Queridos amigos:
Todos buscamos la felicidad. Si no conseguimos ser felices, la vida nos parece un fracaso. Pero, ¿cuáles son los caminos seguros para alcanzar la felicidad? Lo primero que descubrimos es que la felicidad no se regala. Y que si uno la quiere poseer, primero la tiene que regalar a los demás. En el evangelio de hoy Jesús nos muestra el camino del perdón y de la corrección fraterna como medios eficaces para vivir felices.
En la convivencia de las personas siempre hay desajustes, roces, molestias. Nadie estamos libres de estas situaciones. Como suele decirse, “pasa en las mejores familias”. Cuánto más en la comunidad cristiana o en el grupo de apostolado.
Solemos tener muy buen ojo y olfato para descubrir los defectos y errores de los demás. Dice Jesús: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.
¿Cómo puede llegar nuestra oración al corazón del Padre? Poniendo en práctica esta recomendación del Señor Jesús: “Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
Por eso es tan importante rezar en comunidad, en familia, con los amigos. Entonces la fuerza de nuestra oración es infinita.
Los últimos párrafos del Deuteronomio nos presenta a Moisés contemplando desde las alturas del monte Nebo la Tierra Prometida. Y allí morirá. De Moisés no queda ni tumba, ni mausoleo, ni monumentos, ni rastro alguno que induzca a endiosamientos ingenuos y vacíos que pudieran servir para alimentar falsos mesianismos. Queda su legado, la Ley de Dios que él transmitió fielmente a su pueblo, y el ejemplo de una fidelidad total a la llamada de Dios que le envió a liberar al pueblo de la esclavitud.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
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