Es difícil amar al enemigo
Que nadie se atreva a decir que predicamos un evangelio de saldo de rebajas. Juntar perdón y enemigos es lo más difícil, lo más exigente, la cumbre de nuestro ideal moral. Es un acto revolucionario singular: antes de cambiar el mundo, nos cambiamos a nosotros mismos. El mundo repite: “Al enemigo, ni el agua”, “Ni cordero ``recalentao´´, ni enemigo ´´reconciliao´´”. Pero Jesús dijo en la cruz: “Perdónales, no saben lo que hacen”. Y nosotros lo repetimos en el Padrenuestro.
Al igual que en un análisis de texto en la escuela, nos fijamos: 1) Los verbos que nos exhortan a hacer: amad, bendecid, orad. 2) ¿Quiénes son los objetos de tanta bondad?: nuestros enemigos, quienes nos maldicen. 3) Todavía sobrecogidos, nos pone Jesús unas imágenes: pon la mejilla al que te abofetea, dale la túnica a quien te quita la capa. 4) Estas son la razones de Jesús: lo contrario, amar solo a los amigos, es cosa de paganos y pecadores. Dios es bueno con los malvados y desagradecidos. Es decir, amar a todos sin condiciones, amar a todos sin excepción.
Este comportamiento moral es muy difícil, nos parece sobrehumano. Nos desbordan estas palabras de Jesús. Por respeto, no las suprimimos, cuando las proclamamos en misa, pero, ¿bajan a nuestro corazón? Estamos tan acostumbrados al ojo por ojo… Es cierto que, humanos somos, hay que comprender al que está muy herido, y se siente incapaz de perdonar. En todo caso -sin rebajas- de entrada, no se pide colmar de bendiciones al enemigo, pero sí cultivar una actitud buena hacia él.
A los hombres, también a los cristianos, nos viene antes la justicia humana que la misericordia evangélica. Cuando nos llega la ira y el odio, el corazón nos convoca a la venganza. Y no es condición para el perdón el que el otro se arrepienta, como una justicia conmutativa. Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, igualmente.
Otorgar el perdón nos libera de todo rescoldo malo, nos humaniza, nos hace más felices. La durísima y liberadora experiencia del encuentro de víctimas y victimarios de ETA lo atestigua. El amor gratuito cambia nuestra vida. Saber ceder, aunque poseamos el derecho, hablar al que no nos habla, acudir a los momentos tristes de otro que no acude a los nuestros, buscar la paz cuando se rompe el amor entre dos, y tantas ocasiones, prueba muy bien que somos hijos de Dios. Ya que es tan difícil, recemos con la liturgia: “Te damos gracias, Padre, porque tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad y los adversarios se den la mano.
Que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”. Amen. Amén.
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