Señor, necesaria me es mayor gracia, si tengo de llegar adonde nadie ni ninguna criatura me pueda impedir; porque mientras alguna cosa me detiene, no puedo volar a ti libremente. Aquél que deseaba volar libremente decía: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la intención pura? ¿Y qué cosa hay más libre que quien no desea nada en el mundo? Por eso conviene levantarse sobre todo lo criado, desprenderse totalmente de sí mismo y en lo más alto del entendimiento, ver que tú, Creador de todo, no tienes semejanza alguna con la criatura; y el que no se desocupare de todo lo creado, no podrá dedicarse libremente a las cosas divinas; por esto se hallan pocos contemplativos, porque son pocos los que saben desasirse del todo de las criaturas y de todo lo perecedero.
Para esto es menester gran gracia, que levante el alma, elevándola sobre sí misma; pero si no fuere el hombre levantado en espíritu, y libre de todo lo creado y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Por mucho tiempo se quedará pequeño, y no se levantará de lo terreno el que estima alguna cosa por grande, fuera del solo, el único, inmenso y eterno Bien. Y lo que no es Dios, nada es, y por nada se debe contar. Por cierto gran diferencia hay entre la sabiduría del varón iluminado y devoto y la ciencia del literato estudioso. Mucho más noble es la doctrina que mana de arriba de la influencia divina, que la que se alcanza con trabajo por el ingenio humano.
Muchos se hallarán que desean la contemplación; mas no estudian en ejercitarse en los medios que para ella se requieren. Hay también otro grandísimo impedimento, y es que están muy fijos los hombres en las señales y cosas sensibles, y tienen muy poco cuidado de la perfecta mortificación. No sé qué es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que somos llamados espirituales, que tanto trabajo y cuidado ponemos por las cosas transitorias y viles, y rara vez nos recogemos del todo a considerar nuestro interior.
¡Ah dolor!, que al momento que nos hemos recogido un poquito, nos salimos afuera, y no pensamos en nuestras obras con detenido examen. No miramos adonde se fijan nuestras afecciones, ni lloramos cuán impuras son todas nuestras cosas. Toda carne había corrompido sus caminos y por eso se siguió el gran diluvio; porque como nuestro afecto interior esté corrompido, es necesario que la obra que sigue, que es señal de la privación de la fuerza interior, también se corrompa. Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.
Miramos; cuanto hace cada uno, mas no pensamos de cuánta virtud procede. Con gran diligencia se inquiere si alguno es valiente, rico, hermoso, dispuesto o buen escritor, buen cantor, buen oficial; pero cuán pobre sea uno de espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido, pocos lo dicen. La naturaleza mira el exterior del hombre; mas la gracia se ocupa en lo interior: aquélla muchas veces se engaña; ésta pone su esperanza en Dios para no ser engañada.
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