La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías
y las enseñanzas que de ella se deducen.
8 de octubre de 1945.
1Vuelvo a ver
el lago de Merón en un lúgubre día de agua... Fango y nubes.
Silencio y calígine. El horizonte desaparece entre las brumas. La
cadena del Hermón está sepultada bajo la espesa capa de nubes
bajas.
Pero
desde este lugar una llanura alta, situada cerca del pequeño
lago todo oscuro y amarillento por el fango de mil riachuelos
crecidos y el cielo de noviembre lleno de nubes se ve bien
este pequeño lago alimentado por el Alto Jordán, que de él sale
luego para ir a alimentar al otro lago, más grande, de Genesaret.
Cae la tarde, cada vez más
triste y amenazadora de lluvia, cuando Jesús toma el camino que
corta el Jordán después del lago de Merón. Entra luego por una
vereda que lleva a una casa...
(Jesús dice: «Aquí colocaréis
la visión de Matías y María, huérfanos, tenida el 20 de agosto de
1944».)
20 de agosto de 1944.
2Otra dulce visión de Jesús y
dos niños.
Digo esto porque veo que Jesús,
al pasar por una vereda abierta entre campos que deben haber
recibido la simiente poco antes porque la tierra está todavía
mullida y obscura como cuando ha sido sembrada recientemente ,
se detiene a acariciar a dos pequeñuelos: un niño de no más de
cuatro años y una niña que tendrá unos ocho o nueve. Deben ser
niños muy pobres a juzgar por sus míseros vestiditos descoloridos y
rotos y su carita triste y flaca.
Jesús no les pregunta nada. Se
limita a mirarlos fijamente mientras los acaricia. Luego reanuda
ligero su paso, hacia una casa que está en el fondo de la vereda. Es
una casa labriega pero de buen aspecto, con una escalera exterior que
sube del suelo a la terraza, en que hay un emparrado, ahora desnudo
de racimos y hojas: solamente queda alguna que otra última hoja ya
amarilla, que pende y se mueve con el viento húmedo de un
desagradable día de otoño. En el murete de la casa unas palomas
zurean esperando el agua que el cielo gris y todo nublado promete.
Jesús, seguido por los suyos,
empuja la tosca cancela de la albarrada que rodea la casa; entra en
un patio nosotros diríamos una era , con su pozo y, en
un ángulo, también un horno (supongo que sea eso aquel tabuco de
paredes más oscuras por el humo que incluso ahora sale y que el
viento empuja hacia la tierra).
Al oír el rumor de los pasos,
una mujer se asoma a la puerta de este cuartucho. Al ver a Jesús, le
saluda con alegría y corre a avisar a la casa.
Un hombre más bien anciano, y
grueso, sale a la puerta de la casa y va en seguida hacia Jesús.
«¡Qué gran honor verte, Maestro!» le saluda.
Jesús responde con su saludo:
«La paz sea contigo» y añade: «Está anocheciendo y la lluvia se
acerca. Vengo a pedirte alojamiento y un pan para mí y mis
discípulos».
«Entra, Maestro. Mi casa es
tuya. La doméstica está para sacar el pan del horno. Con mucho
gusto te lo ofrezco, con el queso de mis ovejas y los productos de
mis campos. Entra, entra, que el viento es húmedo y frío...» y,
solícito, sujeta la puerta y hace una reverencia cuando pasa Jesús.
3Pero inmediatamente cambia de tono dirigiéndose a alguien que ha
visto, y dice airado: «¿Todavía estás aquí? ¡Vete! ¡No hay
nada para ti! ¡Vete! ¡Entendido? Aquí no hay sitio para los
vagabundos...» y farfulla entre dientes: «...y quizás rateros como
tú».
Una vocecita llorosa responde:
«Piedad, señor. Al menos un pan para mi hermanito. Tenemos
hambre...».
Jesús, que había entrado en la
vasta cocina, alegrada e iluminada con un vivo fuego, sale a la
puerta. Su rostro es ya distinto. Severo y triste, pregunta, no al
huésped sino en general parece como si se lo preguntara a la
era silenciosa, a la desnuda higuera, al oscuro pozo : «¿Quién
tiene hambre?».
«Yo, Señor. Yo y mi hermano.
Sólo un pan y nos vamos».
Jesús está ya afuera, en el
ambiente cada vez más lúgubre por el crepúsculo y la lluvia
inminente. «Pasa» dice.
«¡Tengo miedo, Señor!».
«Ven, te digo. No tengas miedo
de mí».
De detrás de una arista de la
casa sale la pobre niña. De la mísera tuniquita viene agarrado su
hermanito. Se acercan temerosamente: una mirada tímida a Jesús; una
de susto al dueño de la casa, que pone ojos amenazadores mientras
dice: «Son vagabundos, Maestro. Y ladrones. Hace poco he encontrado
a ésta fisgando cerca de la almazara. Está claro que quería entrar
a robar, ¡A saber de dónde vendrán! No son del lugar».
Jesús le escucha... digamos que
le escucha. Mira muy fijamente a la niña de carita demacrada, de
trenzas despeinadas (dos coletitas a los lados de ambas orejas,
atadas al extremo con una cintita de trapo viejo). El rostro de Jesús
no es severo mientras mira a la pobrecita; está triste, pero sonríe
para animar a la niña: «¿Es verdad que querías robar? Di la
verdad».
«No, Señor. Había pedido un
poco de pan, porque tengo hambre. No me lo han dado. He visto una
corteza de pan untada, allí, en el suelo, cerca del molino del
aceite, y había ido a recogerla. Tengo hambre, Señor. Ayer he
conseguido sólo un pan, pero lo guardé para Matías... ¿Por qué
no nos han metido en la tumba con nuestra mamá?». La niña llora
desconsoladamente, y su hermanito también.
«No llores».
Jesús la consuela acariciándola y arrimándola a su
pecho.
«Responde: ¿de dónde eres?».
«De la llanura de Esdrelón».
«¿Y has venido hasta aquí?».
«Sí, Señor».
«¿Hace mucho que ha muerto tu
madre? ¿No tienes padre?».
«Mi padre murió por el sol en
el tiempo de la cosecha; mi mamá, la pasada luna... ella y el niño
que iba a nacer murieron...» y el llanto aumenta.
«¿No tienes ningún
pariente?».
«¡Venimos de muy lejos! No
éramos pobres... Luego mi padre tuvo que ponerse al servicio de un
patrón. Ahora ha muerto y mi mamá con él».
«¿Quién era el patrón?».
«El fariseo Ismael».
«¡El fariseo Ismael!... (es
intraducible el modo como Jesús repite este nombre). ¿Saliste de
allí por propia voluntad o te echó él?».
«Me echó, Señor. Dijo: "Los
perros hambrientos a la calle"».
4«Y tú, Jacob, ¿por qué no
has dado un pan a estos niños; un pan, un poco de leche y un manojo
de heno como cama para su cansancio?...».
«Pero... Señor ... tengo justo
el pan que necesito... poca leche... y meterlos en casa... Éstos son
como animales vagabundos. Si se les pone buena cara luego ya no se
marchan...».
«¿Y te falta sitio y alimento
para estos dos infelices? ¿Lo puedes decir con verdad, Jacob? La
cosecha abundante, la abundancia de vino, de aceite, de fruta, que
han hecho famosa tu propiedad este año, ¿por qué te han venido?
¿No te habrás olvidado ya, no? El año pasado, el granizo había
depauperado tus bienes. Estabas preocupado por tu vida... Vine* y te
pedí un pan... Tú me habías oído hablar un día y me fuiste
fiel... En medio de tu aflicción me abriste tu corazón y tu casa.
Me diste un pan y me alojaste. ¿Qué te dije al salir a la mañana
siguiente? "Jacob, has comprendido la Verdad. Sé siempre
misericordioso y obtendrás misericordia. Por el pan que has dado al
Hijo del hombre, estos campos te darán
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* Vine… : en el capítulo 110.
muchos cereales; llenos de
aceitunas, como si soportaran los granos de la arena marina, estarán
tus olivos; tus manzanos, plegados hasta el suelo por su peso".
Lo has tenido, y eres el más rico de la comarca este año. ¡Y
niegas un pan a dos niños!...».
«Pero tú eras el Rabí...».
«Precisamente
porque lo era podía hacer de las piedras pan; éstos, no. Ahora te
digo: verás un nuevo milagro y te producirá aflicción, gran
aflicción...
Cuando llegue ese momento, dándote golpes de pecho, di: "Me lo
he merecido"».
5Jesús se vuelve a los niños:
«No lloréis. Id a ese árbol y coged los frutos».
«Pero si está vacío, Señor»
objeta la niña.
«Ve».
La niña va, y vuelve con el
vestidito alzado lleno de manzanas rojas y hermosas.
«Comed y venid conmigo» y a
los apóstoles: «Vamos a llevar a estos dos pequeñuelos a
Juana de Cusa. Ella sabe recordar los beneficios recibidos y es
compasiva por amor a quien usó con ella misericordia. Vamos».
El hombre, confundido y
apesadumbrado, trata de arreglar las cosas: «Es de noche, Maestro.
Te puede venir el agua por el camino. Entra en mi casa. Mira, la
doméstica va a sacar ya el pan del horno... Te doy también
para ellos».
«No hace falta. No sería por
amor, lo darías por miedo al castigo prometido».
«¿Entonces no es éste
y señala a las manzanas que los dos niños hambrientos se están
comiendo con avidez, cogidas del árbol antes vacío , no es
éste, entonces, el milagro?».
«No». Jesús se muestra
severísimo.
«¡Oh, Señor, Señor, ten
piedad de mí! ¡Entiendo! ¡Tienes intención de castigarme en las
mieses! ¡Piedad, Señor!».
«No todos los que me dicen
"Señor" me tendrán, porque el amor y el respeto no se
testifican con la palabra sino con obras. Tendrás la piedad que tú
has tenido».
«Yo te amo, Señor».
«No es
verdad. Me
ama quien ama,
porque esto es lo que he enseñado. Tú sólo te amas a ti mismo.
Cuando me ames como enseño, el Señor volverá. 6Ahora me marcho. Mi
techo es hacer el bien, consolar a los afligidos, enjugar las
lágrimas de los huérfanos. Como la gallina extiende sus alas sobre
los pollitos indefensos, así extiendo mi poder sobre los que sufren
y viven en el dolor. Venid, niños. Pronto tendréis casa y pan.
Adiós, Jacob».
Y, no contento con marcharse,
indica que cojan en brazos a la niña fatigada (Andrés la toma y la
arropa en su manto), y Él toma al niño; y se echan a andar, por la
vereda ya oscura, con su carga de piedad que ya no llora.
Pedro dice: «¡Maestro! ¡Qué
gran suerte para éstos el que hayas llegado en este momento! ¡Pero
para Jacob!... ¿Qué vas a hacer, Maestro?».
«Justicia. No llegará a
conocer el hambre, porque tiene todavía muy llenos los graneros,
pero sí que conocerá la estrechez, porque el trigo sembrado no
podrucirá grano, y los olivos y manzanos solamente hojas. Estos
inocentes, no de mí, sino del Padre, han recibido pan y casa; porque
mi Padre es también Padre de los huérfanos; sí, Él, que da el
nido y el alimento a los pájaros de los bosques. Éstos pueden
decir, y con ellos todos los desvalidos, los desvalidos que saben
permanecer "hijos inocentes y amorosos", que en sus
pequeñas manos Dios ha depositado el alimento y que, con paterna
guía, los conduce a casa hospitalaria».
La visión cesa así, y me deja
una gran paz.
7Dice Jesús:
«Ésta es para ti, para ti,
alma que lloras mirando las cruces del pasado y, las dificultades del
futuro. El Padre tendrá siempre un pan para tu mano, un nido para
recoger a su tórtola que llora.
Para todos es la enseñanza de
que sé ser el "Señor" con justicia. A mí no se me
engaña, ni se me adula con falaz obsequio. Quien cierra su corazón
a su hermano lo cierra a Dios, y Dios a Él.
