Queridos hermanos:
Si la vida está en movimiento, si la energía es la capacidad de mover, si la vida da tantas vueltas, si Cristo de define como vida, luz, camino –símbolos del hacer y mover-, ¿por qué los hombres somos tan reacios a recibir la nueva vida que brota y a aceptar, con alegría, el progreso de la historia en todos los ámbitos? La novedad de los derechos humanos para todo el mundo, la gracia de la igualdad entre las personas, la desaparición de ciertos modos de esclavitud moderna. Tristemente, habría que lamentar que solo nos abrimos a lo nuevo –y con qué fiereza consumista- ante los mil artilugios que nos hacen la vida más fácil y divertida.
“¿Por qué tus discípulos no ayunan?”, “¿No siguen con las viejas costumbres?”, se encaran los fariseos con Jesús. Y siempre, en plan de pelea: es que ponían todo el alma. Los judíos acostumbraban a ayunar los lunes y los miércoles; era una de las observancias rigurosas, en espera de la llegada del Mesías.
Jesús les da respuesta con una obviedad. Pero si ya ha llegado el Mesías. Y recurre a la imagen sugestiva del novio. El novio es Jesús. Ayuno significaba aquellas observancias y viejas instituciones judías en espera, era duelo, tristeza. Y, sin embargo, la presencia del novio desbordaba fiesta, alegría, festejar. El novio convocaba a la novedad, al vino nuevo, al paño nuevo. Esta renovación era tal que no podían coexistir el paño y el vino nuevo, con paños u odres viejos.
Cambiar siempre cuesta. Los mismos discípulos, tan cerca de la experiencia del Maestro, eran duros, poco flexibles, para aceptar la gran novedad que había llegado con Jesús. Incluso, después de haber recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, surgían dudas ante la radicalidad de la vida nueva, tras la muerte y resurrección de Cristo. Nosotros también ayunamos en Miércoles de Ceniza, Viernes Santo y ocasiones particulares. Pero nosotros tratamos de darle un color diferente, hasta podremos suprimirlo, sin que se rompa nada.
Porque ayuno es austeridad y sencillez de vida, es renunciar a tantas cosas para poder dar y compartir, es un modo de libertad frente al desenfreno del consumismo, es como una purificación interior. Guardamos ayuno antes de recibir el Cuerpo y Sangre del Señor, pero, con libertad, lo hemos cambiado. El Reino de Dios se simboliza en el banquete de bodas, la boda de la nueva Alianza. Nosotros somos los invitados, queremos celebrarlo y vivirlo. Es que el Evangelio, la doctrina y vida de Jesús lleva dentro una poderosa fuerza renovadora.
Todos con el novio, apurando el vino nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario