436.
En el huerto de
Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la
Redención.
14 de mayo de 1946.
1Y
el sábado continúa, propiamente en el sábado. En la espléndida
mañana, no pesado aún el aire por el calor, es agradable estar
sentados, reunidos fraternal y pacíficamente debajo de la pérgola
llena de sombra, o donde el manzano que está al lado de la higuera y
del almendro proyecta, con éstos, manchas de sombra, prolongando la
de la pérgola en que madura la uva. Es bonito ir
y
venir paseando por los senderos que hay entre los cuadros, yendo de
la colmena hasta el palomar, desde éste hasta la pequeña gruta, y
luego, pasando detrás las mujeres María, María Cleofás, la
nuera de ésta: Salomé de Simón, Áurea , ir
hacia
los pocos olivos que desde el promontorio se alargan hacia el huerto
quieto. Y esto es lo que hacen Jesús y los suyos, María y las otras
mujeres. Y Jesús adoctrina incluso sin querer. Y María adoctrina
incluso sin querer. Y los discípulos del primero y las discípulas
de la segunda están atentos a las palabras de los dos Maestros.
Áurea, sentada en su taburetito
habitual a los pies de María, casi acuclillada, está con las manos
entrelazadas alrededor de las rodillas, la cara levantada, con los
ojos abiertos completamente y fijos en el rostro de María: parece
una niña escuchando una fábula. Pero no es una fábula, es una
hermosa verdad. María cuenta las antiguas historias de Israel a la
pequeña paganita de ayer, y las otras, aunque conozcan las historias
patrias, escuchan también con atención. Porque es muy dulce oír
fluir de esos labios la historia de Raquel, la de la hija de Jefté,
la de Ana de Elcaná.
2Judas
de Alfeo se acerca lentamente y escucha sonriendo. Está detrás de
María, que, por tanto, no le ve. Pero la mirada sonriente de María
Cleofás a su Judas advierte a María de que alguno está detrás de
Ella, y se vuelve: «¡Oh, Judas! ¿Has dejado a Jesús por
escucharme a mí, una pobre mujer?».
«Sí. Te
dejé a ti para ir
con
Jesús, porque la primera maestra mía fuiste tú, pero me es dulce
alguna vez dejarle a Él para venir contigo, a hacerme niño como
cuando era un escolar tuyo*. Continúa, te lo ruego...».
«Áurea quiere su premio todos
los sábados. El premio es narrarle aquello que más impresión le
haya causado de nuestra Historia (yo se la voy explicando un poco
cada día mientras trabajamos)».
También los otros se han
acercado... Judas Tadeo dice: «¿Y qué te gusta, niña?».
«Muchas cosas; todo, podría
decir... Pero, mucho mucho, Raquel, y Ana de Elcaná, luego Rut... y
luego... ¡ah!, es muy bonito Tobit y Tobías con el Ángel, y luego
la esposa que ora para ser liberada...».
______________________
*
cuando era un escolar tuyo,
como en 38.8/9.
«¿Y Moisés no?».
«Me da miedo... Demasiado
grande... Y en los profetas me gusta Daniel defendiendo a Susana».
Mira a su alrededor y susurra: «...también a mí me ha defendido mi
Daniel» y mira a Jesús.
«¡Pero también son bonitos
los libros de Moisés!» .
«Sí. Donde enseñan a no hacer
las cosas que son feas. Y también donde hablan de aquella estrella
que nacerá de Jacob. Yo ahora sé su nombre. Antes no sabía nada. Y
mi fortuna es mayor que la de aquel profeta, porque yo la veo, y
además de cerca. Ella me ha dicho todo, así que sé también yo»
termina con un cierto aire triunfal.
«¿Y la Pascua no te gusta?».
«Sí... pero... también los
hijos de los demás tienen mamá. ¿Por qué matarlos? Yo entre el
Dios que salva y el que mata, prefiero al primero...».
«Tienes
razón... 3María,
¿no le has contado todavía nada de su Nacimiento?» dice Santiago,
señalando al Señor, que escucha y calla.
