Hijo, déjate a ti y me hallarás a mí. No quieras hacer elección ni te apropies cosa alguna, y siempre ganarás; porque negándote de verdad sin volverte a ti, se te dará mayor gracia.
Señor, ¿cuántas veces me negaré, y en qué cosas me dejaré?
Siempre y en cada hora, así en lo pequeño como en lo grande. Ninguna cosa exceptúo, pues en todo te quiero hallar desnudo; porque de otro modo ¿cómo podrás tú ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad propia interior y exteriormente? Cuanto más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás, y mucho más ganarás.
Algunos se renuncian, pero con alguna excepción del todo en Dios, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio le ofrecen todo, pero después, combatidos por la tentación, se vuelven a las cosas propias, y por eso no aprovechan en la virtud. Éstos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro, ni a la gracia de mi suave familiaridad si antes no se renuncian del todo, haciendo cada día sacrificio de sí mismos, sin el cual no están ni estarán en la unión con que se goza de mí.
Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate, y gozarás de una gran paz interior. Dalo todo por el todo, no busques nada, nada vuelvas a pedir, está pura y confiadamente en mí y me poseerás, estarás libre en el corazón y no te hollarán las tinieblas. Esfuérzate para esto, y esto desea, que puedas despojarte de todo propio amor y desnudo seguir al desnudo Jesús, morir a ti mismo, y vivir a mí eternamente. Entonces huirán todas las vanas ilusiones, las penosas inquietudes y los superfluos cuidados. También se ausentará entonces el demasiado temor y morirá el amor desordenado.
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