8 de septiembre de 1985
Vi a nuestra Madre celestial en el 2000 aniversario de su nacimiento mientras yo rogaba con Ella para salvar al mundo de una catástrofe nuclear. Se veía hermosa, majestuosa y al mismo tiempo muy afable. Hablaba dulcemente y con amor, mientras sostenía en su mano una estrella que representaba el mundo; me dijo:
–No teman, recibí esta estrella de parte del Padre celestial en el día de mi cumpleaños.
Necesidad de los Grupos de Oración
En el otoño de 1985 tuve una visión sobre el futuro de Hungría. Reconocí la figura de la Santísima Virgen que llena de gloria y esplendor los irradiaba sobre el país. Le pregunté:
–Dulce Virgen Madre, ¿qué estás haciendo en esta tierra?
–Esta tierra es mi herencia, vine a tomar posesión de lo que es mío.
Entonces Ella se dirigió a todo el país:
–Mi pequeño y querido pueblo, ustedes son amados por mi Corazón. Son mi pequeño rebaño. ¡Recen y hagan reparación pues yo estoy con ustedes!
–Querida Madre, ¿somos tan santos? –me atreví a decirle.
–No, ustedes no van a ser salvados porque son santos, sino porque son míos.
La Virgen Madre me mostró luego cómo el espíritu de reparación estaba extendiéndose por toda Hungría. Vi al país como si fuera un desierto que había sido regado con bendiciones que de repente empezaban a brotar como plantas verdes. La Virgen me permitió saber que esos brotes podían crecer solamente en grupos, ayudándose y apoyándose unos a otros. Entendí que en este tiempo de la historia, que es tan hostil a la vida espiritual, las almas que crecen en Dios deberán permanecer juntas formando pequeños grupos de oración. Solamente así es como la vida puede en contra de la muerte. Pero también vi que muchos de estos brotes morían lentamente. La Santísima Virgen me explicó que eso era la consecuencia del pecado. Le pregunté:
– ¿Qué pecados te duelen más a ti y a Jesús?
–Los dos pecados más grandes son la blasfemia y la pereza para hacer el bien. También injurian a mi divino Hijo cuando reciben los sacramentos sin la debida preparación o cuando los sacerdotes los dan con negligencia.
La Virgen Madre aquí me hizo ver que la epidemia más grande que va extendiéndose en estos días por todo el mundo es la negación de la presencia real en la Sagrada Eucaristía. Esta falsa doctrina viene de algunos teólogos modernos que desorientan a la gente y que crean dudas en algunos sacerdotes cuando en la Misa hacen la consagración
–El otro pecado –siguió diciéndome la Santísima Virgen- es la pereza, la cual está ampliamente extendida entre ustedes. Esto significa no sólo la ausencia de fervor sino también la negligencia en el cumplimiento de sus obligaciones. La pereza es el principio de muchos pecados, tanto del cuerpo como del alma; es una enfermedad que sólo el amor de mi divino Hijo puede curar en ustedes. Una vez que el amor de Jesús se ha encendido, jamás podrá extinguirse.
Después de estas palabras, pude ver a Hungría en su futura gloria. Vi que la gente no blasfemaba y estaba llena de fervor. Le pregunté a la Santísima Virgen:
– ¿Cuándo se manifestará esto, ya que ahora estamos viviendo en el peligro de una guerra nuclear?
– ¡No tengan miedo! La paz, que es el regalo de mi Hijo para aquellos que creen en Él, no tardará mucho en venir. Vendrá a través de Mí y está muy cerca de ustedes. La paz que mi Hijo trajo al nacer y que el mundo todavía no tiene estará aquí antes que termine este siglo. Créanme, ¡solemnemente les digo que esta generación no pasará hasta que estas cosas sucedan!
Mensaje a las madres del mundo (1986)
La Santísima Virgen dijo:
–En el corazón de muchas madres arde el dolor. Se les oprime el corazón, por el estado espiritual de sus hijos, por su conducta inmoral, por el destino de su vida más allá de la muerte. Por amor hacia ellas, movida de compasión, alcancé con mis ruegos las cinco promesas. Que se consuelen, que ofrezcan con una entrega total todos los sucesos de su vida, porque el sacrificio ofrecido por los demás produce frutos de salvación para las almas. Además, no es posible aventajar el amor misericordioso de Dios.
¿Qué han hecho de mis mensajes de Lourdes y de Fátima?
La Santísima Virgen dijo:
–Mi Corazón maternal, hijos míos, tiene un profundo dolor. En los últimos siglos, especialmente en el presente, he dejado varias veces la felicidad que “ojo nunca vio y oído nunca oyó” del Reino de mi Padre, para hablarles sobre el arrepentimiento, la conversión del corazón, sobre la unidad de amor, la paz y el nuevo nacimiento que tanto anhela mi Santo Hijo.
–Durante el tiempo de mis apariciones se enfervorizaban las almas, traducían mis mensajes a casi todos los idiomas del mundo y los imprimían en millones de ejemplares. Llegaron a centenares de miles de almas, pero al fervor seguía siempre el enfriamiento, la irreligiosidad. ¿Dónde está ahora el entusiasmo que despertaron los mensajes de Lourdes y Fátima? En varios países llevaban de pueblo en pueblo mis estatuas... Después de unas pocas décadas, ¿qué se ha hecho de ese fervor?
Los hijos más queridos de la Virgen (1986)
La Santísima Virgen dijo:
–Den a conocer, hijos míos, las grandes gracias que aporta el ofrecer la vida por amor: a quienes sufren mucho en cuerpo y alma, a los enfermos incurables, a los que están impedidos de moverse, a los que yacen postrados en el lecho. Anúncienles que no sufren en vano. Divisa de oro es para toda la humanidad, y para ellos mismos, porque alcanza a tener en su alma y en su corazón, paz, fuerza y alivio, al pensar que por la aceptación paciente de sus sufrimientos, gran gozo y felicidad les espera en el cielo.
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