En el Templo, oposición al discurso que revela que
Jesús es la Luz del mundo.
28 de septiembre de 1946.
1Jesús
está todavía en Jerusalén. No dentro de los patios del Templo.
Está en una vasta estancia bien adornada, una de las tantas que hay,
diseminadas, dentro del recinto amurallado, que es tan grande como un
pueblo.
Ha entrado en ella hace poco.
Todavía va andando al lado del que le ha invitado a entrar, quizás
para protegerle del viento frío que sopla en el Moira; detrás de Él
van los apóstoles y algunos discípulos. Digo "algunos"
porque, además de Isaac y Margziam, está Jonatán y
mezclados entre la gente que también entra detrás del Maestro
aquel levita, Zacarías, que pocos días antes* le había dicho que
quería ser su discípulo, y también otros dos que ya he visto con
los discípulos, y cuyo nombre ignoro. Pero entre éstos, benévolos,
no faltan los consabidos, los inevitables e inmutables fariseos. Se
paran casi en la puerta, como si se hubieran encontrado allí por
azar para discutir de negocios (¡entre tanto están ahí para oír!).
Vivamente esperan los presentes la palabra del Señor.
Él mira a este grupo de
distintas nacionalidades (es cosa visible; y no todas palestinas,
aunque sí de religión hebraica). Mira a este grupo de personas,
muchas de las cuales, quizás, mañana se esparcirán por las
regiones de que provienen y llevarán a ellas su palabra diciendo:
«Hemos oído al Hombre del que dicen que es nuestro Mesías». Y no
les habla a ellos que ya están instruidos en la Ley de
la Ley, como hace muchas veces cuando comprende que tiene ante sí
ignorancias o fes debilitadas; sino que habla de sí mismo, para que
le conozcan.
Dice: «Yo soy la Luz del mundo
y quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la
luz de la Vida». Y calla, tras haber enunciado el tema del discurso
que va a desarrollar, como hace habitualmente cuando está para
pronunciar un gran discurso. Calla para dar tiempo a la gente de
decidir si el argumento les interesa o no; y dar también tiempo de
irse, a aquellos a quienes el tema propuesto no les interesa. De los
presentes no se marcha nadie; es más, los fariseos que estaban en
la puerta, ocupados en una conversación forzada y
__________________________
*
pocos días antes, en
490.9.
2Cuando
todo rumor ha cesado, Jesús repite la frase dicha antes, con voz aún
más fuerte a incisiva, y prosigue:
«Yo, siendo el Hijo del Padre
que es el Padre de la Luz, soy la Luz del mundo. Un hijo siempre
asemeja al padre que le engendró, y tiene su misma naturaleza.
Igualmente Yo asemejo a Aquel que me ha engendrado, y tengo su
naturaleza. Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es
Luz de Amor, Luz de Sabiduría, Luz de Potencia, Luz de Bondad, Luz
de Belleza. Él es el Padre de las Luces y, quien vive de Él y en
Él, al estar en la Luz, ve. Y es deseo de Dios que las criaturas
vean. Él ha dado al hombre el intelecto y el sentimiento para que
pudieran ver la Luz o sea, verle a Él y comprenderla y
amarla. Ha dado al hombre los ojos para que pudiera ver lo más bello
de entre lo creado, lo que constituye la perfección de los
elementos, aquello por lo cual es visible la Creación y que es una
de las primeras acciones de Dios Creador y lleva el signo más
visible de su Creador: la luz, incorpórea, luminosa, beatífica,
consoladora, necesaria, como necesario es el Padre de todos, Dios
eterno y altísimo.
Por una orden de su Pensamiento,
Él creó el firmamento y la tierra, o sea, la masa de la atmósfera
y la masa del polvo, lo incorpóreo y lo corpóreo, lo ligerísimo y
lo pesado. Pero ambas cosas todavía pobres y vacías. Informes
todavía por estar envueltas en las tinieblas. Vacías todavía de
astros y de vida.
Mas para dar
a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía, para hacer de
ellos dos cosas hermosas, útiles, adecuadas para la prosecución de
la obra creadora, el Espíritu de Dios que aleteaba por encima
de las aguas y era todo uno con el Creador que creaba y con el
Inspirador que impulsaba a crear, para poder no sólo amarse a sí
mismo en el Padre y en el Hijo sino también amar a un número
infinito de criaturas, llamados astros, planetas, aguas, mares,
florestas, árboles, flores, animales que volasen, que zigzagueasen,
que se arrastrasen, que corrieran, que saltaran, que treparan, y, en
fin, amar al hombre, la
más perfecta de las criaturas,
más perfecto que el Sol por tener el alma además de la materia, la
inteligencia además del instinto, la libertad además del orden; al
hombre semejante a Dios por el espíritu, semejante al animal por la
carne; al semidiós que viene a ser dios por participación y por
gracia de Dios y voluntad propia; al ser humano que queriendo puede
transformarse en ángel; al amadísimo de la Creación sensible, para
el cual, aun sabiéndolo pecador, desde antes de que el tiempo
existiera preparó el Salvador, la Víctima, en el Ser amado sin
medida, en el Hijo, en el Verbo, por el que todo ha sido hecho ,
mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía,
decía, he aquí que el Espíritu de Dios, aleteando en el cosmos,
grita, y es la primera manifestación de la Palabra: "Sea la
luz", y la luz es, buena, salutífera, potente durante el día,
tenue durante la noche, pero imperecedera mientras dure el tiempo.
Del océano de maravillas que es
el trono de Dios, el seno de Dios, Dios saca la gema más bella, la
luz, que precede a la gema más perfecta, que es la creación del
hombre, en el cual no está una joya de Dios, sino que está Dios
mismo, con su soplo espirado en el barro para hacer de éste una
carne y una vida y un heredero suyo en el Paraíso celeste, donde Él
espera a los justos, a los hijos, para gozarse en ellos y ellos en
Él.
Si al
principio de la creación Dios quiso la luz sobre sus obras, si para
hacer la luz se sirvió de su Palabra, si Dios a los más amados dona
su semejanza más perfecta, la luz luz material jubilosa e
incorpórea, luz espiritual sabia y santificadora , ¿podrá no
haber dado al Hijo de su amor aquello que Él mismo es? En verdad, a
Aquel en quien ab
aeterno
Él se complace, el Altísimo le ha dado todo, y ha querido que de
ese todo la Luz fuera primera y potentísima, para que sin esperar a
subir al Cielo los hombres conocieran la maravilla de la Tríade,
aquello que hace cantar a los beatos coros de los Cielos, cantar por
la armonía del maravillado júbilo que les viene a los ángeles del
hecho de mirar a la Luz, o sea, a Dios, a la Luz que llena el Paraíso
y hace beatos a todos los que lo habitan.
Yo soy la Luz del mundo. ¡Quien
me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la
Vida! De la misma manera que la luz en la tierra informe consintió
la vida a las plantas y a los animales, mi Luz consiente a los
espíritus la Vida eterna. Yo (la Luz que Yo soy) creo en vosotros la
Vida y la mantengo, la aumento, os creo de nuevo en ella, os
transformo, os llevo a la Morada de Dios por caminos de sabiduría,
de amor, de santificación, Quien tiene en sí la Luz tiene en sí a
Dios, porque la Luz es una con la Caridad y quien tiene la Caridad
tiene a Dios. Quien tiene en sí la Luz tiene en sí la Vida, porque
Dios está donde su dilecto Hijo es recibido».
3«Dices
palabras sin razón. ¿Quién ha visto lo que es Dios? Ni siquiera
Moisés vio a Dios, porque en el Horeb, en cuanto supo quién hablaba
detrás de la zarza que ardía, se cubrió el rostro; y tampoco las
otras veces pudo verle entre los rayos cegadores. ¿Y Tú dices que
has visto a Dios? A Moisés, que sólo le oyó hablar, le quedó un
esplendor en el rostro. Pero Tú, ¿qué luz tienes en tu cara? Eres
un pobre galileo de cara pálida como la mayoría de vosotros. Eres
un enfermo, cansado y enjuto. Verdaderamente, si hubieras visto a
Dios y Él te amara, no estarías como uno que está próximo a la
muerte. ¿Pretendes dar la vida Tú que ni para ti mismo la tienes?»,
y menean la cabeza compadeciéndole con ironía.
«Dios es Luz
y Yo sé cuál es su Luz, porque los hijos conocen a su padre y
porque cada uno se conoce a sí mismo. Yo conozco al Padre mío y sé
quién soy Yo soy la Luz del mundo. Soy la Luz porque mi Padre es la
Luz y me ha engendrado dándome su Naturaleza. La Palabra no es
distinta del Pensamiento, porque la palabra expresa lo que el
intelecto piensa. Y, además, ¿ya no conocéis a los profetas? ¿No
os acordáis de Ezequiel y, sobre todo, de Daniel?* Describiendo a
Dios, visto en la visión, en el carro de los cuatro animales, dice
el primero: "En el trono estaba uno que por el aspecto parecía
un hombre y
dentro de
él y en torno a él vi una especie de electro, como la apariencia
del fuego, y hacia arriba y hacia abajo de sus caderas vi como una
especie de fuego que resplandecía en torno;
________________________
* ¿No
os acordáis de Ezequiel y, sobre todo, de Daniel?,
en Ezequiel
1,
26 28 y en Daniel
7, 9 10.
como el aspecto del arco iris
cuando se forma en la nube en día de lluvia: tal era el aspecto del
resplandor de en torno". Y dice Daniel: "Yo estaba
observando hasta que fueron alzados unos tronos y el Secular de los
días se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve, sus
cabellos como la cándida lana; vivas llamas era su trono, las ruedas
de su trono fuego a llamaradas. Un río de fuego fluía rápido
delante de él". Así es Dios, y así seré Yo cuando venga a
juzgaros».
4«Tu
testimonio no es válido. Te das testimonio a ti mismo. Por tanto,
¿qué valor tiene tu testimonio? Para nosotros no es verdadero».
«Aunque dé
testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de
dónde he venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis ni de dónde
vengo ni a dónde voy. Vuestra sabiduría es lo que veis. Yo, sin
embargo, conozco todo lo que al hombre le es desconocido, y he venido
para que también vosotros lo conozcáis. Por esto he dicho que soy
la Luz, porque la luz hace conocer lo que celaban las sombras. En el
Cielo hay luz, en la Tierra reinan mucho las tinieblas y celan las
verdades a los espíritus, porque las tinieblas odian a los espíritus
de los hombres y no quieren
que conozcan la Verdad y las verdades, para que no se santifiquen. Y
para esto he venido, para que tengáis Luz y, por tanto, Vida. Pero
vosotros no me queréis acoger. Queréis juzgar lo que no conocéis,
y no podéis juzgarlo porque está muy por encima de vosotros y es
incomprensible para todo aquel que no lo contemple con los ojos del
espíritu, y un espíritu humilde y nutrido de fe. Pero vosotros
juzgáis según la carne. Por eso no podéis estar en el juicio
verdadero. Yo, por el contrario, no juzgo a nadie; basta que pueda
abstenerme de juzgar. Os miro con misericordia, y oro por vosotros,
para que os abráis a la Luz. Pero, cuando tengo realmente que
juzgar, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino que estoy
con el Padre que me ha enviado, y Él ve desde su gloria el interior
de los corazones. Y como ve el vuestro ve el mío. Y si viera en mi
corazón un juicio injusto, por amor a mí y por el honor de su
Justicia, me lo advertiría. Mas Yo y el Padre juzgamos de una única
manera; por tanto, somos dos y no Yo solo los que juzgamos y
testificamos. En vuestra Ley está escrito* que el testimonio de dos
testigos que afirman lo mismo debe ser aceptado como verdadero y
válido. Yo, pues, doy testimonio de mi Naturaleza, y conmigo el
Padre que me ha enviado testifica lo mismo. Por tanto, lo que digo es
verdad».
5«Nosotros
no oímos la voz del Altísimo. Tú lo dices, que es tu Padre...».
«Él habló de mí en el
Jordán...».
«Bien, pero no estabas solo Tú
en el Jordán. También estaba Juan. Pudo hablarle a él. Era un gran
profeta».
«Con vuestros propios labios os
condenáis. Decidme: ¿quién habla por los labios de los profetas?».
«El Espíritu de Dios».
«¿Y para vosotros Juan era
profeta?».
«Uno de los mayores, si no el
mayor».
_____________________
*
está escrito,
en Deuteronomio
19, 15.
«¿Y entonces por qué no
habéis creído en sus palabras y no creéis? Él me indicaba como el
Cordero de Dios venido a cancelar los pecados del mundo. A quien le
preguntaba si era el Cristo, decía: "No soy el Cristo, sino el
que le precede, porque existía antes de mí y yo no le conocía,
pero el que me tomó desde el vientre de mi madre y me ha investido
en el desierto y me ha mandado a bautizar me ha dicho: 'Aquel sobre
el que verás descender el Espíritu es el que bautizará con el
Espíritu Santo y en fuego' ". ¿No os acordáis? Pues muchos de
vosotros estabais presentes... ¿Por qué, pues, no creéis en el
profeta que me indicó habiendo oído las palabras del Cielo? ¿Debo
decir al Padre mío que su Pueblo ya no cree en los profetas?».
«¿Pero dónde está el padre
tuyo? José, el carpintero, duerme desde hace años en el sepulcro.
Tú ya no tienes padre».
«Vosotros no me conocéis a mí
ni conocéis a mi Padre. Pero, si quisierais conocerme, conoceríais
también a mi verdadero Padre».
«Eres un endemoniado y un
embustero. Eres un blasfemo, pues que quieres sostener que el
Altísimo es tu Padre. Y merecerías el castigo de la Ley*».
Los fariseos y otros del Templo
gritan amenazadores, mientras la gente los mira con torva mirada, en
defensa del Cristo.
Jesús los mira sin añadir
palabra alguna, y sale de la estancia por una puertecita lateral que
da a un pórtico.
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