«Todavía no. Quiero que
conozca bien el pasado, antes del presente; para comprender este
presente, que tiene su razón de ser en el pasado. Cuando lo conozca,
verá que el Dios que te produce miedo, el Dios del Sinaí, es un
Dios de amor severo, pero en todo caso amor».
«¡Oh,
Madre, dímelo ahora, que me costará menos esfuerzo comprender el
pasado cuando sepa el presente, que, por lo que yo sé de él, es muy
bonito y hace amar a Dios sin miedo! ¡Yo
necesito
no tener miedo!»
.
«La niña
tiene razón. Recordad siempre todos esta verdad cuando evangelicéis.
Las almas necesitan no tener miedo para ir a Dios con toda confianza.
Es lo que Yo me esfuerzo en hacer, y más aún cuando, o por
ignorancia o por culpas, están sujetos a temer mucho a Dios. Pero
Dios, incluso el Dios que castigó a los egipcios y que te produce
miedo, Áurea, es siempre bueno. Mira: cuando quitó la vida a los
hijos de los egipcios crueles, tuvo piedad con ellos, los cuales, no
creciendo, no se hicieron pecadores como sus padres, y dio tiempo de
arrepentirse a sus padres del mal cometido. Así pues, fue una severa
bondad. 4Hay
que saber distinguir la verdadera bondad de lo que es sólo debilidad
de educación. Cuando Yo era un pequeño infante, fueron asesinados
muchos pequeñuelos en el pecho mismo de sus madres. Y el mundo gritó
de horror. Pero, cuando el Tiempo ya no exista ni para los individuos
ni para la Humanidad entera, comprenderéis, una y mil veces, que
fueron afortunados, benditos en Israel, en la Israel de los tiempos
de Cristo, aquellos que, por haber sido exterminados en la infancia,
fueron preservados del mayor de los pecados, el de ser cómplices de
la muerte del Salvador» .
«¡Jesús!» grita María de
Alfeo poniéndose en pie, asustada, mirando a su alrededor como si
temiera ver salir a los deicidas de detrás de los setos y de los
troncos del huerto. «¡Jesús!» repite mirándole con pena.
«¿Es que ya no conoces las
Escrituras, que tanto te asombras de esto que digo?» le pregunta
Jesús.
«Pero... Pero... No es
posible... No debes permitirlo... Tu Madre...».
«Es Salvadora conmigo, y sabe.
Mírala a imítala».
María, en efecto, está
austera, regia con su palidez, que es intensa; e inmóvil. Tiene las
manos apoyadas en su regazo, apretadas, como en oración; alta la
cabeza, la mirada fija en el vacío...
5María
de Alfeo la mira. Luego se dirige de nuevo a Jesús: «¡Pero, de
todas formas, no debes hablar de este horrendo futuro! Le clavas una
espada en el corazón».
«Hace treinta y dos años que
está esta espada en su corazón».
«¡Nooo! ¡No es posible!
María... siempre tan serena... María...».
«Pregúntaselo a Ella, si no
crees en lo que digo».
«¡Sí que se lo pregunto! ¿Es
verdad, María? ¿Sabes esto?...».
Y María, con voz blanca pero
firme, dice: «Es verdad. Tenía Él cuarenta días cuando me lo dijo
un santo... Pero incluso antes... ¡oh!, cuando el Ángel me dijo
que, sin dejar de ser la Virgen, concebiría un Hijo, que por su
concepción divina sería llamado Hijo de Dios, lo que realmente es;
cuando se me dijo esto, y que en el seno de Isabel estéril estaba
formado un fruto por milagro del Eterno, no me fue difícil recordar
las palabras de Isaías: "La Virgen dará a luz un hijo que será
llamado Emmanuel"... ¡Todo, todo Isaías! Y donde habla del
Precursor... Y donde habla del Varón de dolores, rojo, rojo de
sangre, irreconocible... un leproso... por nuestros pecados... La
espada está en el corazón desde entonces, y todo ha servido para
hincarla más: el cantar de los ángeles y las palabras de Simeón y
la venida de los Reyes de Oriente, y todo, todo...».
«¿Pero, todo, qué otras
cosas, María mía? Jesús triunfa, Jesús hace prodigios, le siguen
turbas cada vez más numerosas... ¿No es, acaso, verdad?» dice
María de Alfeo.
