434. Trabajos
manuales en Nazaret y parábola de la madera barnizada.
10 de mayo de 1946.
1El
tosco hogar del taller está encendido, después de tanto tiempo de
inactividad, y el olor de la cola hirviendo en un recipiente se
mezcla con el típico olor del serrín y las virutas recién sacados,
es más, que están saliendo, al pie de uno de los bancos de
carpintero.
Jesús trabaja con ahínco unas
tablas de madera, que, con la ayuda de la sierra y del cepillo, se
transforman en patas de sillas, cajones, etc. Unos muebles, los
modestos muebles de la casita de Nazaret, han sido llevados al
taller: el hintero, para repararlo; uno de los telares de María; dos
taburetes; una escalera de hortelano; un pequeño arquibanco; y la
puerta del horno, creo, corroída en la parte de abajo, quizás por
los ratones. Jesús trabaja en arreglar lo que el use y el tiempo han
consumido.
Tomás, por su parte, con todo
un equipo de pequeños instrumentos de orfebre, sacados de su talego,
que yace encima de su lecho (colocado, como el del Zelote, contra la
pared), trabaja con mano ligera unas láminas de plata. Y el golpeteo
de su martillito en el buril, que da sonido de plata, se funde con el
vigoroso ruido de los instrumentos de trabajo usados por Jesús.
De vez en cuando intercambian
algunas palabras, y Tomás está tan contento de estar allí con el
Maestro y en su trabajo de orfebre y, efectivamente, lo dice
, que durante las pausas del diálogo silba entre dientes muy
bajo. De vez en cuando levanta los ojos y piensa, fijando su mirada,
absorto, en la pared ahumada de la espaciosa habitación.
Jesús advierte esto y dice:
«¿Sacas la inspiración de aquella pared negra, Toma? Verdad es que
así la ha puesto el largo trabajo de un justo, pero no me parece que
pueda dar motivos a un orfebre...».
«No, Maestro, un orfebre,
efectivamente, no puede representar con el metal rico la poesía de
la santa pobreza... Pero sí puede, con su metal, representar cosas
bellas de la naturaleza, y ennoblecer así el oro y la plata imitando
con ellos las flores, las hojas, que hay en la creación. Pienso en
esas flores, en esas hojas, y, para recordar exactamente su aspecto,
miro fijamente así con los ojos a la pared, pero en realidad veo los
bosques y los prados de nuestra Patria, las hojas livianas, las
flores que parecen copas o estrellas, la compostura de escapos y
frondas...».
«Eres un poeta, entonces, un
poeta que canta en el metal lo que otro canta en el pergamino con la
tinta».
«Sí. Efectivamente, el orfebre
es un poeta que escribe en el metal las bellezas de la naturaleza.
Pero nuestra obra, de arte y bella, no vale cuanto la tuya, humilde y
santa, porque la nuestra sirve para la vanidad de los ricos, mientras
que la tuya sirve para la santidad de la casa y la utilidad del
pobre».
«Es como dices, Tomás» dice
el Zelote, que se ha asomado a la puerta que da al huerto, con la
túnica ceñida, remangado, un viejo mandil delante y en la mano un
recipiente con barniz.
Jesús y Tomás se vuelven a
mirarle, sonriendo. Y Tomás responde: « Sí, es como digo. Pero
quiero que al menos en alguna ocasión el trabajo del orfebre sirva
para adornar una... cosa buena, santa...».
«¿Qué?».
«Es un
secreto mío. Hace mucho que pienso esto, y, desde que fuimos a Ramá,
llevo conmigo un pequeño equipo de orfebre esperando este momento.
2¿Y
tu trabajo, Simón?».
«¡Yo no soy un artífice
perfecto como tú eres, Toma! Es la primera vez que tengo el pincel
en la mano, y mis tinturas son desiguales, a pesar de que ponga toda
mi buena voluntad. Por eso he empezado por las partes más...
humildes... para coger algo de práctica... y te aseguro que mi
impericia le ha hecho a la niña reírse con ganas. ¡Pero eso me
hace feliz! Cada hora que pasa renace a una vida serena, y es lo que
se requiere para borrar el pasado y hacerla completamente nueva, para
ti, Maestro».
