Queridos hermanos:
Comenzamos el tiempo de Adviento, los textos de este domingo nos invitan a esperar, es verdad que la palabra Adviento en nuestra época no significa casi nada, e incluso cuando se piensa en la espera se piensa en algo pasivo. Un año más llega la Navidad, las compras, los adornos, los anuncios, la lotería, la reunión de la familia, el poner el Belén… pero el Adviento no es un tiempo pasivo, es tiempo de nacer, de proyectar, es algo dinámico.
Isaías nos describe la gran paradoja de nuestra vida por un lado reconocemos que el Señor es “Redentor”, porque “jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él” y por otro “todos éramos impuros, todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento”. Es la doblez que tenemos dentro, por eso el Adviento es un tiempo de desafío: o nos estancamos en la espera de lo que hacemos todos los años, o nos decidimos a realizar el proyecto de la Navidad que no es otra cosa que nazca el Hombre. Pero vivimos en un tiempo de desconcierto y más en concreto en estos días en que el consumismo, la apariencia de ser felices, las comidas abundantes, los regalos…, no nos dejan ver lo que celebramos. Si no salimos de nosotros mismos y buscamos la trascendencia no podemos vivir el Adviento, el que lo tiene todo no espera nada. Continúa Isaías: “Y sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros la arcilla, y tú, el alfarero: somos todos obra de tu mano”. De ahí que en este primer domingo de Adviento debamos tomar en las manos nuestra propia arcilla, la arcilla de nuestra vida, y preguntarnos sincera y seriamente: ¿Qué haré con esta arcilla (un Belén)? ¿Qué espero? ¿Qué hombre quiero moldear?
San Pablo nos dice: “Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo”. Por lo tanto, este tiempo litúrgico no es sólo para recordar el nacimiento histórico de Jesús, sino que es trabajar en nuestro propio nacimiento como hombres nuevos. Nuevos porque queremos “participar de la vida del Hijo” y surgimos de nuestra propia arcilla, labrada con nuestras manos. Nuevos tal como le recordó Jesús a Nicodemo: “es preciso nacer de nuevo”, no por volver al vientre de tu madre, sino por el parto de uno mismo con la fuerza del Espíritu. Nacer al Hombre, es el reto.
Para ello el Evangelio de este domingo, nos invita a salir de nuestra modorra y somnolencia, nos dice: “¡Velad!”. Se nos ha encomendado la tarea de seguir creciendo con la mano bien metida en nuestra arcilla, para ser nosotros mismos y configurarnos cada vez más con el Niño que nace cada día en nosotros, por eso cada momento es Adviento. Mantengámonos vigilantes, nos ha dicho Jesús. En el hogar, en el trabajo, en la calle, en el colegio, en el alboroto de estos días hay un lugar para proponer esto, para estar atentos a lo que supone la encarnación del Dios que se hace hombre para hacernos HOMBRES NUEVOS.
Comienza este domingo el Año de la Vida Consagrada, los religiosos y religiosas, deben ser los vigías, los que velan, otean el horizonte, para indicarnos el camino que lleva a ese nacimiento. La pobreza, castidad y obediencia, nos recuerdan los tiempos futuros: “no sabemos cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer”. “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”. Demos pasos decididos todos, para que en este tiempo vaya creciendo en el mundo la esperanza que pregona el Adviento.
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