imprime en tu alma esta breve y perfectísima sentencia: Déjalo todo y lo hallarás todo; deja la codicia y hallarás sosiego. Trata esto en tu pensamiento, y cuando lo cumplieres lo entenderás todo.
Señor, no es ésta obra de un día, ni juego de niños; antes en estas pocas palabras se encierra toda la perfección religiosa.
Hijo, no debes volver atrás, ni abatirte luego oyendo cuál es el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos aspirar a ellas con el deseo. ¡Ojalá así te sucediese y hubieses llegado a tanto, que no fueses amador de ti mismo y estuvieses dispuesto enteramente a obedecer mi voluntad y la del que te di por Prelado! Entonces me agradarías mucho, y pasarías tu vida en gozo y paz. Aún tienes muchas cosillas que debes dejar, que si no las renuncias enteramente por mí, no alcanzarás lo que pides. Yo te aconsejo que compres de mi oro afinado en fuego, para que seas rico, pues es la sabiduría celestial, que huella todo lo bajo. Desprecia la sabiduría terrena, el contento humano y el tuyo propio.
Yo te dije que debes comprar las cosas humanas más viles por preciosas y altas. Porque muy vil y pequeña y casi olvidada parece la verdadera sabiduría celestial, que no presume grandezas de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra, y la cual está sólo en los labios de muchos; mas en las obras andan muy apartados de ella, siendo ella una perla preciosa escondida a muchos.
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