Que la norma no apague el corazón
Es el pan de cada día, también entre los hombres de Iglesia. Posturas personales cerradas y esclavas de las normas, frente a actitudes abiertas a la persona concreta, con sus maneras y problemas. Es la disyuntiva clara e interpelante de Jesús, mientras se siente torvamente observado por los intolerantes. A Jesús le dolía aquella religión “sin alma”; la ley vieja era, en ellos, más fuerte que el amor.
Y sigue la tensión entre Jesús y los jefes religiosos. ¡Qué distintos! Jesús, sin que el enfermo le suplique nada, se da cuenta, mira al paralítico y le manda poner en pie para que sea más expresiva la pregunta: “¿Qué hacer? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Salvarlo o dejarlo morir?”. Y le cura. Entre tanto, los escribas y fariseos están al acecho para acusarlo, se ponen furiosos, y maquinan lo peor. Poratajar el mal de un enfermo, quieren matarlo. Jesús respetaba la tradición; de hecho, estaba en la sinagoga, como buen judío, en sábado. Pero una mezquina comprensión de la ley trastorna la realidad. Incluso, ¿qué trabajo quebrantador era decirle: “Extiende tu brazo”? Es más, si el sábado era día de liberación, de alegría, de culto, ¿qué mejor día para dar salud al que la necesita?
¿Cómo es posible que el corazón del hombre sea tan duro?¿Qué le lleva a esa sequía de sentimientos? Y, encima, dicen que lo hacen en nombre de Dios. No podemos poner el bien de Dios al margen del bien del hombre: “Tuve hambre y me disteis de comer”, “Lo que hicisteis con mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis”. Conjugamos bien el culto a Dios y el amor a los demás.
Es cierto. Vivimos en comunidad, en sociedad, y hemos de tener en cuenta unas normas, unas reglas de juego. Pero sin descender nunca a esas minucias que ahogan la vida de la gente. Como es un clérigo el que esto escribe, y como relajo de vacaciones, recuerda aquella moral aprendida: celebrando misa se podían cometer diez pecados mortales; por ejemplo, si no te ponías una prenda litúrgica. A esto podías añadir tantos pecados mortales como horas del Oficio Divino omitías. Y así de lo demás. Preguntémonos con frecuencia: ¿Somos nosotros tan raquíticos de espíritu que nos dominen, como a los fariseos, mil naderías y bagatelas?
Como en Jesús, en sus seguidores no caben más razones que las palabras y los hechos que alivian el dolor de la gente. A veces, buscamos razones especiosas cuando nos cuesta salir al encuentro del que sufre. Son terribles frases como estas, frecuentes en la conversación: “Él se lo ha buscado”, “Dios castiga y sin palo”, “En el pecado lleva la penitencia”. Y no digamos si, como en el evangelio, sacamos a relucir razones religiosas y cúlticas. Resuena aquí la voz bíblica: “Misericordia quiero, y no sacrificio”.
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