¿Qué es la tentación? La tentación es la acción de Satanás para llevarte al infierno. Y Satanás puede leerte como un libro y teclearte como un piano. No debes exagerar su poder, pero tampoco minusvalorarlo.
Algunas de sus acciones más sutiles tienen lugar en el campo de la observancia religiosa, donde puede camuflarse muy fácilmente usando la piel devota del cordero, pero, lobo como es en realidad, la distorsiona, por exceso o por defecto, destruyéndote con algo que es bueno.
Así que atentos a lo que algunos escritores espirituales llaman las “trampas para beatos”.
Pongamos algún ejemplo:
Puede desanimarte con la oración, diciendo: “Si rezara un poco más Dios te daría lo que buscas”. Pero el engaño es que aunque recemos un poco más, nunca rezaremos bastante. Aunque rezamos, por tanto, sólo los sentimos culpables e inadecuados.
Y así, visto que nunca habremos rezado “bastante”, la oración se convierte cada vez más en una tarea pesada; Dios se convierte en un tirano cruel que pide oraciones más largas y precisas, y la oración se convierte en un esfuerzo supersticioso del que controlamos de alguna forma el resultado con la duración y el tipo de oraciones.
Jesús nos dice que el Padre sabe lo que necesitamos y que no deberíamos pensar que se necesitan sólo muchas palabras y acciones piadosas. Podemos necesitar perseverar en la oración en el tiempo, pero Dios no es un tirano cruel que pide rituales infinitos.
Satanás puede tomar la espléndida práctica de rezar el rosario o de asistir a la Misa diaria u otras devociones e insinuar lentamente en nosotros un sentimiento de complacida superioridad, elitismo u orgullo.
Gradualmente, se empieza a pensar que los demás son menos devotos, incluso que están en el error, porque no hacen o no observan lo que en realidad es opcional y recomendado, pero no imprescindible. Lo que es bello y santo es así empleado para incitar un orgullo y un cinismo crecientes.
Una forma extrema de esto viene de aquellos que tomando la bellísima y poderosa devoción a Nuestra Señora de Fátima, permiten a Satanás que les haga rebelarse contra el papa y todos los obispos del mundo, afirmando que han fracasado al consagrar adecuadamente a Rusia.
Y así, una de nuestras apariciones más bellas e instructivas puede suscitar en algunas personas desconfianza hacia la Iglesia y desunión hacia ella, hacia los papas o incluso hacia sor Lucía. Es una acción sorprendentemente astuta del maligno tomar lo que es bueno y religioso y corromperlo en la mente de algunas personas.
Satanás puede también tomar los mandamientos y transformarlos en una especie de minimalismo religioso, un modo de tener a Dios a distancia.
Y así tienta a algunas almas con la noción de que la Misa dominical y unas pocas oraciones dichas de prisa son el fin de la religión, más que su comienzo. La observancia se convierte en una forma para “tachar” la lista y estar a buenas con Dios para toda la semana, más que una base sobre la que construir una relación de amor bella y cada vez más profunda con Él.
Estas prácticas mínimas se convierten en una forma de “control divino” para aquellos que caen en esta tentación; es como decir: “He hecho lo que tenía que hacer, ahora Dios y la Iglesia me dejen en paz. Dios ahora tiene que cuidarme pues he hecho lo que me pedía”.
Y así, las hermosas leyes de la Iglesia, las reglas que describen los deberes fundamentales o la base de una relación más profunda con Dios se convierten en una especie de “acuerdo de separación”, que insiste en horarios de visita muy rígidos y especifica quién obtiene cada cosa.
Satanás puede tomar el celo religioso y corromperlo en actitud rígida y no caritativa. Puede tomar el amor por la belleza de la liturgia, antigua o nueva, y transformarlo en una insistencia puntillosa en los ingredientes justos, a costa de la caridad y a costo de ridiculez, falsa superioridad y división.
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