369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de
las casas.
25 de enero de 1946.
1Y
en el camino de regreso hacia la casa de Juana, estando un poco
aislados en medio de la gente que se aglomera en los caminos y que
separa a unos de otros a los componentes de la nutrida comitiva que
sigue a Jesús, Pedro, que va con el Maestro y con los dos hijos de
Alfeo, pregunta: «Ahora que podemos hablar un poco entre nosotros,
Señor, ¿me dices una cosa que estoy pensando desde ayer por la
noche?».
«Sí, Simón. Dime de qué se
trata y te responderé».
«Ya desde ayer por la noche
pienso en la gracia especial que concedes a Juan en Antigonio. ¡Es
muy grande esa gracia, ¿eh?! Es una cosa única. ¡Exclusivamente
para él! Y la verdad es que Síntica también merece mucho... Y, en
fin, hay mucha gente magnífica que... merecería verte... y que no
te ve sino cuando está a tu lado. Nosotros, por ejemplo, ¡qué
consolados nos habríamos sentido cuando nos has mandado por los
caminos! Y hemos atravesado momentos en que una palabra tuya nos
habría sacado de la incertidumbre... Pero a nosotros no vienes
nunca... ¿Por qué esta diferencia?».
«Concluyendo, ¿tú, Simón
mío, estás un poco celoso?...».
«¡No, hombre, no! Pero...
Bueno... querría saber tres cosas: ¿por qué a Juan de Endor?; si
sólo a él; y si no existe la posibilidad de que un día nos suceda
también a nosotros, a mí, por ejemplo, que te vea milagrosamente y
sepa de tu boca cómo actuar».
«Te
respondo. A Juan porque es un espíritu lleno de buena voluntad, que,
no obstante, tiene debilidades, más bien de tipo físico, que
podrían derrumbar el edificio de su elevación a Dios, que él ha
construido. 2¿Ves,
amigo mío? El pasado, habiendo estado mucho tiempo sobre nosotros
como una costra profundamente radicada, no sólo ha incidido signos
indelebles, sino que deja indelebles tendencias en todos los hombres.
Mira, por ejemplo, aquella casucha construida al pie del monte. Las
aguas del suelo, las que corren monte abajo durante las lluvias, se
han filtrado lentamente en ella. Ahora hay sol caliente, y lo habrá
durante meses. Pero el moho que ha penetrado en la argamasa estará
siempre presente cual manchas de lepra. La casa ha sido abandonada
por haber sido declarada leprosa. En otros tiempos menos
irrespetuosos la casa habría sido demolida, según la Ley*. ¿Porque
le ha acecido este desastre a la pobre casa? Porque los propietarios
no se han preocupado de disponer zanjas alrededor para no permitir
que las aguas se estancaran en la base, para desviar, lejos del lado
que apoya en el monte, las aguas que bajan. Ahora la casa no sólo es
fea, sino que está minada por la humedad. Si un hombre voluntarioso
se preocupara de hacer esos trabajos, y luego la limpiara bien,
y raspara las paredes y cambiara los
_____________________
* segun la
Ley, sobre
la lepra de las casas, que está en Levítico
14, 33 57.
adobes
enmohecidos por otros nuevos; podría ser usada todavía. Pero, de
todas formas, presentaría unas debilidades tales, que en un
terremoto sería la primera en derrumbarse. Juan ha estado, durante
años, penetrado de los venenos del mal del mundo. Ha puesto los
medios, con su voluntad, para desterrarlos de su alma revivida. Pero
en la base escondida en la carne, en la parte inferior, han quedado
debilidades... El espíritu está fuerte, pero su carne es débil; y
la carne se desata incluso en tempestades, cuando sus fómites se
juntan con elementos del mundo, capaces de zarandear el yo.
¡Juan!... ¡Qué remoción de partículas del pasado por cuanto ha
sucedido! Yo le ayudo en la resistencia, en la depuración, en la
victoria sobre el pasado que tiende a resurgir; doy consuelo a su
excesivo sufrimiento en la manera que puedo. Porque lo merece. Porque
es justo ayudar a una voluntad santa que sufre el asalto de toda la
iniquidad del mundo. 3¿Te
convences?».
«Sí, Maestro. ¿Y... sólo te
muestras a él?».
Jesús sonríe mirando a Pedro,
que a su vez le mira desde abajo y parece un niño observando la cara
de su padre. Responde: «No sólo a él. También a otros que están
lejos construyéndose su santidad, fatigosamente y solos».
«¿Quiénes son?».
«No es necesario saberlo».
Santiago de Alfeo pregunta: «¿Y
a nosotros, por ejemplo, cuando estemos solos y ¡a saber
cuánto! atormentados por el mundo?... ¿no nos vas a ayudar
con tu presencia?».
«Tendréis al Paráclito con
sus luces».
«De acuerdo... Pero yo... no le
conozco... y... creo que no lograré jamás comprenderle. Tú... es
otra cosa... Diré: "¡Oh, el Maestro!" y te preguntaré lo
que hay que hacer, con la seguridad de que eres Tú...» dice Pedro.
Y termina: «¡El Paráclito! ¡Demasiado excelso para este pobre
pescador! ¡Quién sabe lo difícil que habla y lo... ligero que es:
un soplo que pasa...! No sé si alguno se dará cuenta siquiera... Yo
necesito un buen meneo, un grito, para que mi cocota se despierte y
pueda entender. ¡Pero, si te me apareces Tú, te veo, y entonces!...
Prométeme, o mejor a todos, prométenos que te nos vas a aparecer
también a nosotros. ¡Pero así, ¿eh?! De carne y sangre. Que se te
vea bien y se te oiga mejor».
«¿Y si lo hiciera para
regañar?».
«¡No importa! Al menos
¿verdad, vosotros dos? , al menos sabríamos lo que tendríamos
que hacer».
Los dos hijos de Alfeo asienten.
«Pues os lo prometo. A pesar de
que creedlo el Paráclito sabrá hacer que vuestras
almas le entiendan. Pero iré Yo a deciros: "Santiago, haz esto
o aquello. Simón Pedro, no está bien que hagas esa otra cosa.
Judas, fortalécete para estar preparado para esto o para aquello"».
«Muy bien. Ahora estoy más
tranquilo. ¡Y ven a menudo, ¿eh?! Porque yo estaré como un pobre
niño desamparado que no hará sino que llorar y... hacer cosas no
buenas...». Y casi casi Pedro ya se echa a llorar desde ahora...
4Judas
Tadeo pregunta: «¿No podrías hacerlo para todos desde ahora?
Quiero decir: para los que dudan, para los culpables, los desleales.
Quizás un milagro...».
«No, hermano. El milagro hace
mucho bien, especialmente el milagro de ese tipo, cuando se da a
tiempo y en el lugar oportuno, a personas no maliciosamente
culpables. Dado a personas maliciosamente culpables, aumenta su
culpabilidad porque aumenta su soberbia. Toman el don de Dios como
debilidad de Dios, que les suplicaría a ellos, a los orgullosos,
permitir amarlos. Toman el don de Dios como producto de sus grandes
méritos. Se dicen a sí mismos: "Dios se humilla conmigo porque
soy santo". Entonces es la ruina completa. La ruina, por
ejemplo, de un Marcos de Josías, y con él de otros... ¡Ay de aquel
que entra por este camino satánico!: el don de Dios se transforma en
él en veneno de Satanás. Ser agraciado con dones extraordinarios
constituye la prueba más grande y segura del grado de elevación y
de voluntad santa en un hombre. Muy frecuentemente, el hombre se
embriaga de ello humanamente, y, de espiritual, pasa a ser todo
humanidad, y luego baja y se hace satanicidad».
«¿Y entonces por qué los
concede Dios? ¡Sería mejor que no los concediera!».
«Simón de Jonás, ¿para
enseñarte a andar tu madre te tuvo siempre entre pañales y en
brazos?».
«No. Me ponía en el suelo, y
me soltaba».
«¡Pero te caerías, ¿no?!».
«¡Una infinidad de veces!
Bueno y mucho más porque yo era muy... Bueno, que ya desde pequeño
tenía pretensiones de actuar por mí mismo y de hacer todo bien».
« ¡Pero ahora ya no te caes!».
«¡Estaría bueno! Ahora sé
que subirme al respaldo de una silla es peligroso, sé que pretender
usar los desagües para bajar del tejado al patio es un error, sé
que querer volar desde la higuera hasta dentro de la casa, como si
fuéramos pájaros, es cosa de locos. Pero de pequeño no lo sabía.
Y lo que es un misterio es que no me matara. Pero poco a poco fui
aprendiendo a usar bien las piernas y la cabeza».
«Entonces
Dios ha hecho bien dándote piernas y cabeza; y tu madre, dejándote
aprender sufriendo en ti
las
consecuencias, ¿no?».
«¡Claro está!».
«Lo mismo hace Dios con las
almas. Les da los dones y, como una madre, advierte y enseña. Pero
luego cada uno debe razonar por si mismo sobre cómo usarlos».
«¿Y si es un deficiente
mental?».
«Dios no da los dones a los
deficientes mentales. A éstos los ama, porque son infelices, pero no
les da aquello de cuya posesión no tendrían conciencia».
«¿Pero si se los diera y los
usaran mal?».
«Dios los trataría según su
realidad, es decir, como a personas incapaces y, por tanto, sin
responsabilidad. No los juzgaría».
«¿Y si uno es inteligente
cuando los recibe y luego se vuelve necio o loco?».
«Si es por enfermedad, no es
culpable de no usar el don recibido».
«¿Pero... uno de nosotros, por
ejemplo? ¿Josías... O... ¡bueno... u otro!?».
«¡Más le valdría no haber
nacido! Mas así se separan los buenos de los malos... Operación
dolorosa, pero justa».