«Ya, pero quizás Valeria no
cede...» dice Tomás.
«¿Y qué crees que le puede
importar el tenerla o no tenerla? Si la tenía consigo, era sólo
para no dejarla sola por el mundo. Y la verdad es que sería una
buena cosa el que la niña estuviera a salvo para siempre y en todo,
en el espíritu sobre todo. ¿No es verdad, Maestro?».
«Es verdad. Hay que orar mucho
por esto. La criatura es sencilla y buena realmente, y educada en la
Verdad podría dar mucho. Tiende instintivamente a la Luz».
«¡Claro! No tiene consuelos en
la Tierra... y la pobrecita los busca en el Cielo. Yo creo que,
cuando tu Buena Nueva pueda ser predicada por el mundo, los primeros
que la acogerán, y los más numerosos, van a ser precisamente los
esclavos, los que no tienen ningún consuelo humano y se refugiarán
en tus promesas para tenerlos... Y yo digo que, si me toca
precisamente este honor de predicarte, tendré un especial amor por
estos desdichados...».
«Harás bien, Tomás» dice
Jesús.
«Sí, pero ¿cómo vas a tomar
contacto con ellos?» .
«Seré orfebre para las damas
y... maestro para sus esclavos. Un orfebre entra en las casas, o a su
casa vienen los siervos de los ricos... y trabajaré... Dos metales:
los de la Tierra para los ricos... los de los espíritus para los
esclavos».
«Que Dios te bendiga por estos
propósitos, Toma. Persevera en ellos...».
«Sí, Maestro».
3«Bueno,
ahora que ya has respondido a Tomás, ven conmigo, Maestro... a ver
mi trabajo y a decirme qué es lo que debo barnizar ahora. Cosas
humildes todavía, porque soy un obrero con muy poca habilidad».
«Vamos, Simón...» y Jesús
deja sus herramientas y sale con el Zelote...
Vuelven después de un poco de
tiempo. Jesús señala la escalera de hortelano: «Pásale el barniz
a ésa. El barniz hace impenetrable la madera y la conserva más,
además de hacerla más bonita. Es como la defensa y embellecimiento
de las virtudes en el corazón humano. Puede ser agreste, tosco...
Pero, en cuanto las virtudes le visten, se hace hermoso, agradable.
Mira, para obtener una tinta bonita y un servicio real de ella, es
necesario tener en cuenta muchas cosas. La primera: tomar con
atención lo que se necesita para hacerla. O sea, un recipiente que
no tenga tierra o residuos de otras tintas anteriores, aceites buenos
y buenos colores, y, con paciencia, mezclar, trabajar, hacer un
líquido que no sea ni demasiado denso ni demasiado líquido. No
cansarse de trabajar mientras no esté disuelto hasta el más pequeño
grumo. Una vez hecho esto, hay que coger un pincel que no pierda las
cerdas, que no las tenga ni excesivamente duras ni excesivamente
blandas, que esté bien limpio de cualquier tinte precedente. Antes
de aplicar el barniz, hay que quitar las asperezas de la madera y los
viejos barnices descascarillados y el barro y todo. Luego, así, con
orden, hay que tener mano segura en ir siempre en una dirección,
extender con paciencia, mucha paciencia, el barniz. Porque en una
misma tabla hay distintas resistencias. En los nudos, por ejemplo, el
barniz queda más liso, es verdad, pero en ellos la tintura se fija
mal, como si la materia leñosa la rechazara. Al contrario, en las
partes blandas de la madera el barniz se fija enseguida, pero las
partes blandas generalmente son poco lisas, y entonces pueden
formarse pequeñas bolsas, o estrías... Estos casos se deben
solucionar extendiendo el color con mano constante. Luego hay, en los
muebles viejos, partes nuevas, como este peldaño, por ejemplo. Y,
para que no se vea que la pobre escalera está apañada pero que es
muy vieja, hay que arreglárselas para que tanto el peldaño nuevo
como los viejos resulten iguales... ¡Mira, así!».
Jesús, agachado al pie de la
escalera, mientras habla trabaja...
4Tomás,
que ha dejado sus buriles para ir a ver, pregunta: «¿Por qué has
empezado por la parte de abajo en vez de por la de arriba? ¿No era
mejor hacer lo contrario?».
«Parecería mejor, pero no lo
es. Porque la parte de abajo es la que está más deteriorada y la
que está destinada a deteriorarse más, porque apoya en el suelo.
Por ese motivo debe trabajarse varias veces abajo. Una primera mano,
luego una segunda, y una tercera si es necesario... y, para no estar
ociosos esperando a que la parte de abajo se seque para poder dar una
nueva mano, barnizar mientras tanto la parte alta, luego el centro de
la escalera».
«Pero al hacerlo uno se puede
manchar la túnica y puede estropear las partes barnizadas antes».
«Con cuidado, uno no se mancha
y no se estropea nada. ¿Ves? Se hace así. Se recoge la túnica y se
está separado. No por asco de la tintura, sino para no dañar la
tintura que, por haber sido dada poco antes, es delicada».
Y Jesús, elevados los brazos,
barniza ahora la parte alza de la escalera. Y sigue hablando.
«Así se
hace con las almas. He dicho al principio que el barniz es como el
embellecimiento de las virtudes en los corazones humanos.
Embellecimiento y preservación de la madera contra la carcoma, las
lluvias y el sol intenso. ¡Mal le irá al amo de casa que no tenga
cuidado de las cosas barnizadas y las deje deteriorarse! Cuando se ve
que la madera pierde su barniz, sin perder tiempo, hay que poner
barniz nuevo. Refrescar la pintura... También las virtudes, puestas
en un primer momento de impulso hacia la justicia, pueden
deteriorarse o desaparecer del todo, si el amo de la casa no vigila;
y la carne y el espíritu, desnudos, a merced de la intemperie y de
los parásitos, o sea, de las pasiones y de las disipaciones, pueden
sufrir el asalto de estos elementos, perder la túnica que los
embellece, terminar siendo... válidos sólo para el fuego. Por
tanto, bien sea en nosotros, bien sea en aquellos a quienes amamos
como discípulos nuestros, cuando se notan agrietamientos,
decoloraciones, en las virtudes colocadas como defensa en nuestro yo,
es necesario, en seguida, poner remedio con un trabajo asiduo,
paciente, hasta el final de la vida, para que uno pueda dormirse en
la muerte con una carne y un espíritu dignos de la resurrección
gloriosa. Y para que las virtudes sean verdaderas, buenas, hay que
empezarlas con una intención pura, valiente, que elimina todo
detrito, todo resto de tierra, y trabajar para no dejar
imperfecciones en la formación virtuosa, y luego tomar una actitud
ni demasiado dura ni demasiado indulgente, porque tanto la
intransigencia como la excesiva indulgencia perjudican. Y el pincel,
la voluntad, debe estar limpio de las preexistentes tendencias
humanas, que podrían hacer vetas en la tintura espiritual con rayas
materiales; y uno se debe preparar a sí mismo o preparar a
otros, con oportunas operaciones, trabajosas, es verdad, pero
necesarias para limpiar al viejo yo
de toda vieja lepra, para tenerle limpio en orden a recibir la
virtud. Porque no se puede mezclar lo viejo con lo nuevo.
Luego empezar
el trabajo, con orden, con reflexión. No saltar acá o allá sin un
serio motivo. No ir un poco en un sentido y un poco en el otro. Uno
se cansaría menos, es verdad. Pero el barniz quedaría irregular.
