Queridos hermanos:
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, nos enseña la sabiduría popular. ¿Con qué gente andaba Jesús? Aquellos escribas y fariseos seguramente responderían con una exclamación airada: ¡Con qué “gentuza” anda Jesús! Y es que, en efecto, la cosa clamaba al cielo: ese Jesús, que pretendía venir de parte de Dios, andaba continuamente entre pecadores, publicanos, prostitutas, gentes de otros pueblos (samaritanos), leprosos,… Un escándalo. Y ahí le tenemos, otra vez “armando lío”: en esta ocasión no se le ocurre otra cosa que elegir como discípulo a un publicano, Leví, amigo de los romanos y de los dineros, y a renglón seguido va y llena su casa de pecadores.
Este Jesús… Cómo se le ocurre andar entre esas gentes de mal vivir. Pero, como en tantas otras ocasiones, su respuesta les deja callados. No necesitan médico los sanos, sino los enfermos… No ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
¡Y menos mal! ¿Qué haríamos si no todos nosotros? Los que no somos perfectos, los débiles, los pequeños, los que metemos la pata, lo que nos hemos perdido tantas veces por caminos equivocados, los que ya no tenemos solución. Pero Jesús, el Enviado del Padre, el Salvador, el que viene con el Poder de Dios para perdonar, para curar, para transformar, para salvar, quiere estar con los pobres y los pecadores…, ¡con nosotros!
¡Qué esperanza inmensa y qué alegría cuando uno descubre que a pesar de no ser digno en absoluto de ello tiene tan cerca al Hijo de Dios y recibe de Él el Amor Misericordioso de Dios! ¿No se os llenan los ojos de lágrimas? De consuelo, de alivio, de esperanza…, lágrimas de alegría. Sentirse amado, perdonado, declarado amigo por Jesús, siendo yo tan pobre, tan pecador, tan miserable… Y eso, precisamente, fue lo que hizo cambiar radicalmente la vida de tantos que se encontraron, y se encuentran, con Jesús; eso, lo que puede hacernos cambiar de verdad el corazón y la vida también a nosotros, y a muchos.
Nos sabemos y sentimos amados y perdonados por Jesús, por Dios. Dejemos que Él cambie nuestra vida y haga de nosotros transmisores para otros pobres y pecadores del Amor que salva y que nos viene de Él. El Año de la Misericordia, propuesto por el Papa para la Iglesia universal, nos ayudará.
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