Josep Miró i Ardèvol
La noticia ha saltado a la prensa como era de esperar, porque por su naturaleza alimenta de manera excelente el sensacionalismo más demagógico. La SNAP, una asociación de EEUU, junto con otra de estas organizaciones ha presentado una denuncia ante el Tribunal Penal Internacional, que depende de Naciones Unidas, contra el Papa Benedicto XVI, el secretario de Estado de la Santa Sede cardenal Tarcisio Bertone, y su predecesor el cardenal Angel Sodano. La vía escogida es la que se utiliza para sancionar crímenes contra la humanidad. Esta es la función del TPI.
La justificación de esta brutalidad es la de que el Papa y los secretarios de Estado así como el cardenal William Nevada, que actualmente dirige la Congregación para la Doctrina de la Fe, son los responsables de las agresiones sexuales que han sufrido algunos niños en determinados países. Concretamente, nos presentan unos casos que se refieren a Congo, Bélgica, India y Estados Unidos. En términos jurídicos, esta denuncia no tiene ninguna posibilidad de prosperar. La razón más importante es que ni el presunto delito tiene la naturaleza que permite actuar al TPI, ni existe una responsabilidad a través de una organización, en este caso, la Iglesia.
La primera reflexión es evidente, el Papa, la Iglesia, lo que acaba de demostrar este verano en Madrid es que se trata de la organización que es capaz de reunir más jóvenes, cerca de dos millones en este caso, en un encuentro real, no virtual, de muchos días de duración, saldado en términos absolutamente positivos no solamente desde el punto de vista religioso, sino desde una perspectiva estrictamente cívica. El encuentro y los chicos que asistieron a él fueron un ejemplo. A ello se añade el relato que el Papa efectúa a estos jóvenes, basado en el amor a los demás, el respeto, el esfuerzo, que prácticamente ninguna otra institución hoy en día acomete porque se deja llevar por el camino fácil de la satisfacción del deseo.
En un orden más general, la Iglesia es la única organización que ante esta lacra ha adoptado medidas concretas desde hace tiempo, mucho tiempo, tanto desde el punto de vista económico como del jurídico de denuncia y de sanción, y ha modificado sus procedimientos internos. En definitiva, ha acometido una verdadera revolución. Todo ello contrasta con el silencio escrupuloso que los estados y las organizaciones afectadas por la pederastia mantienen en este terreno. Porque, y esta es otra realidad evidente, los casos de los sacerdotes son como grupo social marginales en relación al continuo de agresiones y de violencia sexual que experimentan los niños en nuestra sociedad.
La primera referencia, publicada días atrás por Forum Libertas, son las cifras del estudio ‘Situación social de la infancia en España’, realizado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales en 2011 y que elaboró la Universidad Pontificia de Comillas, con unos datos contundentes. Según el informe, de los más de 6,3 millones de niños menores de 14 años que había en 2001 en España, 676.000 niñas y 502.000 niños habían sufrido abuso sexual, es decir más de un millón, una sexta parte del total. Es una cifra escalofriante. Durante el 2000 fueron maltratados (no abusados) 147.000 niños. A pesar de ello, se ha obviado que en el espacio de una década el estudio auguraba que más de un millón de niños serían maltratados físicamente, casi dos millones y medio en el período que podemos considerar que legalmente cubre la infancia (hasta los 14 años si nos atenemos al libre consentimiento para las relaciones sexuales).
Ahora mismo, una compañía francesa se dedica a publicitar “lencería sexy” para niñas de 4 años. Responde a un estado de ánimo de esta sociedad, porque para que una empresa se atreva a lanzarse por este camino es necesario que haya una cierta complicidad y por descontado una demanda.
Pero vayamos a Estados Unidos, de donde es oriunda la SNAP. Esta organización no tiene nada que decir por lo visto porque una web de la administración Obama proclame que los bebés son seres sexuales y que se les debe permitir estimularse por sí solos desde la infancia. En estas páginas se enseña la masturbación infantil y se argumenta que es una dimensión del carácter sexual que está en su naturaleza y que no deben sentir ningún tipo de vergüenza por ella. Si Freud levantara la cabeza los correría evidentemente a gorrazos. Pero es que en Estados Unidos hay situaciones mucho más escandalosas. Es un hecho conocido que organizaciones relacionadas con el trato a la infancia, como entrenadores deportivos o maestros, se han visto afectados por cuantiosos casos de pedofilia, pero nunca se ha apuntado al colectivo como responsable de nada. A pesar de la frecuencia y la intensidad, mucho mayor que en los sacerdotes, siempre se ha deslindado claramente lo que es comportamiento personal de la profesión y la oportunidad que brinda.
Con los sacerdotes se opera de una manera distinta. Se busca la responsabilidad en bloque y en los dirigentes. Evidentemente, hay razones económicas para proceder así. Un sacerdote es una persona de escasos medios económicos y la Iglesia tiene más como institución, y allí había, como se ha demostrado en Estados Unidos, mucho que rascar. Pero hay sobre todo una razón política. Este tema lo utiliza la SNAP como un instrumento contra el Papa y contra los católicos, haciéndonos aparecer en una medida u otra como cómplices de pederastia. Hay que denunciarlo, hay que afirmar que esta gente tiene intenciones que nada tienen que ver con la justicia, y hay que investigar su composición con detalle y su sistema de relaciones, porque sin duda forma parte de un ataque surgido desde áreas anglosajonas interesadas en demoler la Iglesia, que es, no lo olvidemos, el gran baluarte que queda ante la globalización neoliberal, ante la primacía del beneficio económico a cualquier precio.
Como sujeto en el ámbito del mundo, la Iglesia molesta a sectores muy poderosos y toda medida es buena contra ella. Es un escándalo que la SNAP, que ha presentado esta absurda denuncia, ignore por ejemplo y no haya actuado nunca contra la NAMBLA (North American Man/Boy Love Association), una conocida organización que fomenta las relaciones sexuales entre menores y adultos. No les importa para nada la realidad, es decir, la verdad. Lo único que les interesa es el ataque a la Iglesia.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
Sígueme en Twitter: @jmiroardevol
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