Queridos amigos y amigas:
Toda historia tiene su comienzo. Toda aventura tiene su inicio. Todo camino empieza con un primer paso… Pues bien, hoy el Evangelio nos sumerge en este momento de la vida pública de Jesús.
Atrás quedan los años de vida oculta en Nazaret. Aquellos años tan importantes donde, como se nos resume, el niño iba creciendo en estatura, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres.
¿Cómo sería aquella mañana cuando, tras enterarse del arresto de Juan, Jesús deja su pueblo? ¿Cómo se lo diría a María? ¿Cómo lo sentiría ella?... El evangelio sólo nos da el transfondo de ese camino que vemos comenzar: “Pais de Zabulón y de Neftalí, camino del mar… el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.
En el inicio del cumplimiento de esta promesa, Jesús aparece haciendo dos cosas: predicando y curando. Anuncia la cercanía de Dios y su Reino, lo cual, para todo corazón que acoja esta noticia, ha de ser motivo de un cambio, de una conversión: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Y actúa las obras de ese Reino, curando enfermedades y dolencias.
Y esas primeras acciones de Jesús despiertan a muchos que estaban aletargados en medio de las sombras… y le siguen, como quien descubre una luz en medio de la oscuridad, que sólo puede traer algo bueno. Algunos vienen de muy lejos: “Le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén…”.
Esta historia es nuestra historia. También nosotros podemos hoy ser testigos de este Jesús que, viniendo del Padre, quiere traer luz a la oscuridad de nuestro corazón y de nuestro mundo. Contémplale, escúchale… y siéntete parte de esa multitud, venida de lejos, que también hoy quiere seguirle, adonde vaya, para ser “reflejo de su luz”, como la luna refleja cada noche la luz del sol, para poder orientarse en medio de la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario