¡Qué importante es subir al monte para no olvidar lo que estamos llamados a vivir! Subir al monte nos ayuda a abrir los ojos, a descubrir los momentos de gozo de nuestra vida y nos permite ver con más claridad el ideal hacia el que caminamos y da sentido a nuestra vida.
Al monte podemos subir una y otra vez a llenar el corazón, aunque nuestro lugar permanente no es allí, sino en el valle. Pero allí, en lo alto, tomamos distancia desde la altura, miramos nuestras vidas con una nueva perspectiva y vemos lo que no está en orden, lo que se puede cambiar.
El monte es una estación de paso pero necesaria para seguir el camino. ¡Qué importante es poder hacer un alto en el camino subiendo al monte!
Hace unos días nos adentrábamos en el desierto al comenzar la Cuaresma. El domingo pasado subimos el monte para encontrarnos a solas con la luz de Dios y escuchar su voz.
En la cotidianidad del valle perdemos la visión correcta de las cosas y nos dejamos llevar por las preocupaciones de cada día. En el valle se nos taponan los oídos con los ruidos y la mirada no ve el ideal con claridad, ni su grandeza y dignidad. En ese ambiente no hay momentos para ver la luz de la gloria y atesorar la alegría de momentos de vida.
En el monte siempre está María, para hacernos ver lo que podemos llegar a ser, lo que aún nos falta por soñar, lo que Dios ha pensado para nosotros. La memoria es frágil y olvida lo vivido cuando no se detiene ni se aventura en el monte.
Todos tenemos experiencias de luz, de encuentros con Dios, en los que no queríamos irnos de su lado, en los que soñamos con ese hombre pleno que deseábamos ser. Momentos en los que comprendemos que Jesús necesita nuestra cercanía, nos quiere a su lado. Quiere que aprendamos a vivir y que estemos siempre junto a Él.
Al pensar en esa
necesidad que Jesús tiene de nuestra amistad pensaba en un padre ya mayor que cada día cuando le visita su hijo le dice: «
Lo único que quiero es que estés aquí, a mi lado. Eso me hace muy feliz. Sé que soy aburrido. Pero tu visita me alegra mucho. ¿Cuándo vuelves?».
Así es Jesús. Como con los discípulos. Quiere que estemos con Él.
Le consuela nuestra presencia. Le alegra. Y nosotros muchas veces no estamos ahí, porque tenemos tantas cosas que hacer, porque estamos ocupados y preocupados con la vida. Él sólo necesita que estemos así, a su lado.
Pero es verdad que la vida trascurre en el valle y allí corremos el riesgo de mirar las cosas y acostumbrarnos a lo que vemos. La vida en el valle, con su rutina, puede hacernos perder la alegría de vivir y de soñar. Guerra, violencia, abusos, atentados.
Hace unos días recordábamos a las víctimas del atentado del once de marzo cuando se cumplen diez años. El temor a otro atentado vuelve al corazón del hombre. Pero el Señor nos pide que no tengamos miedo. Jesús nos lo repite. Hay una frase que dice: «
No dudes en la oscuridad lo que Dios te dijo en la luz».
La Iglesia es el lugar de la confianza, el lugar en el que podemos soñar, en el que podemos ser otra vez como niños y no olvidarnos nunca de la luz. Somos los hijos amados del Padre. En los momentos de dolor tenemos que aprender a sacar del alma toda la luz que tenemos guardada.
Hay mucha miseria e injusticia a nuestro alrededor y nosotros podemos confortarlos. No sabemos en qué circunstancias puede manifestarse la luz de Dios. Está en nuestras manos.
Podemos ser para otros ese monte en el que puedan descansar. Porque hoy muchos hombres sufren.
Jesús camina con nosotros, está en nosotros, nos da su paz. Jesús viene a nuestra vida aunque no comprendamos y lo llena todo de alegría. Pero nos cuesta comprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario