La imaginación: la loca de la casa
La santa andariega tenía toda la razón. ¿Qué sabemos con certeza del porvenir? Nada. Pero la imaginación no se aguanta y se forja un futuro fuera de una cierta lógica humana. Recuerdo un ejemplo que escuché más de una vez a mi padre cuando, de pequeño, acudía con él a ver un partido de fútbol. Me decía: “imagínate, Juan Carlos, que ahora avisan por megafonía que con el boleto de entrada se va a rifar un coche. La mayoría de las personas dirían: ‘a mí nunca me toca, yo tengo muy mala suerte, nunca me toca nada’. Piensa que a los diez minutos se da un segundo aviso: ‘nos acaban de avisar que a las afueras del estadio han robado un coche’. Entonces todos entrarían en pánico afirmando que es muy posible que sea el coche propio el que han robado”. ¿Nos damos cuenta de la poca lógica de la imaginación? La lógica dice que si el estadio tiene capacidad para 40.000 espectadores, la posibilidad de que algo suceda a uno de ellos, sea que toque la lotería o que roben el coche, es una entre cuarenta mil. Pero ¿cuál es la lógica de la imaginación? “Si es algo malo, casi seguro que me tocará a mí; si es algo bueno, nunca me tocará”. Como vemos, la imaginación, al anticipar el futuro, es muy poco lógica. En verdad, es la loca de la casa.
Cómo lograr el silencio de la imaginación
Ante esta realidad, ¿cómo hacer silencio en la imaginación? Ante todo, la imaginación
no puede permanecer inactiva, ni podemos encasillarla. Si así hiciéramos, estaríamos destruyendo una facultad potencialmente positiva. Hablaríamos de la muerte de la imaginación. No, como facultad humana, como
don de Dios a cada persona, la imaginación no se puede cancelar. Por el contrario, hay que ponerla al
servicio de la
santificación, al servicio del
apostolado.
Esto implica una educación de la imaginación. Y como toda educación comporta evitar unos extremos y promover una integración o plenitud en su ejercicio.
Evitar el triunfalismo
Por una parte, se evitará el extremo triunfalista de idealizar un futuro inalcanzable que lleva a falsas expectativas que terminan en desilusiones y frustraciones. Uno debe imaginar un futuro personal, propio, es decir, realista, a la medida de las propias posibilidades personales. Por lo tanto, silencio de la imaginación es hacer silencio a tantos sueños, idealismos y castillos en el aire que no tienen fundamento lógico ni real. Silencio de la imaginación es hacer silencio de actitudes competitivas que buscan alcanzar lo que los demás son en vez de luchar por lo que uno mismo puede lograr. En concreto, la imaginación debe proyectar un futuro acorde con el propio presente.
Vencer los miedos
Pero el extremo más frecuente en el que cae la imaginación es el de los miedos ante el futuro. Es decir, nuestra mente desea un bien, que considera necesario, y teme no alcanzarlo o perderlo, si ya lo posee. Por ello, será necesario educar la imaginación en el silencio de los temores.
En la
vida espiritual aparece el miedo a la entrega. Tememos que si entregamos todo a Dios, Él, efectivamente, nos lo tomará todo. Es necesario silenciar la imagen de un Dios despótico y aprovechado. Dios pide todo pero eso no significa que vaya a tomarlo todo. El Señor nos pide únicamente una actitud de
desprendimiento, una disposición a darlo todo. Y a partir de ahí, vivir en el silencio. La actitud adecuada consiste en estar dispuesto a entregar todo a Dios, sin temor alguno, y,
con plena confianza,dejarle actuar según su beneplácito.
Cómo vencer el temor
En línea de principio, el hombre tiene miedo, pánico, al sufrimiento. Es necesario, silenciar los males que todavía no existen. Esto se logrará, con la certeza de que Dios es lo suficientemente bueno y poderoso como para sacar siempre un bien de todo mal y sufrimiento.
