368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el
Templo.
24 de enero de 1946.
1No
veo la distribución de comida a los leprosos de Hinnón, de los
cuales sólo oigo hablar. No creo que se hayan producido milagros
entre ellos, porque Simón Pedro dice: «La soledad atroz no les ha
dado la gracia de creer y saber dónde está la Salud».
Después la ciudad los recibe
por la Puerta que introduce en el bullicioso o poblado barrio de
Ofel.
Después de algunos metros, por
la puerta entreabierta de una casa, aparece al improviso, jubilosa,
Analía, que hace un acto de veneración al Maestro mientras dice:
«Tengo permiso de mi madre para estar hasta la noche contigo,
Señor».
«¿No se sentirá molesto
Samuel?».
«Ya no existe Samuel en mi
vida, Señor. Y gracias sean dadas al Altísimo. Solamente me conceda
que no te deje a ti, mi Dios, como me ha dejado a mí». La boca
juvenil sonríe heroicamente, mientras un brillo de llanto
resplandece en sus ojos castos.
Jesús la mira fijamente y, por
toda respuesta, le dice: «Únete a las discípulas», y reanuda el
camino.
Pero la anciana madre de Analía,
más anciana por los dolores que por la edad, se acerca a su vez, muy
inclinada en un saludo devotísimo y rendido, y dice: «La paz a ti,
Maestro. ¿Cuándo podría hablar contigo? ¡Estoy muy
acongojada!...».
«En seguida, mujer». Y,
volviéndose a los que están con Él, ordena: «Quedaos aquí fuera.
Voy a entrar un momento en esta casa» y hace ademán de seguir a la
mujer.
Pero Analía, desde el grupo de
las mujeres, reclama su atención, con una sola palabra: «¡Maestro!»,
¡pero cuánto hay en ese palabra! Y junta las manos al decirla, como
si suplicara...
«No temas. Ten paz. Tu causa
está en mis manos, y también tu secreto» la tranquiliza Jesús. Y
luego, raudo, entra por la puerta entreabierta.
Fuera se hacen comentarios sobre
este hecho, y curiosidades masculinas y femeninas compiten para
saber... saber... saber...
2Dentro
se escucha y se llora. Jesús escucha. Apoyado de espaldas contra la
puerta, que ha cerrado tras sí en cuanto ha entrado, con los brazos
recogidos sobre el pecho, escucha a la madre de la muchacha, que le
habla de la volubilidad del novio, el cual habría aprovechado un
pretexto para liberarse completamente del vínculo... «De forma que
Analía es como una repudiada, y nunca más se casará, porque ha
declarado que Tú no apruebas a quien después del repudio vuelve a
casarse. Pero no es así. ¡Ella es célibe todavía! No se vende a
otro hombre, porque de ningún hombre ha sido. Y él es culpable de
crueldad. Y más. Porque le han venido ganas de otras bodas; pero es
mi hija la que va a aparecer como culpable, y el mundo la
escarnecerá. Haz algo, Señor, porque es por ti por quien sucede
esto».
«¿Por mí, mujer? ¿En qué he
pecado?».
«¡No, Tú
no has pecado! Pero él dice que Analía te ama. Y finge estar
celoso. Ayer noche ha venido. Ella había ido a verte. Se enfureció
y juró que ya no la querría por esposa. Analía, que llegó en ese
momento, le respondió: "Haces bien. Lo único que siento es que
vistas la verdad de mentira o de calumnia. Sabes que a Jesús se le
ama sólo con el alma. Pero es precisamente tu alma la que se ha
corrompido y deja la Luz por la carne, mientras que yo dejo la carne
por la Luz. No podríamos ser ya un solo pensamiento, como dos
esposos deben ser. Ve, pues, y que Dios te ampare". Ni una
lágrima, ¿comprendes? ¡Nada que tocara el corazón del hombre!
¡Mis esperanzas defraudadas! Ella... ciertamente por
superficialidad, causa su ruina. 3Llámala,
Señor. Habla con ella. Doblégala a la razón. Busca a Samuel. Está
en casa de Abraham su pariente, en la tercera casa después de la
Fuente de la higuera. ¡Ayúdame! Pero primero habla en seguida con
ella...».
«Hablar, hablaré. Pero
deberías dar gracias a Dios, que rompe un vínculo humano que está
claro que no prometía mucho. Ese hombre es voluble e injusto para
con Dios Y para con su novia...».
«Sí, pero es atroz que el
mundo la crea culpable, y que te crea culpable a ti, por el simple
hecho de que sea discípula tuya».
«El mundo acusa y luego olvida.
El Cielo, por el contrario, es eterno. Tu hija será una flor del
Cielo».
«¿Entonces por qué has
permitido que viviera? Habría sido una flor sin sufrir la lapidación
de las calumnias. ¡Tú que eres Dios llámala, hazla razonar, y
luego haz razonar a Samuel...».
«Recuerda, mujer, que ni
siquiera Dios puede avasallar la voluntad y libertad del hombre.
Ellos, Samuel y tu hija, tienen derecho a seguir lo que sienten que
es bueno para ellos. Especialmente Analía tiene derecho...».
«¿Por qué?».
«Porque Dios la ama mas que a
Samuel. Porque ella da a Dios más amor que Samuel. ¡Tu hija es de
Dios!».
«No. En Israel no es así. La
mujer debe casarse... Es mía la hija... Sus esponsales me prometían
paz para el futuro...».
«Tu hija estaría en el
sepulcro desde hace un año, si Yo no hubiera actuado. ¿Quién soy
Yo para ti?».
«El Maestro y Dios».
«Y como Dios
y Maestro digo que el Altísimo tiene más derecho que nadie sobre
sus hijos, y que mucho va a cambiar en la Religión, y de ahora en
adelante podrán las vírgenes ser vírgenes eternamente por amor a
Dios . 4No
llores, madre. Deja tu casa y ven con nosotros, hoy. ¡Ven! Ahí
afuera está mi Madre y otras madres heroicas que han dado sus hijos
al Señor. Únete a ellas...».
«Habla con Analía...
¡Inténtalo, Señor!» gime la mujer entre sollozos.
«De acuerdo. Haré como
quieres» dice Jesús. Y, abierta la puerta, llama: «Madre, ven con
Analía».
Las dos requeridas van
presurosas. Entran.
«Muchacha, tu madre quiere que
te diga que lo pienses más. Quiere que hable con Samuel. ¿Qué debo
hacer? ¿Qué respuesta me das?».
«Habla con Samuel si quieres.
Es más, te suplico que lo hagas. Pero sólo porque querría que se
hiciera justo oyéndote. Respecto a mí, ya sabes; te ruego que le
des a mi madre la respuesta más verdadera».
«¿Has oído, mujer?».
«¿Cuál es la respuesta?»
pregunta con voz quebrada la anciana, la cual al principio de las
palabras de su hija creía que ésta se hubiera vuelto atrás y luego
ha comprendido que no es así.
«La respuesta es que desde hace
un año tu hija es de Dios, y el voto es perenne mientras dura la
vida».
«¡Pobre de mí! ¡¿Qué madre
hay más infeliz que yo?!».
María suelta la mano de la
joven para abrazar a la mujer y decirle dulcemente: «No peques con
tu pensamiento y con tu lengua. Dar a Dios un hijo no es una
desdicha; antes al contrario, es una gran gloria. Un día me dijiste
que tu dolor era el haber tenido sólo una hija, porque querrías
haber tenido el varón consagrado al Señor. Tú tienes no un varón
sino un ángel, un ángel que precederá al Salvador en su triunfo.
¿Y te vas a considerar infeliz? Mi madre, habiéndome concebido en
tarda edad, espontáneamente me consagro al Señor desde el primer
latido mío que oyó en su seno. Y me tuvo sólo tres años. Y yo
tampoco la tuve, sino en mi corazón. Pues bien, su paz al morir fue
el haberme dado a Dios... ¡Ánimo, ven al Templo a cantar las
alabanzas a Aquel que tanto te ama que ha elegido a tu hija como
esposa! Ten una verdadera sabiduría en tu corazón. Verdadera
sabiduría es no poner límites a la propia generosidad hacia el
Señor».
La mujer ha dejado de llorar.
Escucha... Luego se decide. Toma el manto y se envuelve en él. Y al
pasar por delante de la hija suspira: «Primero la enfermedad, luego
el Señor... ¡Se ve que no debía tenerte!...».
«No, mamá. No digas eso. Nunca
me has tenido tanto como ahora. Tú y Dios. Dios y tú. Sólo
vosotros, hasta la muerte...» y la abraza dulcemente y le pide:
«¡Una bendición, madre! Una bendición... porque he sufrido por
tener que hacerte sufrir. Pero Dios me quería así...».
