559.
En Efraím,
peregrinos de la Decápolis y misión secreta de Manahén.
22 de enero de 1947.
1La
noticia de que Jesús está en Efraím, quizás por jactancia de los
propios habitantes de la ciudad, quizás por otros motivos por mí
ignorados, debe haberse difundido porque ya son muchos los que vienen
a buscarle: la mayor parte, enfermos; alguna persona afligida por
algo o que tiene deseos de verle. Comprendo esto porque oigo a Judas
Iscariote decir a un grupo de peregrinos venidos de la Decápolis:
«El Maestro no está. Pero estamos yo y Juan y es lo mismo. Decid,
pues, qué deseáis y nosotros lo haremos».
«Pero jamás podréis enseñar
lo que Él enseña» objeta uno.
«¡Piensa que nosotros somos
otro Él! Recuerda esto siempre. Pero si quieres oír al Maestro en
persona vuelve antes del sábado y márchate después del sábado. El
Maestro ahora es un verdadero maestro. Ya no habla en todos los
caminos, en los bosques o encima de las peñas como un errante, y a
todas horas como un siervo. Habla aquí, el sábado, como le
corresponde. ¡Y hace bien! ¡Para lo que le ha servido agotarse de
fatigas y amor!».
«Pero nosotros no tenemos la
culpa de que los judíos...».
«¡Todos! ¡Todos! ¡Judíos y
no judíos! Todos habéis sido, y seréis, iguales; Él, todo a
vosotros; vosotros, nada a Él. Él, dar; vosotros, no dar: ni
siquiera el óbolo que se da al mendigo».
«Tenemos dádivas para Él.
Míralas, si no nos crees».
2Juan,
que ha estado todo este tiempo callado, pero con visible sufrimiento
y mirando a Judas con ojos de súplica y reproche (o, mejor: de
amonestación), ya no sabe contenerse, y, mientras Judas alarga la
mano para tomar las dádivas, él le para poniéndole una mano en el
brazo, y le dice: «No, Judas, esto no. Tú sabes cuál es la orden
del Maestro» y se dirige a los peregrinos; dice: «Judas se ha
explicado mal y vosotros habéis comprendido mal. No es eso lo que
quería decir mi compañero. Lo que nosotros - yo, mis compañeros,
vosotros, todos debemos dar por lo mucho que el Maestro nos da
es sólo una ofrenda de sincera fe, de amor fiel. Cuando
peregrinábamos por Palestina, Él aceptaba vuestras dádivas porque
eran necesarias para nuestro camino y porque encontrábamos a muchos
mendigos en él, o veníamos a enterarnos de situaciones ocultas de
miseria. Ahora, aquí, no tenemos necesidad de nada alabada
sea por ello la Providencia , y tampoco encontramos mendigos.
Quedaos con vuestras dádivas y dádselas en nombre de Jesús a
personas desdichadas. Éstos son los deseos del Señor y Maestro
nuestro, y las órdenes que ha dado a nuestros compañeros que van
evangelizando por las distintas ciudades. Y, si tenéis enfermos
entre vosotros, o a alguno que tenga verdadera necesidad de hablar
con el Maestro, pues decidlo, que yo voy y le busco donde se aisla en
oración porque su espíritu tiene grandes deseos de recogerse en el
Señor».
Judas murmulla entre dientes
algo, pero no se opone abiertamente. Se sienta junto a la lumbre como
desinteresándose de la cosa.
«Verdaderamente... no tenemos
grandes necesidades. Pero hemos sabido que estaba aquí y hemos
cruzado el río para venir a verle. De todas formas, si hemos hecho
mal...».
«No, hermanos. No es ningún
mal amarle y buscarle, incluso no sin incomodidades y esfuerzo. Y
vuestra buena voluntad recibirá recompensa. Voy a decirle al Señor
que habéis venido. Él seguro que viene. Pero, aun en el caso de que
no viniera, yo os traería su bendición». Y Juan sale al huerto
para ir a buscar al Maestro.
«¡Deja! Voy yo» dice Judas
imperiosamente, y se levanta y sale afuera raudo. Juan le ve
marcharse, pero no objeta nada.
Entra de nuevo en la cocina,
donde están, bastante estrechos, los peregrinos. Pero casi
inmediatamente les propone: «¿Qué os parece si vamos al encuentro
del Maestro?».
«Y si Él no quisiera...».
«¡No deis a
un malentendido más importancia de la que tiene, os lo ruego!
3Vosotros
sabéis cuáles son las razones de nuestra presencia aquí. Son los
demás los que obligan al Maestro a estas medidas de discreción.
Ciertamente, no es la voluntad de su corazón, que siempre guarda los
mismos sentimientos de afecto para todos vosotros».