Y María, siguiendo en la misma
postura, dice a cada pregunta: «Sí, sí, sí» sin congoja, sin
alegría, solamente asiente con serenidad, porque así es...
«¿Y
entonces? ¿Qué otro todo
te clava la espada en el corazón?».
«¡Oh!... Todo...».
6«¿Y
estás tan serena? ¿Tan serena? Siempre igual que cuando llegaste
aquí, casada, hace treinta y tres años. Y me parece ayer todo este
cúmulo de recuerdos... ¿Pero cómo tienes esta fuerza?... Yo... yo
estaría como loca... yo haría... no sé lo que haría... Yo...
¡Bueno, que no, que no es posible que una madre sepa esto y esté
serena!».
«Antes de ser Madre, soy hija y
sierva de Dios... Mi serenidad ¿dónde la encuentro? En hacer la
voluntad de Dios. Mi serenidad ¿de qué me viene? De hacer esta
voluntad. Si hiciera la voluntad de un hombre, podría sentirme
turbada, porque un hombre, aun el más sabio, siempre puede imponer
una voluntad errada. ¡Pero la de Dios!... Si Él ha querido que sea
Madre de su Cristo, ¿deberé acaso pensar que es un hecho cruel, y
perder en este pensamiento mi serenidad? ¿Saber lo que será la
Redención para Él, y para mí, también para mí, deberá turbarme
con el pensamiento de cómo voy a superar ese momento? ¡Oh! será
tremenda...» y María sufre un involuntario sobresalto, como un
escalofrío improviso, y cierra las manos como para impedirles
temblar, como para orar más ardientemente, mientras que su cara se
pone aún más blanca, y los párpados sutiles, con un parpadeo de
angustia, se cierran sobre sus dulces ojos garzos. Pero, después de
un profundo suspiro de congoja, reafirma su voz y termina: «Pero Él,
Aquel que me ha impuesto su voluntad y a quien sirvo con amor
confiado, me dará la ayuda para ese momento. A mí, a Él... Porque
no puede el Padre dictar designios demasiado fuertes para las fuerzas
del hombre; y socorre... siempre... Y nos socorrerá, Hijo mío...
nos socorrerá... Él nos socorrerá... y sólo podrá ser Él, que
tiene medios infinitos, el que nos socorra...».
«Sí, Madre. El Amor nos
socorrerá, y en el amor nos socorreremos recíprocamente. Y en el
amor redimiremos...».
Jesús se ha puesto al lado de
su Madre y ahora le pone una mano en el hombro. Ella levanta la cara
para mirar a su hermoso y sano Jesús, destinado a quedar desfigurado
por las torturas, muerto con mil heridas, y dice: «En el amor y en
el dolor... Sí. Y juntos...».
7Ya
ninguno dice nada... En círculo alrededor de los dos
Protagonistas principales de la futura tragedia del Gólgota ,
apóstoles y discípulas parecen estatuas pensativas...
Áurea se ha quedado petrificada
en su taburete... Pero es la primera que se recobra, y, sin ponerse
en pie, se arrodilla, de forma que se encuentra justo contra María;
le abraza las rodillas y agacha su cabeza y la apoya en su regazo;
dice: «¡También por mí todo esto!... ¡Cuánto cuesto y cuánto
os amo por lo que os cuesto! ¡Oh, Madre de mi Dios, bendíceme para
que no os cueste sin fruto...».
«Sí, hija mía. No temas. Dios
también te ayudará a ti, si aceptas siempre su voluntad». Le
acaricia los cabellos y las mejillas, y siente éstas empapadas de
llanto. «¡No llores! Del Cristo lo primero que has conocido ha sido
el destino de dolor, el final de su misión de Hombre. No es justo
que, habiendo conocido esto, ignores los momentos primeros de su vida
en el mundo. Escucha... A todos les gustará salir de la
contemplación amarga, tenebrosa, evocando el dulce momento, todo
luz, todo canto, todo hosanna, de su Nacimiento... Escucha...» y
María, explicando la razón del viaje a Belén de Judá, ciudad
anunciada como ciudad natal del Salvador, dulcemente narra la noche
del Nacimiento de Cristo.
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