Como sucede en las almas desordenadas. Presentan lugares perfectos,
pero al lado de éstos se ven errores, color distinto... Insistir en
los puntos resistentes a la tinta, en los nudos, maraña de la
materia o de pasiones desordenadas, que están mortificados, sí, por
la voluntad (la cual, como un cepillo, los ha alisado fatigosamente),
pero que siguen oponiendo resistencia como un nudo tajado pero no
destruido. Y a veces engañan, porque parecen ya bien revestidos de
virtud, cuando en realidad tienen sólo un velo ligero que cae
inmediatamente. Estar atentos a los nudos de las concupiscencias.
Haced que encima de ellos, una y otra vez, sea puesta la virtud, para
que no reemerjan y afeen el yo
nuevo. Y en las partes blandas, en las partes tendentes a deformarse
que reciben con demasiada facilidad el barniz, pero que lo reciben
según su tendencia, con bolsas y rayas, insistir en lijar con la
piel de pescado, lijar, lijar, para dar una o más manos de barniz,
para que esas partes queden lisas como un esmalte compacto. Y atentos
a no sobrecargar. Pretender excesivamente en las virtudes hace que la
persona se rebele, se agite y salte al primer choque. No. Ni
demasiado ni demasiado poco. Justicia en el trabajo con uno mismo y
con las criaturas hechas de carne y alma.
5Y
si, como en la mayor parte de los casos porque las personas
como Áurea son excepciones y no regla hay partes nuevas
mezcladas con las viejas y las tienen los israelitas, que de
Moisés pasan al Cristo, y los paganos con su mosaico de creencias,
que no podrán ser anuladas de repente y emergerán con nostalgias y
recuerdos, al menos en las cosas más puras , entonces son
necesarios todavía más ojo y tacto, e insistir hasta que lo viejo
se homogeneíce con lo nuevo, haciendo uso de las cosas preexistentes
para completar las nuevas virtudes. Por ejemplo, en los romanos hay
mucho espíritu de Patria y valor viril. Estas dos cosas son casi
mitos. Pues bien, no tratéis de destruirlas, sino inculcad un
espíritu nuevo al espíritu patrio: el espíritu de hacer grande
también espiritualmente a Roma como centro de cristiandad; y usad la
virilidad romana para hacer fuertes en la fe a quienes son fuertes en
la batalla. Otro ejemplo: Áurea. El asco de una revelación brutal
la impulsa a amar lo puro y a odiar lo impuro. Pues bien, usad estas
dos cosas para conducirla a una perfecta pureza, odiando la
corrupción como si fuera el romano brutal.
¿Me
entendéis? Y haced de las costumbres medios para entrar. No
destruyáis brutalmente. No tendríais a mano inmediatamente con qué
edificar; substituid, más bien, poco a poco, lo que no
debe seguir
existiendo en un convertido, con caridad, paciencia, tenacidad. Y,
puesto que la materia, especialmente en los paganos, predomina, y
ellos, aunque estén convertidos, estarán siempre apoyados en el
mundo pagano, pues en él viven, insistid mucho en que se preserven
de la carnalidad. Detrás de la sensualidad entra todo lo demás.
Vigilad en los paganos la exasperación de la sensualidad, la cual,
confesémoslo, también está vivísima entre nosotros; y, cuando
veáis que el contacto con el mundo abre el barniz que preserva, no
sigáis dando pinceladas en lo alto, sino volved a la parte de abajo,
manteniendo en equilibrio el espíritu y la carne, lo alto y lo bajo.
Pero empezad siempre por la carne, por el vicio material, para
preparar a recibir al Huésped que no inhabita en cuerpos impuros con
espíritus malolientes por corrupciones carnales... ¿Me entendéis?
Y no temáis
corromperos tocando con vuestra túnica lo bajo, lo material, de
aquellos cuyo espíritu cuidáis. Con prudencia, para no ser causa de
ruina en vez de causa de edificación. Vivid recogidos en vuestro yo
nutrido de Dios, envuelto en virtud; moveos con delicadeza,
especialmente cuando tengáis que ocuparos del sensibilísimo yo
espiritual de los demás: ciertamente lograréis hacer seres dignos
del Cielo incluso de los seres más despreciables».