¡Oh,
hombres, es el primer mandamiento: Amor y amor. El que no ama, y se
profesa cristiano, miente. Es inútil frecuentar los sacramentos y
los ritos, inútil la oración, si falta la caridad. Quedan
convertidos en fórmulas, e incluso en sacrilegios. ¿Cómo podéis
venir al Pan eterno y saciaros con Él, cuando habéis negado un pan
a un hambriento? ¿Vale más, acaso, vuestro pan que el mío? ¿Es
más santo? ¡Hipócritas! Yo me doy a vuestra miseria sin medida, y
vosotros, que sois miseria, no tenéis piedad de miserias que ante
los ojos de Dios no son odiosas como lo son las vuestras: porque
aquellas son desventuras, mientras que las vuestras son pecado.
Demasiadas veces me decís: "Señor, Señor" para ganar mi
benignidad para vuestros
intereses. Mas no lo decís por amor al prójimo y no hacéis nada
por el prójimo en nombre del Señor. Mirad: colectiva e
individualmente, ¿qué os ha dado vuestra falaz religión y
auténtica
anticaridad? El abandono de Dios. Y el Señor volverá cuando sepáis
amar como Yo he enseñado.
Pero, a vosotros, pequeño
rebaño formado por los que sufren siendo buenos, os digo: "Nunca
estáis huérfanos, nunca abandonados. No existiría Dios, antes que
faltarles la Providencia a sus hijos. Tended la mano: el Padre os da
todo como 'padre', o sea, con amor que no humilla. Enjugad vuestras
lágrimas. Yo os tomo y os llevo conmigo porque siento piedad de
vuestro abatimiento".
La criatura más amada es el
hombre. ¿Vais a poner en duda que el Padre se mostrará más
compasivo con el hombre fiel que con los pájaros?, ¿con el hombre
fiel, Él, que es longánime incluso con el pecador, y le da tiempo y
manera de ir a Él? ¡Ah, si el mundo comprendiera lo que es Dios!
Ve en paz, María. Te quiero
como a los dos huerfanitos que has visto, y más incluso. Ve en paz.
Estoy contigo».
21 de agosto de 1944.
8Dice María:
«María, habla Mamá. Mi Jesús
ha hablado de la infancia del espíritu*, requisito necesario para
conquistar el Reino. Ayer te mostré una página de su vida de
Maestro. Has visto ayer a unos niños, a unos pobres niños. ¿No
habría nada que añadir? Sí, y lo añado yo. A ti, que quiero que
seas cada vez más amada de Jesús. Es un detalle en el cuadro que ha
hablado a tu espíritu para el espíritu de muchos. Pero son los
detalles los que hacen hermoso el cuadro, los que revelan la
capacidad del pintor y la sabiduría del observador. Quiero que
observes la humildad de mi Jesús.
Aquella pobre niña, en su
ignorante simplicidad, no trata de forma distinta al pecador de
corazón de piedra y a mi Hijo. No sabe ni de "Rabí" ni de
"Mesías". Siendo poco menos que una pequeña salvaje, que
ha vivido en los campos, en una casa donde se despreciaba al Maestro
porque el fariseo Ismael despreciaba a mi Jesús , no
había oído jamás hablar de Él, no le había visto.
Su padre y su madre,
quebrantados por el trabajo insoportable que el cruel patrón exigía,
no tuvieron tiempo ni modo de levantar la cabeza de la gleba que
roturaban. Habrían oído, quizás, mientras segaban el heno o las
mieses, mientras recogían la fruta o los racimos, mientras
trituraban la aceituna en la dura muela, un clamor de ¡hosanna!
Habrían, incluso, alzado un momento su cansada cabeza. Mas el miedo
y el cansancio habrían vencido en seguida esas cabezas bajo su yugo.
Y murieron pensando que el mundo era sólo odio y dolor; en cambio,
el mundo, desde que le pisaban los santísimos pies de mi Jesús, era
amor y bien. Siendo sólo los pobres siervos de un despiadado patrón,
murieron sin cruzarse siquiera una vez con la mirada y la sonrisa de
mi Jesús; sin haber oído su palabra, que daba una riqueza al
espíritu por la que los indigentes se sentían ricos, los
hambrientos
hartos, los enfermos sanos, consolados los que sufrían.
