¡Oh mi Dios y todas las cosas! ¿Qué quiero más, y qué mayor bienaventuranza puedo desear? ¡Oh sabrosa y dulcísima palabra para el que ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está! ¡Dios mío, y todas las cosas! Al que entiende, basta lo dicho; y repetirlo muchas veces es gran alegría para el que ama; porque estando tú presente todo es alegría, y estando tú ausente todo es enojoso. Tú das la tranquilidad al corazón, y das gran paz y mucha alegría. Tú haces sentir bien de todo, y que se te alabe en todas las cosas. No puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin ti; y si ha de agradar y gustar de veras, conviene que tu gracia la asista y tu sabiduría la sazone.
A quien eres sabroso ¿qué no le sabrá bien? Y quien de ti no gusta ¿qué le podrá agradar? Mas, ¡ay!, que los sabios del mundo y los carnales desfallecen en tu sabiduría; porque en los unos se halla mucha vanidad, y en los otros la muerte. Mas los que te siguen con desprecio del mundo y mortificando su carne, éstos son los sabios verdaderos, porque pasan de la vanidad a la verdad y de la carne al espíritu. A estos tales es Dios sabroso, y cuanto bueno hallan en las criaturas, todo lo refieren a honra y gloria de su Creador. Pues diferente es y muy diferente el sabor del Creador y el de la criatura, el de la eternidad y el del tiempo, el de la luz increada y el de la luz iluminada.
¡Oh luz perpetua, que excedes a toda luz creada! Envía desde lo alto tal resplandor, que penetre todo lo íntimo de mi corazón; purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu con todas sus potencias, para que se una contigo con júbilo de mi alma. ¡Oh cuándo vendrá esta bendita y deseada hora, para que tú me sacies con tu presencia, y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que esto no se me concediere no tendré cumplido gozo. Mas, ¡oh dolor! que vive aún el hombre viejo en mí, y no está del todo crucificado, ni está del todo muerto; aún codicia fuertemente contra el espíritu; mueve guerras interiores, y no consiente esté en quietud el reino del alma.
Mas tú que dominas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras, quebrántalas con tu virtud. Ruégote que muestres tus maravillas y que sea glorificada tu diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a ti, Señor Dios mío.
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