El Santo Padre explicó que los filipinos tienen una especial vocación, la de ser los evangelizadores de Asia. Esa misión, alertó sin embargo, se ve amenazada con el pecado por el cual “el hombre desfiguró aquella belleza natural; destruyó también la unidad y la belleza de nuestra
familia humana, dando lugar a estructuras sociales que perpetúan la pobreza, la falta de educación y la corrupción”.
“A veces, cuando vemos los problemas, las dificultades y las injusticias que nos rodean, sentimos la tentación de resignarnos. Parece como si las promesas del Evangelio no se fueran a cumplir; que fueran irreales. Pero la
Biblia nos dice que la gran amenaza para el plan de Dios sobre nosotros es, y siempre ha sido, la mentira”.
El Pontífice resaltó que “el diablo es el padre de la mentira. A menudo esconde sus engaños bajo la apariencia de la sofisticación, de la fascinación por ser «moderno», «como todo el mundo». Nos distrae con el señuelo de placeres efímeros, de pasatiempos superficiales”.
Y así, continuó, “malgastamos los dones que Dios nos ha dado jugando con artilugios triviales; malgastamos nuestro dinero en el juego y la bebida; nos encerramos en nosotros mismos. Y no nos centramos en las cosas que realmente importan, de seguir siendo en el fondo hijos de Dios”.
El Papa recordó luego que “el Santo Niño, el Niño Jesús es el protector de este gran país. Cuando vino al mundo, su propia
vida estuvo amenazada por un rey corrupto. Jesús mismo tuvo que ser protegido. Tenía un protector en la tierra: San José. Tenía una familia humana, la
Sagrada Familia de Nazaret”.
“Así nos recuerda la importancia de proteger a nuestras familias, y las familias más amplias como son la
Iglesia, familia de Dios, y el mundo, nuestra familia humana. Lamentablemente, en nuestros días, la familia con demasiada frecuencia necesita ser protegida de los ataques y programas insidiosos, contrarios a todo lo que consideramos verdadero y sagrado, a lo más hermoso y noble de nuestra cultura”.
En el Evangelio, dijo el Papa, “Jesús acoge a los niños, los abraza y bendice. También nosotros necesitamos proteger, guiar y alentar a nuestros jóvenes, ayudándoles a construir una sociedad digna de su gran patrimonio espiritual y cultural. En concreto, tenemos que ver a cada niño como un regalo que acoger, querer y proteger. Y tenemos que cuidar a nuestros jóvenes, no permitiendo que les roben la esperanza y queden condenados a vivir en la calle”.
“Un niño frágil, que necesitaba ser protegido, trajo la bondad, la misericordia y la justicia de Dios al mundo. Se enfrentó a la falta de honradez y la corrupción, que son herencia del pecado, y triunfó sobre ellos por el poder de su
cruz”.
Para concluir, el Santo Padre animo a la unidad de Filipinas y a protegerse unos a otros: “que el Santo Niño siga bendiciendo a Filipinas y sostenga a los cristianos de esta gran nación en su vocación a ser testigos y misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo entero.
"Por favor, recen por mí. Que Dios los bendiga”, finalizó.
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