5«¿Qué
decís de bueno? ¿Nada para nosotros?» preguntan otros apóstoles
que, dada la anchura de la calle, pueden reunirse con Jesús.
«Hablábamos de muchas cosas.
Jesús me ha dicho una parábola sobre la lepra de las casas. Luego
os la digo yo» responde Pedro.
«¡De todas formas, qué
supersticiones, ¿eh?! Dignas de aquellos tiempos. Las paredes no
cogen lepra. Los antiguos, ignorantes, aplicaban a vestidos y a
paredes propiedades animales. Cosas ridículas y que nos hacen
ridículos» dice con aires de sabio Judas Iscariote.
«No son como dices, Judas. Bajo
la apariencia que era como era necesaria para las mentes de
aquel tiempo hay una finalidad grande formada de santas
previsiones. Como muchos otros preceptos del viejo Israel. Preceptos
orientados a la salud del pueblo. Conservar sano a un pueblo es deber
de los legislatores, es honrar a Dios y servirle, porque el pueblo
está constituido por criaturas de Dios. No se le debe desatender, de
la misma forma que no se desatiende ni a los animales ni a las
plantas. Las casas definidas leprosas no tienen, es verdad, la
enfermedad carnal de la lepra. Pero tienen defectos de construcción
y de ubicación que las hacen malsanas y que se manifiestan con las
manchas definidas "lepra de las paredes". Con el paso del
tiempo se hacen no sólo malsanas para el hombre, sino peligrosas
porque están expuestas a un fácil derrumbamiento. Por eso bien
prescribe la Ley, y ordena abandonarlas y reconstruirlas, e incluso
destruirlas si, una vez reconstruidas, vuelven a aparecer enfermas».
«¡Hombre, pero un poco de
humedad, qué va a hacer? Se seca con braseros».
«Y la humedad no aparece
externamente, y el engaño aumenta, La humedad aumenta por dentro y
mina, y un buen día se derrumba la casa y sepulta a sus habitantes.
¡Judas, Judas! ¡Mejor tener excesiva vigilancia que ser
imprudentes!».
«Yo no soy una casa».
«Eres la casa de tu alma. No
dejes que en la casa se filtre el mal y corroa... Vigila por la
incolumidad de tu alma. Vigilad todos».
«Vigilaré, Maestro. Pero, dime
la verdad, ¿estás impresionado por las palabras de mi madre? Esta
mujer está enferma. Ve fantasmas. Tengo que llevarla al médico.
Cúramela Tú, Maestro».
«La consolaré. Pero tú eres
el único que puedes curarla, calmando su congoja».
«Congoja sin fundamento.
Créeme, Señor».
«Mejor así, Judas. Mejor así.
Pero tú, con una conducta cada vez más justa, trata de anular esa
congoja. Si ha surgido, habrá habido un motivo. Anula incluso el
recuerdo de ese motivo, y tu madre y Yo te bendeciremos».
6«¿Maestro,
temías que me pusiera de acuerdo con Marcos de Josías?».
«No temo nada».
«¡Ah! ¡Bien! Porque yo
trataba de convencerle. Creo que era mi deber. ¡Ninguno lo hace! ¡Yo
tengo celo por las almas!».
«Ten cuidado de que no te
ocurra un mal» dice Pedro bondadosamente.
«¿Qué quieres decir?» dice
Judas agresivo.
«Nada más que esto: que para
tocar algo que quema hay que coger algo que aísle».
«¿Qué, en nuestro caso?».
«¿Qué? Una gran santidad».
«¿Y yo no la tengo, no es
verdad?».
«Ni tú, ni yo, ni ninguno de
nosotros. Por eso... podríamos quemarnos y quedar marcados».
«¿Y entonces quién se va a
ocupar de las almas?».
«Por ahora el Maestro. Después,
cuando, según la promesa, tengamos los medios para poderlo hacer,
nosotros».
«Pero, yo quiero actuar antes.
Nunca se trabaja demasiado pronto para el Señor».
«Creo que lo que dices está
bien, pero también creo que el primer trabajo para el Señor lo
tenemos que hacer en nosotros. ¡Ir a predicar santidad a los otros
antes que a nosotros mismos?...».
«Eres egoísta». «En
absoluto». «Sí». «No».
Empieza la discusión.
Interviene Jesús: «Pedro tiene razón en buena parte. Tú también
tienes un poco de razón. Porque la predicación se debe apoyar sobre
los hechos. Por eso santificarse para poder decir: "Haced lo que
digo porque es justo". Y esto apoya lo que dice Pedro. Pero
también el trabajar en los espíritus de los demás sirve para
formar los propios, porque nos obliga a mejorarnos para no ser objeto
de observaciones por parte de los que se hayan de convertir. Mas ya
hemos llegado a la casa de Juana... Vamos a entrar a gozar del amor
de contarnos entre los obreros del Señor; y a predicar, con los
hechos, el tiempo futuro».
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