Se besan llorando. Luego salen,
precedidas por Jesús y María, y cierran la casa; luego se ponen
detrás del grupo de las discípulas...
...5«¿Por
qué entramos por aquí, Señor? ¿No era mejor entrar por la otra
parte?» pregunta Santiago de Zebedeo.
«Porque, pasando por aquí,
pasamos por delante de la Antonia».
«Y esperas... ¡Ten cuidado,
Maestro!... El Sanedrín te espía» dice Tomás.
«¿Cómo lo sabes?» le
pregunta Bartolomé.
«Basta reflexionar en el
interés de los fariseos para comprender. ¡Me decís que con mil
disculpas vienen continuamente a observar lo que hacemos!... ¿Con
qué finalidad, si no es buscando de qué acusar al Maestro?».
«Tienes razón. Entonces es
mejor no pasar por delante de la Antonia, Maestro. Si los romanos no
te ven, pues mejor».
«Y en esta razón está
contenido más el asco por ellos que la solicitud por mí, ¿no es
verdad, Bartolmái? ¡Qué sabio serías si quitaras de tu corazón
estas miserias!» responde Jesús, que sigue de todas formas por su
camino sin escuchar a nadie.
Para ir a la Antonia tienen que
pasar por el Sixto, donde están el palacio de Juana y el de Herodes,
poco separados el uno del otro. Jonatán está en la puerta del
palacio de Cusa. En cuanto ve a Jesús, da la voz a los de la casa.
Sale inmediatamente Cusa y hace una reverencia. Le sigue Juana, ya
preparada para unirse al grupo de las discípulas.
Cusa habla: «He oído que hoy
estarás donde Juana. Concede a tu siervo tenerte como invitado en un
banquete».
«Sí. Con tal de que me
concedas que haga de él un banquete de caridad para los pobres y los
infelices».
«Como te parezca, Señor.
Ordena y haré lo que Tú quieras».
«Gracias. La paz sea contigo,
Cusa».
Juana pregunta: «¿Tienes
órdenes para Jonatán? Está a tu disposición».
«Las daré cuando vuelva del
Templo. Vamos, porque nos esperan».
Pasan poco después junto al
bonito y cruel palacio de Herodes (cerrado como sí estuviera
deshabitado). Pasan junto a la Antonia. Los soldados observan el
pequeño cortejo del Nazareno.
6Entran
en el Templo. Mientras las mujeres se detienen en la parte inferior,
los hombres prosiguen por el lugar concedido a ellos. Llegan así al
sitio donde se presenta a los niños y se purifican las mujeres. Un
pequeño grupito de gente acompaña a una joven madre y se detiene
para cumplir las ceremonias del rito.
«¡Un pequeñuelo consagrado al
Señor, Maestro!» dice Andrés, que observa la escena.
«Es, si no me equivoco, la
mujer de Cesarea de Filipo*, la del castillo. Pasó
____________________________
* la
mujer de Cesarea de Filipo es
Dorca, con quien ya nos hemos encontrado en 345.3/5; este
fariseo que no me resulta desconocido, de
doce párrafos más abajo, es Jonatán de Uziel, con quien nos
habíamos encontrado en 217.2/4.
por delante de mí mientras te
esperábamos en la Puerta Dorada» dice Santiago de Alfeo.
«Sí. Está también la suegra
y el administrador de Felipe. No nos han visto. Pero nosotros los
hemos visto a ellos» añade Judas Tadeo.
Y Mateo añade: «Y nosotros dos
hemos visto a María de Simón con un anciano. Pero Judas no estaba.
Parecía muy triste la mujer. Miraba afligida a su alrededor».
«Luego la buscaremos. Ahora
vamos a orar. Y tú, Simón de Jonás, presenta la ofrenda en el
gazofilacio*. Por todos».
Oran largamente. La gente
advierte claramente su presencia y unos a otros se señalan al
Maestro.
7Un
breve altercado, del que sobresale la nota aguda de una voz femenina,
hace volver la cabeza a los que oran menos recogidos.
«Si he estado aquí para
ofrecer el hijo varón a Dios, puedo quedarme otro poco para
ofrecérselo a quien le salvó para el Señor» dice la voz aguda.
Y voces nasales de hombre
insisten: «No le es lícito a la mujer detenerse aquí después del
rito. Márchate».
«Me iré. Pero detrás de Él».
«Llámale entonces y vete con
Él».
«¡Calma! ¡Calma! Dejad que la
mujer hable y cuente en qué se basa para decir que el Nazareno ha
salvado al niño para Dios» dice una voz despaciosa de hombre.
«¿Y qué interés tienes en
ello, Jonatán de Uziel?».
«¡Mucho interés! Aquí hay
ciertamente un nuevo pecado. Una nueva prueba. Escúchame, mujer.
¿Cómo te salvó a tu hijo ese hombre? ¿Quieres decírselo a los
buscadores tenaces de la verdad?» solicita con hipócrita dulzura
este fariseo que no me resulta nuevo.
«¡Sí! Lo digo con gratitud.
Estaba desesperada porque el niño me había nacido muerto. Soy
viuda, y esta criatura es todo para mí. Él vino y le dio vida».
«¿Cuándo? ¿Dónde?».
«En Cesarea de Filipo. Soy del
castillo de Cesarea».
«¡La vida! Habrá sido sólo
un repentino desmayo del niño...».
«No. Estaba muerto. Mi madre lo
puede decir. Y lo puede decir el administrador del castillo. Vino y
le infundió su aliento en la boca y el niño se agitó y lloró».
«¿Y tú dónde estabas?».
_____________________________
* Se llamaba
gazofilacio
a
un recinto del Templo en que los fieles depositaban las ofrendas de
dinero, como será confirmado en 523.8. Mencionado en Juan
8,20
(aunque las nuevas traducciones dicen lugar
del tesoro),
podría ser la vasta
habitación bien adornada que
nos encontraremos en 506.1.
«En la cama, señor. Acababa de
dar a luz».
«¡Qué horror!».
«¡Anatema!».
«¡Impuro!».
«¡Sacrílego!».
«¡Ahora veis si tenía o no
razón al preguntar!».
«¡Eres sabio, Jonatán de
Uziel! ¿Cómo lo has intuido?».
«Conozco a ese hombre. Le vi
violar el sábado en mis tierras de la llanura para quitarse el
hambre».
«¡Vamos a expulsarle de
aquí!».
«¡Vamos a decírselo a los
Príncipes de los sacerdotes!».
«No. Preguntémosle si se
purificó. No podemos acusar sin saber...».
«Estáte callado, Eleazar. No
te ensucies con una estúpida defensa».
La joven Dorca, implicada en
medio, causa de tanto jaleo, rompe a llorar y grita: «¡No le hagáis
ningún mal por causa mía!».
8Pero
ya algunos exaltados han llegado donde el Señor y le dicen
impositivamente: «Ven aquí y responde».
Los apóstoles y discípulos
están agitados de ira y temor. Jesús, sereno y solemne, sigue a los
que le han llamado.
«¿Reconoces a esta mujer?»
gritan mientras le empujan al centro del corro que se ha formado
alrededor de Dorca, a la que señalan como si fuera una leprosa.
«Sí. Es una joven viuda y
madre de Cesarea de Filipo. Y ésa es su suegra. Y ése es el
administrador del castillo. ¿Y entonces...!».
«Ella te acusa de que entraste
en su habitación mientras se producía el parto».
«¡No es verdad, Señor! No he
dicho eso. He dicho que me reviviste a mi hijo. ¡Y nada más! Quería
rendirte honor, y te he perjudicado. ¡Perdón, perdón!».
El administrador de Filipo
interviene para ayudarla y dice: «No es verdad. Vosotros mentís. La
mujer no ha dicho eso, y yo soy testigo y puedo jurarlo; como también
que el Rabí no entró en la habitación, sino que obró el milagro
desde la puerta».
«Calla, siervo».
«No. No callaré. Y se lo diré
a Filipo, que venera al Rabí más que vosotros, falsos devotos del
Dios altísimo».
El altercado pasa de la mujer al
terreno religioso y político. Jesús guarda silencio. Dorca llora.
9Eleazar,
el invitado justo del banquete de la casa de Ismael, dice: «Creo que
se ha aclarado la duda y no tiene ya objeto la acusación; y que el
Rabí, justificado, puede libremente marcharse».
«No. Quiero saber si se
purificó después de tocar al muerto. ¡Que lo jure por Yehoveh!»
grita Jonatán de Uziel.
«No me purifiqué porque el
niño no estaba muerto, sino que sólo tenía dificultad para
respirar».
«¡Ah, ahora te va bien decir
que no resucitó, ¿eh?!» grita un fariseo.
«¿Por qué no haces
ostentación como en Quedes?» pregunta otro.
«¡No perdamos tiempo en
palabras! Vamos a echarle de aquí y a llevar esta nueva imputación
al Sanedrín. ¡Un cúmulo de imputaciones!».
«¿Qué otra?» pregunta Jesús.
«¿Que qué otra! ¿El haber
tocado a la leprosa sin purificarte después? ¿Puedes negarlo? ¿Y
haber blasfemado en Cafarnaúm, tanto que los más justos te han
abandonado? ¿Puedes negarlo?».
«No niego
nada. Pero no tengo pecado, porque tú, Sadoq, tú que acusas, sabes
por el marido de Anastática que no
estaba leprosa; tú
lo sabes, paraninfo del adulterio de Samuel, tú, embustero con él
ante el mundo para favorecer la lujuria de un inmundo, dando el
nombre de lepra a lo que no era tal, y condenando a una mujer a la
tortura que significa el ser llamado "leproso" en Israel,
sólo porque eres cómplice del marido culpable».
El escriba Sadoq, uno de los que
estaban en Yiscala y luego en Quedes, herido en pleno centro, se
escabulle sin decir nada más. Le siguen los gritos burlones de la
gente.
«¡Silencio! Es lugar sagrado»
dice Jesús. Y ordena a la mujer y a los que estaban con ella:
«Vamos. Venid conmigo a donde me esperan». Y se encamina, severo y
majestuoso, seguido por los suyos.
10Entretanto,
la mujer, ante las preguntas de muchos, cuenta una y otra vez,
repitiendo siempre: «Mi hijo es suyo y a Él se lo consagro».
El administrador se acerca a
Jesús y dice: «Maestro, he referido a Filipo el milagro. Me ha
enviado para decirte que te estima. Tenlo presente en las insidias de
Herodes... y de los otros. Querría ver también él, y oírte. ¿No
vienes hoy a su casa? Te acogería con gusto, incluso en la
Tetrarquía».
«No soy ni un histrión ni un
mago. Soy el Maestro de la Verdad. Que venga a la Verdad y no le
rechazaré».
Están en el patio de las
mujeres. «¡Ahí está! ¡Ahí está!» dicen las discípulas a
María, que está preocupada por el retraso.
Se reúnen. Jesús quisiera
despedirse de los de Cesarea, para ir a buscar a María, madre de
Judas; pero Dorca se arrodilla y dice: «Te buscaba yo antes que
ella, antes que esa mujer que buscas y que es madre de un discípulo.
Te buscaba para decirte: "Este hijo es tuyo. Varón unigénito.
Te lo consagro. Tú eres el Dios vivo. Que sea siervo tuyo " ».
«¿Sabes lo que esto significa?
Quiere decir consagrar a tu hijo al dolor, perderlo como madre y
ganarlo como mártir en el Cielo. ¿Te sientes con fuerzas de ser
mártir en tu hijo?».
«Sí, mi Señor. Mártir me
habría hecho su muerte, un martirio de una pobre mujer madre. Por ti
seré mártir de forma perfecta, grata al Señor».
«¡Pues así
sea!... 11¡Oh,
María de Simón! ¿Cuándo has venido?».
«Ahora. Con Ananías, un
pariente mío... Yo también te buscaba, Señor...».
«Lo sé. Y había enviado a
Judas a decirte que vinieras. ¿No ha ido?».
La madre de Judas agacha la
cabeza y susurra: «Salí inmediatamente después de él para ir al
Getsemaní. ¡Pero ya te habías marchado!... He venido rápidamente
al Templo... Ahora te encuentro... A tiempo de oír a esta muchacha,
ya madre, ¡y tan dichosa!... ¡Cómo desearía poder decirte sus
mismas palabras, Señor, respecto a un Judas recién nacido... lleno
de dulzura... como uno de estos corderitos...» y, llorando, señala
a los corderitos baladores que van hacia los que los han de inmolar.
Se envuelve en el manto para esconder su llanto.
«Ven conmigo, madre. Hablaremos
en casa de Juana. Éste no es el sitio apropiado».
Las discípulas toman consigo,
en medio de ellas, a María, madre de Judas. El pariente Ananías,
por su parte, se mezcla con los discípulos. Entre las discípulas
también van Dorca y su suegra. María de Alfeo y Salomé entran en
éxtasis haciendo mimos al pequeñuelo.
Se encaminan hacia la salida.
Pero, antes de llegar, he aquí que un esclavo romano trae una
tablilla encerada a Juana, que la lee y responde: «Dirás que sí.
Por la tarde en mi casa, en el palacio».
Y luego es el gorjeo de Yaia y
su madre al ver al Salvador: «¡Ahí está el Donador de la luz!
¡Bendito seas, Luz de Dios!» y están rostro en tierra, felices.
La gente se arremolina,
pregunta, comprende, aclama.
Y luego es el anciano Matías el
que venera y bendice (el hombre que ofreció hospedaje en la noche de
tormenta a Jesús y a los suyos cerca de Yabés Galaad).
Luego es el abuelo de Margziam y
los otros campesinos. Jesús, después de hablar con Juana, les dice:
«Venid conmigo». Y ya se lo ha dicho a Dorca, a Yaia, a Matías.
12Pero,
cerca de la Puerta Dorada, están Marcos de Josías (el discípulo
apóstata) y Judas Iscariote hablando animadamente. Judas ve venir al
Maestro y se lo dice a su compañero; este, cuando tiene a Jesús
detrás, se vuelve. Las miradas se entrecruzan. ¡Qué mirada la de
Cristo! Pero el otro ya está sordo ante cualquier santo poder. Para
huir antes, casi echa a Jesús contra una columna. Y Jesús no
reacciona sino diciendo: «¡Marcos, deténte! ¡Por piedad de tu
alma y de tu madre! ».
«¡Satanás!» grita el otro. Y
se marcha.
«¡Qué horror!» gritan los
discípulos. «¡Maldícele, Señor!». Y el primero en decirlo es
Judas Iscariote.
«No. Dejaría de ser Jesús...
Vamos...».
«¿Pero cómo, cómo es que se
ha vuelto así? ¡Tan bueno como era!» dice Isaac, que parece como
traspasado por una flecha de lo apenado que está por el cambio de
Marcos.
«Es un misterio. ¡Una cosa
inexplicable!» dicen muchos.
Y Judas de Keriot: «Sí. Le
dejaba hablar. Todo una herejía. ¡Pero cómo la dice! Casi te
persuade. No era tan sabio cuando era justo».
«Debes decir que no estaba tan
enajenado cuando estaba endemoniado cerca de Gamala» dice Santiago
de Zebedeo.
Y Juan pregunta: «¿Por qué,
Señor, cuando estaba endemoniado te causaba menos daño que ahora?
¿No puedes curarle para que no te perjudique?».
«Porque
ahora ha recibido dentro de sí a un demonio inteligente. Antes era
una posada tomada por la fuerza por una legión de demonios. Pero
faltaba en él el consenso de tenerlos. Ahora su inteligencia ha
querido a
Satanás, y Satanás ha puesto en él una fuerza demoníaca
inteligente. Contra esta segunda posesión nada puedo. Debería
violentar la voluntad libre del hombre».
«¡¿Sufres, Maestro?!».
«Sí. Son mis angustias... mis
derrotas... Y si me aflijo es porque son almas que se pierden. Sólo
por esto. No por el mal que me hacen a mí».
13Estando
todos parados, a la espera de que el camino quede libre de un atasco
de gente y caballerías, forman corrillo. La mirada de la madre de
Judas es de una potencia tal, que su hijo le pregunta: «¡Pero
bueno!, ¿qué te pasa? ¿Es la primera vez que ves mi cara? Tú es
que estás enferma. Tengo que llevarte al médico...».
«¡No estoy enferma, hijo! ¡Ni
es la primera vez que te veo!».
«¿Y entonces?».
«Entonces... nada. Lo único es
que quisiera que no merecieras jamás estas palabrás del Maestro».
«Yo ni le abandono ni le acuso.
¡Soy su apóstol!».
Reanudan la marcha, hasta que
Jesús se detiene para saludar a Juana y a las discípulas que van
con Juana a su casa. Los hombres, todos, van al Getsemaní.
«Podíamos haber ido todos
allá. Hubiera querido ver lo que decía Elisa» masculla Pedro.
«Lo verás. Porque será hoy
cuando sepa, y de mi boca, que a Anastática se la confío a ella».
«¿Y esta noche banquete?».
«Sí. Ya he dicho a Juana lo
que debe hacer».
«¿Qué debe hacer? ¿Cuándo
se lo has dicho?» pregunta más de uno.
«Lo veréis. Antes de dejarla.
Mientras la saludaba. Vamos sin demora, para estar pronto en el
jardín de Juana».
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