VOLUMEN SÉPTIMO
433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea.
9 de mayo de 1946.
1Viniendo
de Seforí, se entra en Nazaret por el noroeste, o sea, por la parte
más alta y pedregosa. El anfiteatro en que, a escalones, se extiende
Nazaret se muestra todo en cuanto se alcanza la cresta del collado,
que es el último si se viene de Seforí, y que desciende hacia la
pequeña ciudad, por barrancos, con declive más o menos pronunciado.
Si reconozco bien el lugar ha pasado tiempo y muchos lugares
de montaña se parecen , este en que se encuentra Jesús es
justamente* el sitio en que sus conciudadanos intentaron lapidarle y
Él los detuvo con su poder y pasó en medio de ellos.
Jesús se para a mirar a su
ciudad amada y hostil. Una sonrisa de contento le ilumina el rostro.
¡Qué bendición, ignorada e inmerecida por los nazarenos, esta
sonrisa divina que se derrama y expande en gracias sobre esta tierra
que le recibió de niño y le vio crecer, y donde su Madre nació y
vino a ser Esposa de Dios y Madre de Dios!
También los dos primos miran a
su ciudad con una visible alegría, aunque la de Judas Tadeo está
impregnada de seriedad austera, grave, mientras que la de Santiago es
más abierta y dulce, más semejante a la de Jesús.
Tomás,
aunque no sea su
ciudad, tiene la cara que es un luminar de alegría, y dice,
señalando hacia la casita de María del horno salen círculos
de humo -: «La Madre está en casa y está haciendo el pan...» y
dice estas sencillas palabras con tanto fuego de amor, que parece
como si hablara de la propia madre con todo el afecto de un hijo.
El Zelote, más sosegado por la
edad y por la educación recibida, sonríe diciendo: «Sí, y su paz
ya llega a nuestros corazones».
«Vamos pronto» dice Santiago.
«Vamos a pasar por este sendero para llegar sin que casi nos vean
los nazarenos. Nos entretendrían...».
«Pero os alejáis de vuestra
casa... También vuestra madre deseará veros».
«Puedes estar seguro, Simón,
de que nuestra madre está en casa de María. Está allí casi
siempre... Y estará, porque están haciendo el pan, y por la niña
enferma...».
«Sí, vamos por aquí.
Llegaremos al seto de nuestro huerto pasando por detrás del huerto
de Alfeo» dice Jesús.
Bajan a buen paso por el
sendero: muy inclinado al principio, más suave cuando está ya cerca
de la ciudad. Pasan por olivares, luego por pequeñas parcelas ya sin
mieses, y pasan muy cerca de los primeros huertos de la ciudad. Y los
altos setos de tupidas frondas que rodean a aquellos o hacia los
cuales se pliegan las frondas de los árboles pesados de fruta, o
los muretes de piedra seca cubiertos
______________________
* justamente
el sitio es
el del parágrafo 106.4. Al final del periodo, MV añade en el
manuscrito original: (Lucas,
cap. IV).
enteramente por las ramas que
cuelgan hacia fuera desde dentro de los huertezuelos, hacen que su
tránsito pase inadvertido por las amas de casa, que van y vienen por
los huertos, o hacen la colada y tienden la ropa en los pequeños
prados que hay cerca de las casas...
2El
seto toda una maraña de espinos durante el invierno, después
del enrojecimiento de los pequeños frutos en otoño, o todo un
adensarse de hojas durante el verano, después de la floración del
espino albar en primavera , que limita por un lado al huerto de
María, ahora está embellecido con una exuberante planta de jazmín
y con un ondear de cálices de una flor cuyo nombre desconozco; estas
plantas, desde el interior del huerto, extienden sus ramas sobre el
seto, de forma que hacen a éste más tupido y hermoso; un curruco
canta en su espesura, y del interior del huerto llega el zureo de las
palomas.
«También la
barrera está resguardada y toda cubierta de ramas en flor» dice
Santiago, que ha ido más deprisa y se ha adelantado a mirar la
rústica cancilla de detrás del huerto, la que después de años de
no servir para nada fue usada para que entrara* y saliera el
carrito
de Pedro para Juan y Síntica.
«Vamos por el sendero y
llamamos a la puerta. A mi Madre le dolería ver estropeada esta
barrera» le responde Jesús.
«¡Su huerto cerrado!»**
exclama Judas Tadeo.
«Sí. Y Ella es su rosa» dice
Tomás.
«El lirio entre los espinos»
dice Santiago.
«La fuente sellada» dice el
Zelote.
«Mejor: el manantial de agua
viva que, brotando con ímpetu del monte hermoso, da a la Tierra el
Agua de Vida y surte con su perfumada pureza hacia el Cielo» dice
Jesús.
«Dentro de poco estará dichosa
viéndote» dice Santiago.
3«Hermano
mío, dime una cosa que desde hace tiempo deseo saber. ¿Cómo ves Tú
a María? ¿Como Madre o como súbdita? Es madre para ti, pero es
mujer y Tú eres Dios...» dice Judas Tadeo.
Como hermana y esposa, como
delicia y reposo del Dios y como conforte del Hombre. Yo veo y tengo
todo en María, como Dios y como Hombre. Aquella que era la Delicia
de la Segunda de la Tríada en el Cielo, Delicia del Verbo y del
Padre y del Espíritu, es la Delicia del Dios Encarnado, y lo será
del Hombre Dios glorificado».
«¡Qué misterio! ¿Entonces
Dios se ha privado dos veces de sus complacencias? En ti y en María,
y os ha dado a la Tierra...» medita el Zelote.
«¡Qué amor! Esto es lo que
debes decir. El amor impulsó a la Tríada a dar a María y a Jesús
a la Tierra» dice Santiago.
_________________________
* fue
usada para que entrara..., como
se narra en 313.6.
**
huerto cerrado y
las
otras
imágenes, que en el presente capítulo se aplican a María Stma.,
están sacadas de: Cantar
de los Cantares 2, 2; 4, 8 12,; 4, 15; 5, 1; 8, 11 12.
«Y, no por ti que eres Dios,
sino por su Rosa, ¿no temió confiarla a los hombres, todos ellos
indignos de tutelarla?» pregunta Tomás.
«Toma, el Cantar te responde:
"El Pacífico tenía una viña y la confió a los viñadores,
los cuales, profanadores azuzados por el Profanador, muchas sumas de
dinero habrían dado por poseerla, o sea, todas las seducciones para
seducirla, pero la Viña hermosa del Señor se custodió por sí
sola, y no quiso dar sus frutos sino al Señor y a Él abrirse y
generar el Tesoro sin precio: el Salvador"».
4Ya
han llegado a la puerta de la casa. Judas de Alfeo comenta, mientras
Jesús golpea en la puerta cerrada: «Habría que decir: "Ábreme,
hermana mía esposa, amada, paloma, inmaculada"...».
Pero, cuando la puerta se
entreabre y aparece el dulce rostro de la Virgen, Jesús dice sólo
la más dulce de las palabras, abriendo los brazos para recibirla:
«¡Mamá!».
«¡Oh, Hijo mío! ¡Bendito!
Entra. ¡La paz y el amor estén contigo!».
«Y a mi Madre y a la casa y a
quien en ella está» dice Jesús entrando, seguido por los otros.
«Allí está vuestra madre. Las
dos discípulas están con el pan y la colada...» explica María
después del saludo recíproco con los apóstoles y sobrinos. Y
éstos, discretos, se retiran, para dejar solos a la Madre y al Hijo.
«Aquí me tienes, Madre mía.
Estaremos juntos bastante... Qué dulce es el regreso... la casa y,
sobre todo, tú, Madre, después de tanto camino en medio de los
hombres...».
«Que cada vez te conocen más
y, por este conocimiento, se dividen en dos ramas: los que te aman...
y los que te odian... Y la rama más gruesa es la última...».
«El Mal
siente que pronto va a ser vencido y está furioso... y hace
enfurecer... 5¿Cómo
está la niña?».
«Levemente
mejor... Pero estuvo a punto de morir... Y sus palabras, ahora que no
delira, corresponden, aunque más reservadas, a las
que le salían en el delirio. Sería
mentir decir que no hemos reconstruido su historia...
¡Pobrecilla!...».
«Sí. Pero la Providencia veló
por ella».
«¿Y ahora?...».
«Y ahora... No sé. Áurea no
me pertenece como tal niña. Su alma es mía; su cuerpo, de Valeria.
Por ahora estará aquí, para olvidar...».
«Mirta la querría».
«Lo sé... Pero no tengo el
derecho a actuar sin el permiso de la romana. Tampoco sé si la
adquirieron con dinero o si usaron sólo el arma de las promesas...
