Queridos hermanos:
En estos primeros días del año todo son buenos deseos y palabras de felicitaciones. Qué poco significan las palabras, él dar la palabra, la palabrería vacía de tantos discursos, las palabras huecas que se las lleva el viento. Nada en ocasiones más devaluado que la palabra, pregunten sino a las nuevas tecnologías y a ese sarcasmo: “aquí no tenemos Wi-Fi, hablen entre ustedes”. Tendríamos que releer el poema de Blas de Otero: “Me queda la palabra”, para entender el verdadero poder de la palabra, la auténtica, la humana, la que nos hace hombres de palabra. Me refiero a la palabra que propone, dialoga, muestra nuestras aspiraciones, deseos, convicciones, esperanzas, temores, ilusiones, sueños, amores. Hablo de la palabra humana, encarnada, el mejor vehículo de comunicación entre los hombres.
“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra era Dios… la Palabra hizo todo, era vida, era luz, se hizo carne y acampó entre nosotros…”. Dios cumple su palabra; a lo largo de los siglos se fue comunicando con los hombres a través de los primeros padres, los jueces, los profetas y al final se hizo carne en su Hijo Jesús. Por eso escuchar la Palabra de Dios no es sólo oírla o tenerla como referente; es algo más, es encarnarla, hacerla realidad como se hizo realidad en el Niño de Belén. Se hizo carne y dijo su palabra, para que nosotros digamos la nuestra. Nuestro deber es acoger esa Palabra y hacerla Palabra de Dios para los demás, Buena Noticia que salva. Es verdad que Dios lo que dice lo hace y entre nosotros hay muchas posibilidades de no cumplir lo que se promete, pero tendremos que proclamar la Palabra a pesar de nosotros, en eso consiste la homilía, la predicación, la evangelización, nadie es del todo coherente, pero no nos queda más remedio que trasmitir lo que nos viene de parte de Dios; no en vano:”A los que la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios”.
La mayor riqueza de los seres humanos es la comunicación, la capacidad de hablar, es verdad que en idiomas distintos, aunque existe un lenguaje común: el dar y recibir, el compartir y el repartir. La palabra es un regalo, a través de ella podemos expresar lo mejor que hay en nosotros, nuestros sentimientos, nuestras esperanzas, nuestras ideas, nuestra fe… Si en ocasiones algunos hablan del silencio de Dios, no es porque Dios calle, sino porque los creyentes no somos verdadera palabra encarnada y así no manifestamos a Dios. Si el Evangelio ya no resulta Buena Noticia, es porque los cristianos nos conformamos con decir las palabras de siempre que no testimonian nada. Y si abunda la violencia, la injusticia, la guerra, es porque las palabras se han llenado de agua y no se llama: “al pan, pan y a él vino, vino”, por lo que pierde su sentido divino y aún más, su condición humana. Por eso urge recuperar la palabra, para que como en el principio sea vida y generadora de vida, sea “luz que brilla en las tinieblas, que alumbra a todo hombre”, sea verdad:”llena de gracia y verdad”, eco de la Palabra de Dios.
Aprender este lenguaje del Verbo, en Navidad, cambiará nuestros verbos, y preferiremos preguntar en vez de dictaminar, acompañar más que prohibir, atreverse más que defenderse, persuadir en vez de imponer, animar en vez de amenazar, confiar en vez de recelar. Y rimaremos como Pablo, los verbos: rebajar, abajar, anonadar, despojar, vaciar…, para explicar qué: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno de Padre, es quien lo ha dado a conocer”. La verdadera sabiduría, de la que hablan la primera y segunda lecturas, es hablar el idioma de Jesús: “él tiene palabras de vida eterna”. Es importante cuidar la Palabra y las palabras, para lo cual debemos saber escuchar, dialogar, pensar antes de hablar, orar, debatir, conversar. Revisemos qué palabras usamos, con las palabras se puede hacer el bien o el mal, busquemos sobre todo que las entiendan los pequeños, que sean sencillas, como cuando nos ponemos delante de Dios a orar o con un amigo a charlar tomando un café en el bar. Hay palabras que también traen silencios y no sabemos qué decir ante la injusticia, el dolor, el misterio; eso que a nosotros nunca nos faltaron los recursos. ¡Bueno, a conjugar el Verbo!, no dicen que hablando se entiende la gente, por eso la Palabra se hizo carne.
PD: se puede leer la poesía de Blas de Otero: “En el Principio”, más conocida en la canción de Paco Ibáñez: “Me queda la palabra”.
EN EL PRINCIPIO
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resulto ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero.
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