Queridos amigos y amigas:
Para entender bien algunas cosas, hay que remontarse a los orígenes. Por ejemplo, para comprender cómo se comporta una persona, es muy útil conocer qué es lo que más recibió de pequeña –abrazos, caprichos o golpes-, o para entender lo que hace un grupo en el presente, es bueno saber de dónde viene, en qué contexto surgió, quién estuvo en sus comienzos. El origen condiciona el presente, siendo la plataforma desde donde se desarrolla la libertad.
Hoy el Evangelio nos remonta a los orígenes: “En el Principio…”. Y si damos crédito a esta palabra, lo que hubo en el principio nos podrá aclarar algo sobre el presente.
Y ¿qué hubo “en el Principio”?
“En el Principio” había Silencio. Porque para que resuene una palabra, tiene que haber silencio. El silencio de un universo aún sin proyecto, sin comienzo. El gran silencio donde se sueñan los grandes sueños… para que un día puedan llegar a ser realidad. El silencio del amor con el que se miran los enamorados, con esa mirada cómplice donde no hacen falta las palabras. El Silencio del Amor del Dios trinitario.
“En el Principio” había Palabra. La palabra, el contenido, que irrumpe y crea la realidad. Crea, organiza, recrea… La Palabra que deshace el caos y que ordena la vida. La Palabra que expresa lo que Dios soñó, que no es otra cosa que la imagen acabada de su ser en relación: el Hijo.
“En el Principio” había Vida. La Vida en abundancia es el proyecto de Dios para el mundo. Personificada en su Hijo, esa Vida está llamada a desarrollarse, en todas sus dimensiones, entre nosotros. Y para ello, Dios ha venido a nosotros y nos ha hecho co-creadores de vida.
“En el Principio” había Luz. Luz que alumbra, que ilumina, que da seguridad, que orienta, que quita las cegueras… Luz para vivir…
Si “en el Principio” hubo Silencio, Palabra, Vida y Luz, es porque estamos llamados al silencio, a la palabra, a la vida y a la luz. No te conformes con menos. Ni dejes que otros lo hagan. Díselo de manera que lo entiendan.
Como Juan Bautista en su tiempo: “no era la luz, sino testigo de la luz”. También a ti se te ha dado ser, a tu medida y en tu contexto, “testigo de la luz”. ¡Qué grande! Que en el año que comienza mañana puedas avanzar en este camino personal y misionero.
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