Cuando la romana la solicite...».
«Iré yo por ti, Hijo mío. Es
mejor que no vayas Tú... Déjalo en manos de tu Mamá. Nosotras
mujeres... seres ínfimos para Israel, no somos tan observadas, si
vamos a hablar con los gentiles. ¡Y tu Mamá es tan desconocida para
el mundo! Ninguno advertirá la presencia de una hebrea lugareña
que, envuelta en su manto, va por las calles de Tiberíades y llama a
la casa de una dama romana...».
«Podrías ir a casa de Juana...
y allí hablar con la dama...».
«Lo haré así, Hijo mío. ¡Que
tu corazón halle alivio, Jesús mío!... Estás muy afligido... Lo
comprendo... y quisiera hacer mucho por ti...».
« Y mucho haces, Mamá. Gracias
por todo tu que haces...».
«¡Oh! ¡Bien pobre ayuda soy,
Hijo mío! Porque no consigo que te amen, ni darte... dicha...
mientras se te concede tener un poco de dicha... ¿Qué soy,
entonces? Una bien pobre discípula...».
«¡Mamá! ¡Mamá! ¡No digas
eso! Mi fuerza me viene de tus oraciones. Pensando en ti descansa mi
mente, y ahora el corazón halla conforte estando así, con mi cabeza
en tu corazón bendito... ¡Mamá mía!...».
Jesús, sentado en el arquibanco
que está junto a la pared, ha arrimado hacia sí a su Madre, erguida
al lado de Él, y apoya la frente sobre el pecho de María, la cual,
levemente, acaricia sus cabellos... Una pausa toda amor.
6Luego
Jesús alza la cabeza y se pone de pie. Dice: «Vamos donde los
otros, y donde la niña» y sale con su Madre al huerto.
Las tres discípulas, en el
umbral de la habitación donde está la joven enferma, hablan a ritmo
rápido con los apóstoles. Pero cuando ven a Jesús se callan y se
arrodillan.
«La paz a ti, María de Alfeo,
y a vosotras, Mirta y Noemí. ¿La niña duerme?».
«Sí, persiste la fiebre, que
la aturde y la consume. Si sigue así, morirá. Su tierno cuerpo no
resiste la enfermedad, y la mente se turba por los recuerdos» dice
María de Alfeo.
«Sí... y no reacciona porque
dice que quiere morirse para no volver a ver romanos...» confirma
Mirta.
«Un dolor para nosotras que ya
la queremos...» dice Noemí.
«¡No temáis!» responde Jesús
mientras se acerca a la entrada de la pequeña habitación y levanta
la cortina...
En el lecho que está pegado a
la pared, frente a la puerta, se ve la carita enflaquecida, sepultada
bajo la masa de los largos cabellos dorados, una carita de nieve,
excepto en los pómulos, que presentan un color rojo encendido.
Duerme con fatiga, profiriendo entre dientes palabras balbucientes,
incomprensibles, mientras, con la mano relajada encima de la
cubrecama, hace, de vez en cuando, un gesto como para rechazar algo.
Jesús no entra. La mira con
mirada de compasión. Luego llama fuerte: «¡Áurea! ¡Ven! ¡Está
aquí tu Salvador!».
La niña se sienta bruscamente
en el lecho, le ve y, emitiendo un grito, baja y corre, vestida con
una larga y suelta túnica, descalza, hacia Jesús, y se arroja a sus
pies diciendo: «¡Señor! ¡Ahora sí que me has liberado!».
«Está curada. ¿Veis? No podía
morir, porque antes debe conocer la Verdad». Y a la niña, que le
besa los pies, le dice: «¡Arriba! Y vive en paz» y le pone la mano
encima de la cabeza ya no febricitante.
Áurea, con su larga túnica de
lino, quizás una de la Virgen, tan larga que le forma cola, con los
cabellos sueltos como un manto sobre su esbelto cuerpo, con los ojos
grises azules brillantes todavía por la fiebre que acaba de
desaparecer y por la alegría que acaba de nacer, parece un ángel.
«Adiós. Nos retiramos al
taller mientras vosotras os ocupáis de la niña y de la casa...»
dice el Maestro; y, seguido por los cuatro, entra en el viejo taller
de José, y se sienta con los suyos en los bancos de carpintero
desusados...
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