«Lo sabemos. Los primeros días
que siguieron a la lectura del decreto se dieron a buscarle
afanosamente en la Transjordania y en los lugares donde pensaban que
pudiera estar. En Betabara, Betania, Pel.la, Ramot Galaad, a incluso
más allá. Y sabemos que lo mismo hicieron en Judea y Galilea. Las
casas de sus amigos han estado muy vigiladas, porque... si bien es
cierto que son muchos sus amigos y discípulos, muchos son también
los que no son amigos y creen servir al Altísimo persiguiendo al
Maestro. Luego, en seguida, la búsqueda ha cesado, y ha corrido la
voz de que estaba aquí».
«¿Pero vosotros por quién lo
habéis sabido?».
«A través de discípulos
suyos».
«¿Mis compañeros? ¿Dónde?»
.
«No. Ninguno de ellos. Otros.
Nuevos, porque no los hemos visto nunca ni con el Maestro ni con
discípulos antiguos. Es más, nos extrañó el que Él hubiera
mandado a unos desconocidos con el encargo de decir dónde estaba;
pero también pensamos después que quizás lo hubiera hecho porque
los judíos no conocían a los nuevos como discípulos».
«Yo no sé lo que os dirá el
Maestro, pero por mi parte os digo que de ahora en adelante no debéis
fiaros sino de los discípulos conocidos. Sed prudentes. Todos los
habitantes de esta nación saben lo que le sucedió al Bautista...».
«¿Crees que...?».
«Si Juan, odiado sólo por
una*, fue capturado y muerto, ¿qué no le sucederá a Jesús, a
quien odian por igual el Palacio y el Templo, fariseos, escribas,
sacerdotes y herodianos? Así que estad muy atentos para no tener
luego remordimientos... Pero, ahí viene. Vamos a su encuentro».
4Es
plenamente de noche. Una noche sin Luna, aunque clara de estrellas.
No podría decir la hora que es, pues no veo la posición de la Luna
ni su fase. Veo sólo que es una noche serena. Todo Efraím ha
desaparecido bajo el velo negro de la noche. El torrente también, y
ahora no es sino una voz; sus espumas y reflejos han quedado
totalmente anulados bajo la bóveda verde de los árboles de las
orillas, que son obstáculo incluso para esa luz no luz que viene de
las estrellas.
Un pájaro nocturno se lamenta
en algún lugar. Luego se calla a causa de un rumor de ramajes y
crujir de cañas, un rumor proveniente de la parte de la montaña y
que se va acercando a la casa siguiendo el torrente. Luego una forma
alta y robusta surge de la orilla por el sendero que sube hacia la
casa. Se detiene un poco como para orientarse. Pasa al ras de la
pared, tanteándola con las manos; encuentra la puerta. La roza, pero
sigue adelante. Dobla, aún tanteando, la esquina de la casa. Llega a
la pequeña puertecita del huerto. La palpa, la abre, la empuja,
entra. Ahora va al ras de las paredes que dan al huerto. En llegando
a la puerta de la cocina, vacila; pero luego continúa hasta la
escalerita externa. Sube ésta a tientas. Se sienta sombra
obscura en la sombra en el último escalón. Pero, por el
Oriente, el color del cielo nocturno un entrecielo obscuro
percibido como tal sólo por estar tachonado de estrellas
empieza a cambiar de tonalidad, a tomar un color que el ojo logra
percibir como tal: un color ceniciento obscuro de pizarra, que parece
bruma densa y humosa y es no otra cosa el claror del
alba que avanza: se produce lentamente el cotidiano milagro nuevo de
la luz que regresa.
___________________
* sólo
por una,
es decir, Herodías, como en 266.3 y en 270.5.
La persona, acurrucada en el
suelo, toda aovillada y cubierta con el manto obscuro, se mueve,
ahora se desovilla, alza la cabeza, echa un poco hacia atrás el
manto. Es Manahén. Está vestido como un hombre cualquiera, con una
gruesa túnica marrón y un manto igual; es una tela basta, de
trabajador o peregrino, sin franjas ni hebillas ni cinturones. Un
cordón de lana trenzada sujeta la túnica a la cintura. Se pone en
pie. Se desentorpece. Mira al cielo, donde la luz avanza y ya permite
ver lo que hay alrededor.
5Una
puerta, abajo, se abre chirriando. Manahén se asoma, sin hacer
ruido, para ver quién sale de casa. Es Jesús, que suavemente cierra
de nuevo la puerta y se dirige hacia la escalera. Manahén se retira
un poco y carraspea para llamar la atención de Jesús, que alza la
cabeza y se detiene a media escalera.
«Soy yo, Maestro. Soy Manahén.
Ven, ven, que tengo que decirte algo. Te esperaba...» susurra
Manahén, y se inclina saludando.
Jesús sube los últimos
escalones: «Paz a ti. ¿Cuándo has venido? ¿Cómo? ¿Por qué?»
pregunta.