6«¡Qué
parábola más hermosa non has expuesto! Voy a escribirla para
Margziam» dice el Zelote.
«Y para mí, que debo ser
hecha toda hermosa para el Señor» dice lentamente, buscando las
palabras, Áurea, que, descalza, está desde hace un poco de tiempo
erguida en la puerta que da al huerto.
«¡Oh! ¡Áurea! ¿Nos estabas
escuchando?» pregunta Jesús.
«Te
estaba
escuchando. ¡Es tan bonito! ¿He hecho mal?».
«No, niña. ¿Hace mucho que
estás aquí?».
«No. Y lo siento, porque no sé
lo que has dicho antes. Me ha mandado aquí tu Madre para
decirte que dentro de poco es la hora de la comida. Se va a sacar de
un momento a otro el pan del horno. He aprendido a hacerlo yo... ¡Qué
bonito! Y he aprendido a blanquear la tela, y sobre el pan y la tela
tu Madre me ha dicho otras dos parábolas».
« ¡Ah, sí? ¿Qué ha dicho?».
«Que yo soy
como una harina todavía con el salvado, pero tu bondad me depura, tu
gracia trabaja en mí y tu apostolado me forma, tu amor me cuece y de
harina fea mezclada con mucho salvado pasaré a ser, si dejo que
trabajes en mí, harina de hostia, harina y pan de sacrificio, que
sirve para el altar. Y en la tela, que era obscura, oleosa, áspera,
y que después de mucha jabonera y muchos golpes se ha limpiado y se
ha hecho suave, ahora el Sol va a meter sus rayos, y será blanca...
Y me dijo que lo mismo hará de mí el Sol de Dios, si yo estoy
siempre bajo el Sol y acepto lavaduras y mortificaciones para llegar
a ser digna del Rey de los reyes, de ti, mi Señor. 7¡Qué
cosas más bonitas aprendo!... Me parece un sueño... ¡Bonito!
¡Bonito! ¡Bonito! Aquí todo es bonito... ¡No me mandes a otro
sitio, Señor!».
«¿No irías con gusto con
Mirta y Noemí?» .
«Preferiría aquí... Pero...
también con ellas. Pero con romanos no, no, Señor...».
«¡Ora, niña!» dice Jesús
poniendo su mano en sus cabellos color rubio miel. «¿Has
aprendido la oración?».
«¡Oh! ¡Sí! ¡Es tan bonito
decir: "¡Padre mío!" y pensar en el Cielo... Pero... la
voluntad de Dios me da un poco de miedo... porque no sé si Dios
quiere lo que yo quiero...».
«Dios quiere tu bien».
«¿Sí? ¿Dices eso Tú?
Entonces ya no tengo miedo... Siento que me quedaré en Israel... a
conocer cada vez más a este Padre mío... Y... a ser la primera
discípula de Galia, ¡oh mi Señor!».
«Tu fe será escuchada porque
es buena. Vamos...».
Y salen todos. Van a lavarse a
la pila que está debajo del manantial, mientras Áurea corre ligera
donde María. Y se oyen dos voces femeninas: de palabra ágil la de
María; titubeante, como de quien busca las palabras, la otra; y
risitas agudas por algún error lingüístico que María corrige
dulcemente...
«Aprende pronto y bien la niña»
observa Tomás.
«Sí. Es buena y voluntariosa».
«¡Y, además, tu Madre es
maestra!... ¡Ni Satanás le opondría resistencia!...» dice el
Zelote.
Jesús suspira pero no habla...
«¿Por qué suspiras así,
Maestro? ¿No es como he dicho?».
«Lo has dicho muy bien. Pero
hay hombres más resistentes que Satanás, que al menos huye de la
presencia de María. Hay hombres que están a su lado y que, aun
siendo adoctrinados por ella, no mejoran...» .
«¿Pero no nosotros, no?» dice
Tomás.
«No vosotros... Vamos...».
Entran en casa y todo termina.
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