28 de noviembre de 1975
OBRA MAESTRA DE LA TRINIDAD
Hijo mío, escribe:
Te he dicho ya cómo quiero a mis sacerdotes aunque me he limitado a las cosas principales.
Ahora quisiera hacerte comprender cómo al sacerdote sensible y atento a las llamadas de la gracia, lo quiero plasmar, naturalmente
no sin su consentimiento.
A veces me basta con que no ponga obstáculos a la obra de mi cincel, obra que no sólo enriquece al sacerdote de méritos y de
virtudes, sino que lo hace una obra maestra de la divina Trinidad.
De él se deleita el Padre, de él se goza el Espíritu Santo, quien se servirá de sus labios para manifestar la sabiduría que irradiará luz
en las almas.
De él está contento su Jesús, que hará de él una cascada de gracias que penetrará las almas con las que esté en contacto.
De él Jesús hará otro Sí mismo, que pasará por el mundo atrayendo hacia sí con la fuerza de la oración, con la potencia del
sufrimiento.
Como Yo, triunfará en las humillaciones y en las incomprensiones de aquellos que lo rodean.
Hijo, el sacerdote que Yo quiero debe estar atento a mis palabras.
El sacerdote que Yo quiero debe estar atento hacia Mí en la
donación de todo él mismo a Mí y a los hermanos, como Yo me he dado todo al Padre y todo a vosotros.
El sacerdote, según mi ejemplo, debe ser el hombre de la oración.
Árido desierto
Hijo mío ¡qué vuelco de situación en mi Iglesia! No se reza o se reza mal, es una oración material.
Por esto no hay más vocaciones.
Cómo podría Yo suscitar vocaciones para hacer de ellos no sacerdotes, sino servidores de Satanás,
porque ésta es la realidad; muchos sacerdotes en vez de ser mis ministros se han puesto al servicio del Demonio.
Mis verdaderos sacerdotes saben bien que a la oración se le debe dedicar un tiempo considerable; es solamente con la oración y
con el sufrimiento, hoy aborrecido, con lo que el sacerdote se vuelve fuerte por la misma fortaleza mía.
El sacerdote que quiero Yo, vive de fe. Es imposible que un sacerdote no sea el hombre de la fe.
¿Pero crees tú que tuviesen fe los que me han abandonado para correr tras los fatuos placeres del mundo? ¿Crees tú que tienen una
gran fe todos los que han quedado?
No, por desgracia...
¡Qué horrorosa aflicción, qué árido desierto ha creado el Enemigo en mi Iglesia!
El sacerdote que Yo quiero, el sacerdote de la Iglesia purificada para una nueva vida, debe tener en sí, también el fuego del amor.
¿No he venido a la tierra para encender el fuego y qué quiero sino que el fuego arda y se inflame hasta crear un gran incendio?
Sin
embargo los corazones de algunos pastores y de muchos sacerdotes están hinchados de soberbia y por lo tanto de egoísmo.
El verdadero sacerdote me anhela día y noche a Mí, como el ciervo sediento anhela aguas frescas y limpias.
¿Crees tú que me buscan tantos sacerdotes de esta generación?
No, hijo mío, desean el coche, sueñan con el matrimonio, aman los
salones, los lugares públicos, algunos incluso los cafés, aman las películas hasta inmorales, se pegan a la televisión.
Algunos tienen corazón para todas las vanidades y comodidades, menos para su Dios. En vez de ¡Dios sobre todas las cosas!
¡Todas las cosas sobre Dios!...
No tienen el valor
¿Y los Obispos? Algunos de ellos duermen.
Si saben, no tienen el valor de echar mano a la segur, y entonces buscan nuevos
medios, nuevos caminos.
Nuevos caminos no existen, como tampoco existen otros medios fuera de los indicados por Mí, frutos de
mi Redención.
Los Obispos, en nombre de la prudencia, continúan cometiendo imprudencias. ¡Cuántas han cometido, con daño gravísimo para las
almas y para la Iglesia a la que han sido llamados a presidir!
En nombre de la prudencia duermen porque, en muchos casos, son los miedosos que fingen un amor y un cuidado que
no tienen, y una paternidad que, en no pocos casos, no es sincera.
Hay quien obra por cálculo; pero el amor no hace cálculos, el amor marcha en otra dirección, el amor todo lo supera, todo lo vence
y no se pierde en tonterías. El amor es fuego que arde, que quema, que no se detiene.
Lean bien a San Pablo sobre este punto y muchos de ellos deberán admitir que marchan por un camino opuesto, o casi, al indicado
por el Apóstol.
Te he dicho, en mensajes anteriores, que Yo quiero a mis sacerdotes santos; ahora te he especificado mejor lo que el sacerdote debe
y lo que no debe ser para llegar a ser santo.
Te bendigo, hijo mío. Reza y sufre por la conversión de los sacerdotes.
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