«Creo que apenas había pasado
el galicinio cuando he puesto pie aquí. Pero en los matorrales, allá
al fondo, estaba desde la segunda vigilia de ayer».
«¡Toda la noche al raso!».
«No había otra solución.
Tenía que hablar contigo a solas. Tenía que conocer el camino para
venir, y la casa, sin ser visto. Por eso vine de día y me metí
entre la espesura allá arriba. Vi aquietarse la actividad en la
ciudad. Vi a Judas y a Juan volver a casa. Es más, Juan pasó casi a
mi lado con su carga de leña. Pero no me vio porque yo estaba bien
adentro en la espesura. Vi, mientras hubo luz para ver, a una anciana
entrar y salir, y vi que lucía la lumbre en la cocina, y que Tú
bajabas de aquí arriba ya en pleno crepúsculo. Y vi que cerrabais
la casa. Entonces vine con la luz de la Luna nueva y estudié el
camino. Entré incluso en el huerto. Aquella puertecita es menos útil
que si no estuviera. Oí que hablabais. Pero tenía que hablarte a
solas. Me marché para volver a la tercera vigilia y estar aquí. Sé
que normalmente te levantas a orar antes de que se haga de día. Y
esperaba que también hoy lo hicieras. Alabo al Altísimo porque haya
sido así».
6«¿Pero
cuál es el motivo de tener que verme con tanta incomodidad?».
«Maestro, José y Nicodemo
quieren hablar contigo, y han pensado hacerlo eludiendo todo tipo de
vigilancia. Han intentado ya otras veces hacerlo, pero Belcebú debe
ayudar mucho a tus enemigos. Han tenido que renunciar siempre a
venir, porque ni su casa ni la de Nique dejaban de ser vigiladas. Es
más, la mujer iba a haber venido antes que yo. Es una mujer fuerte y
se había puesto en camino, ella sola, a través del Adomín. Pero la
siguieron y la pararon en la Cuesta de la Sangre*. Ella, para no
revelar el lugar en que estabas y para justificar las provisiones que
llevaba en su cabalgadura, dijo: "Subo adonde un hermano
mío
_______________________
* Cuesta
de la Sangre: Llamaban "Cuesta de la Sangre"
observa MV en una copia mecanografiada a
un punto del monte Adomín por los delitos que en ese lugar llevaban
a cabo los bandoleros.
que está en una gruta arriba en
los montes. Si queréis venir, vosotros que enseñáis sobre Dios,
haríais una obra santa porque está enfermo y tiene necesidad de
Dios". Y con esta argucia los convenció de que se marcharan.
Pero ya no se atrevió a venir aquí y fue verdaderamente donde uno
que dice que está en una gruta y que Tú le has confiado a ella».
«Es verdad. Pero, ¿y cómo ha
hecho Nique para decírselo a los otros?».
«Yendo a Betania. Lázaro no
está, pero sí las hermanas. Está María. ¿Y María es acaso mujer
que se encoja por alguna cosa? Se vistió como quizás no lo hizo
Judit para ir donde el rey, y fue a la vista de todos al Templo junto
con Sara y Noemí, y luego a su palacio de Sión. Y desde allí envió
a Noemí donde José con las cosas que había que decir. Y,
mientras... taimadamente los judíos iban o mandaban a alguien donde
ella para... honrarla, y así podían verla como señora en su casa,
Noemí, anciana y vestida modestamente, iba a Beceta, donde el
Anciano. Nos pusimos, entonces, de acuerdo en mandarme a mí aquí; a
mí, al nómada que no levanta sospechas si se le ve cabalgar a
rienda suelta de una a otra residencia de Herodes; mandarme aquí, a
decirte que la noche del viernes al sábado José y Nicodemo, yendo
uno desde Arimatea y el otro desde Rama, antes del ocaso, se
encontrarán en Gofená y te esperarán allí. Conozco el lugar y el
camino, y vendré aquí al atardecer para guiarte. De mí te puedes
fiar. Pero fíate sólo de mí, Maestro. José advierte que ninguno
tenga noticia de este encuentro nuestro. Por el bien de todos».
«¿También por el tuyo,
Manahén?».
«Señor... yo soy yo. Pero no
tengo bienes e intereses familiares que tutelar, como José».
«Esto confirma lo que digo, que
las riquezas materiales son siempre un peso... Pero puedes decir a
José que ninguno tendrá noticia de nuestro encuentro».
«Entonces puedo marcharme,
Maestro. El Sol ya ha salido y podrían levantarse tus discípulos»
.
«Bien, márchate, y que Dios
esté contigo. Es más, te voy a acompañar para mostrarte el punto
donde nos encontraremos la noche del sábado...».
Bajan sin hacer ruido y salen
del huerto. Y, en seguida, están abajo, en las orillas del torrente.
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