La lectura del Evangelio de hoy es de las que nos invitan a cerrar los ojos y a dejar volar la imaginación hasta hacernos presentes en aquella escena. Podemos ver a Juan, que está rodeado de sus propios discípulos, de los que le escuchan, de su parroquia. Pero Juan sabe que no es propietario de nada, que es el que anuncia al que tiene que venir. Y, cuando ve pasar a Jesús, se da cuenta de que su tiempo está terminando. Ya no tiene que decir más cosas. No tiene más que enseñar. Sólo tiene que señalar e invitar a los que le rodean a iniciar un nuevo camino, a comenzar de nuevo. Su tiempo ha terminado. No se sitúa en el centro de la historia porque sabe que el centro es el que pasa por delante. Es Jesús. Y le señala a los dos discípulos que le acompañan en ese momento: “Éste es el Cordero de Dios.”
Volvemos la mirada al otro lado y vemos a Jesús, el señalado, el anunciado, que pasa. No busca nada. No quiere nada. Hace su propio camino. Pero se da cuenta de que dos personas le siguen. Son los dos discípulos de Juan. Escuchamos el diálogo. Es sencillo. “¿Qué buscáis?” “Maestro, ¿dónde vives?” “Venid y lo veréis.” Hay un detalle que habla mucho de que para los discípulos aquel no fue un momento más en su vida sino un encuentro que marcó un antes y un después en sus vidas. Dice el evangelista que “serían las cuatro de la tarde.”
Sabemos que los dos discípulos se quedaron con Jesús aquel día. No sabemos de qué hablaron. Pero sí sabemos que Andrés para explicarle a su hermano Simón lo que aquel encuentro había significado para él, le dijo sencillamente “Hemos encontrado al Mesías.”
Hoy es nuestra oportunidad para recordar si hemos tenido en nuestra vida algún encuentro de este nivel, uno que haya cambiado el sentido de nuestra vida. Los discípulos no se hicieron santos en ese día pero si encontraron la dirección a donde se querían dirigir, el tesoro por el que valía la pena venderlo todo, la perla por la que dejar todo. Y, si no es así, quizá convendría intentar hacernos los encontradizos con él, con Jesús, leyendo y escuchando con el corazón su Palabra, acercándonos a los pobres y marginados, como él se acercaba. Es posible que nuestra vida, como la de los discípulos, cambie y encuentre una nueva dirección que realmente haga que todos nuestros momentos valgan la pena.
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