Pues bien, Jesús no dice: "Yo,
que soy el Señor, te digo: haz esto". Conserva su anonimato. Y
la pequeñuela, tan simple que no comprendió ni siquiera al ver el
milagro de un manzano, desnudo incluso de hojas, que carga una rama
suya de manzanas para saciar su hambre, le sigue llamando "Señor",
como llamaba a su patrón Ismael y al cruel Jacob. Se siente atraída
hacia este Señor bueno porque la bondad siempre atrae. Pero nada
más. Le sigue con confianza. Le ama inmediatamente, instintivamente,
esta pobre criaturita sola en el mundo, ignorada voluntariamente por
el mundo, por ese "mundo importante de los poderosos y de los
que gozan de la vida" que quiere mantener en la sombra a los
inferiores para poderlos torturar más a gusto y explotar más
acerbamente.
9Más adelante sabrá quién era
aquel "Señor" que pobre como ella, sin casa ni
alimento, sin madre porque todo lo había dejado por amor al hombre
(también a esa pizquita de ser humano que era ella, pobre
criaturita niña) le había dado
___________________________
* Jesús
ha hablado de la infancia del espíritu en
un "dictado" del mismo día, recogido en el volumen ''I
quaderni del 1944".
milagrosos
frutos, queriéndole quitar de sus labios y su corazón el amargor de
la maldad humana que crea el odio de los desvalidos contra los
poderosos, con un fruto del Padre, no con un mendrugo de pan ofrecido
tarde y que para ella habría tenido en todo caso sabor de dureza y
llanto. ¡Ah, verdaderamente esas manzanas recordaban el pomo del
Paraíso Terrenal! Fruto nacido en la rama para el Bien y para el
Mal, determinaría redención de todas
las miserias la primera la de la ignorancia de Dios
para los dos huerfanitos; determinaría castigo para aquel que,
conociendo ya la Palabra, había obrado como si no la conociera.
Sabrá más adelante, de boca de la mujer buena que en nombre de
Jesús la acogió, quién era Jesús: para ella Salvador
repetidamente: del hambre, de la intemperie, de los peligros del
mundo, del pecado original.
Pero, para ella, Jesús tuvo
siempre la luz de aquel día, bajo esa luz le vio siempre: el Señor
bueno con bondad de cuento infantil, el Señor que tenía caricias y
dones, el Señor que le había hecho olvidar que no tenía ni padre
ni madre, ni casa ni vestidos, porque había sido para ella bueno
como su padre y dulce como su madre y había ofrecido un nido para el
cansancio de los dos, su pecho y el de otros hombres buenos que
estaban con Él, y abrigo para la desnudez de los dos, su manto y el
de otros hombres buenos que con Él estaban. Una luz paterna y suave,
que no se apagó con el flujo de las lágrimas, ni siquiera cuando
supo que había muerto atormentado en una cruz; ni siquiera cuando,
pequeña fiel de la primera Iglesia, vio el aspecto del rostro de su
"Señor" con los golpes y las espinas y pensó cómo era Él
ahora, en el Cielo, a la derecha del Padre. Una luz que le sonrió en
su
última hora de la tierra, y la condujo sin temor hacia su Salvador.
Una luz que le sonrió una vez más con inefable dulzura en el fulgor
del Paraíso.
10Jesús te mira a ti también
así. Vele siempre como le veía tu lejana homónima y siéntete
feliz de este amor suyo. Sé sencilla, humilde, fiel, como la pobre y
pequeña María que has conocido. Ve adónde ha llegado, a pesar de
que fuera una pobre ignorantilla de Israel: al corazón de Dios. El
Amor se le reveló como se ha revelado a ti y se hizo docta con la
verdadera Sabiduría.
Ten fe, vive
en la paz. No existe miseria alguna que mi Hijo no pueda transformar
en riqueza; no hay soledad alguna que no pueda colmar; como tampoco
hay falta alguna que no pueda borrar. El
pasado no existe, cuando el amor le anula. Ni
siquiera un pasado horrendo. ¿Temerás tú
si no temió Dimas el ladrón? Ama, ama y no tengas miedo de nada.
Mamá te deja con su bendición».
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