Querido amigo/a:
Uno de los defectos más antipáticos y crueles es la indiferencia. Cuando nos dejamos arrastrar por esta actitud, el corazón se endurece, perdemos humanidad, calor. Creados a imagen de Dios no estamos hechos para permanecer impasibles ante la voz del otro, para ser duros ante cualquier necesidad, egoístas o insolidarios ante las demandas de los que viven a nuestro alrededor. ¿A quién se parecen los hombres de esta generación?pregunta hoy Jesús. Nuestra generación tiene sus virtudes, hay signos de amor y esperanza, pero creo en estas últimas décadas tiene una propensión a la indiferencia más acentuada que en otros tiempos. Por ejemplo, hoy somos muy sensibles con el sufrimiento de nuestras mascotas domésticas: adoptamos perros y gatos abandonados, denunciamos el maltrato animal, somos más sensibles que nunca hacia sufrimiento de estas criaturas. Esta sensibilidad es loable y maravillosa. El Papa Francisco nos invita a ser garantes y cuidadores de la hermana Tierra y todas sus criaturas, como podemos reflexionar en la última encíclica Laudato Si´.
¿Por qué no tenemos esa misma sensibilidad hacia nuestros semejantes? Esta generación parece haber crecido en indiferencia ante el sufrimiento humano; capaces de participar en campañas a favor de la protección animal, pero ausentes en manifestaciones a favor de la vida humana. A pesar de vivir en un mundo globalizado y interconectado o quizá precisamente por vivir en esta aldea global con exceso de información, nos hemos endurecido. ...Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis. Indiferentes ante nuestros semejantes.
El problema de la indiferencia es que hagas lo que hagas, da igual: ... ni come ni bebe, tiene un demonio; come y bebe, es un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Jesús nos previene de este demonio de la indiferencia, de la tibieza, de la pasividad, de la dureza de corazón; porque en la medida en la que vivimos aislados y plegados sobre nosotros mismos, nos empobrecemos. Y a la inversa, estar entregados e interconectados con nuestros semejantes nos enriquece.
Nos esperemos a que ocurran acontecimientos trágicos o experiencias límite para romper nuestra indiferencia. No seamos indiferentes en lo cotidiano, en lo de cada día, pues ahí se juega la partida de nuestra existencia.
Ayúdame a entregarme Señor y líbrame del demonio de la indiferencia.
Vuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf.
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