El temor a fallar, a equivocarse, es más frecuente e insidioso. ¿Cómo hacer silencio ante la posibilidad de los propios errores? No es voluntad de Dios el no pecar nunca, el no errar en ninguna ocasión. Lo que Él quiere es que reconozcamos y aceptemos la incapacidad y limitación de nuestras fuerzas, la imposibilidad de preverlo todo y, poniendo los medios que estén a nuestro alcance confiemos en Él, seguros de que solo Dios nos puede librar de no pecar y que Él es capaz de sacar un bien de nuestros males.
Sabemos bien que la buena educación, sin renunciar al trabajo de evitar errores, implica sobre todo promover el desarrollo más amplio posible de la virtud. En este sentido, ¿qué entendemos por educar la imaginación? Si, como hemos dicho, la imaginación es la facultad que anticipa del futuro, educar la imaginación significará
recrear la virtud de la esperanza.
La imaginación, como toda facultad, no puede estar vacía, necesita de su objeto propio, es decir, el futuro. En consecuencia, debemos
ofrecer a la imaginación un objeto de recreo para que su ejercicio, en vez de estorbarnos, ayude positivamente a nuestra santificación. En realidad, son muchas los
misteriosque tenemos los cristianos para recrear la esperanza. Podemos ofrecer a la imaginación las bellezas del
cielo, la bondad del Padre, los encantos del Señor, las escenas del Calvario.
Dos problemas con la imaginación
Aquí nos encontramos con dos problemas. El primero, y más fundamental, es la imagen que tenemos del Padre y de Jesucristo:
¿son en verdad un padre y un hermano en mi vida? Lo mismo diríamos del cielo: ¿anhelo ir al cielo o en realidad lo evito por miedo a la muerte? Y no digamos del Calvario:
¿es Cristo en la cruz motivo de paz y alegría o de vergüenza y sentido de culpa por los pecados? Es necesario conocer los misterios divinos desde el
amor de Dios: sentirnos realmente en el corazón del Padre; acogidos, protegidos, aconsejados por Él, siempre con bondad y ternura. Es necesario ver a Jesús que, como buen pastor, nos quita las espinas que impide movernos, ver su sonrisa de satisfacción por habernos rescatados, sabernos abrazados en su pecho y puestos en sus hombros, y la alegría de todos al presentarnos nuevamente ante nuestro Padre común. Ayuda mucho imaginarnos ya en el cielo, con todos nuestros seres queridos y sobre todo con la Virgen, con Jesús, todos felices por estar juntos, como una buena familia. Y mirar a la cruz para ver principalmente, no el mal de nuestros pecados o el dolor de Cristo, sino el corazón misericordioso del Padre y de su Hijo. Contemplar la cruz es sabernos amados en todo momento por alguien, por el mismo Dios.
El segundo problema, quizá más concreto y frecuente, es entender mal la función de la imaginación. Ésta, lo hemos repetido varias veces, es anticipación del futuro. Pero anticipar no significa convertir el futuro en presente. El futuro siempre será futuro. Si se convirtiera en presente, dejaría de ser futuro para ser ya presente. Por lo tanto, anticipar el futuro significa mantenerse sin lo que se anhela pero con la certeza de que en el futuro lo tendremos.
El ejemplo típico para entender esta verdad es el del paracaídas. El paracaidista anticipa el futuro, no abriendo su paracaídas en el avión, sino lanzándose al vacío con la certeza de que el paracaídas se va a abrir y le hará aterrizar con suavidad. Similarmente, recrear la esperanza no es gozar ahora del cielo o tocar las expresiones del amor de Dios. Recrear la esperanza es tener ahora la certeza, la seguridad de que en el futuro estaré en el cielo, de que en el futuro palparemos el amor divino que ya recibimos ahora, pero sin verlo.
A forma de resumen
En resumen, el silencio de la imaginación consiste en acallar todas aquellas imágenes, sean idealismos sin fundamento o sean temores y miedos, que impiden lanzarse al vacío de la vida con el paracaídas de la esperanza y confianza teologal. Expresándolo de un modo positivo, silencio de la imaginación es dar pruebas de confianza plena en el Amado, es decir, de certeza de que su amor nunca nos faltará en el futuro, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra.
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