El Prefecto de la Doctrina de la Fe habla sobre el ateísmo intolerante.
Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes de su famoso artículo sobre la santidad del matrimonio indisoluble, publicó otro en L´Osservatore Romano, también de gran calado, sobre las tendencias del llamado “nuevo ateísmo”, un ateísmo militante, proselitista, por lo general bastante grosero y de bajo calado filosófico e intelectual.
Müller analiza esa «visión del mundo seudocientífica» que tiene un«programa político totalitario» de «poner en cuarentena» a quien cree en Dios.
Decía, entre otras cosas, Johann Wolfgang von Goethe: «La vida es demasiado breve para beber vino malo». En esta sugestiva agudeza se reflejan las visiones multicolores de tipo epicúreo que caracterizan a las élites postmodernas.
A la obstinación infantil de este nihilismo quisiera oponer el optimismo de la visión cristiana del mundo y del hombre. El optimismo que San Pablo expresa con entusiasmo en su Carta a los Romanos:
«[Vuestra caridad sea] con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad» (12, 12-13).
Es un hecho que la vida sobre la tierra es breve; y a medida que pasa el tiempo el hombre percibe cada vez más la brevitas vitae como un desafío existencial.
Pero éste es, precisamente, el punto: el beneficio del tiempo tiene sentido como recurso para despertarse del sueño de la ideología de la autorrealización, de la visión del hombre que se apoya en sí mismo.
«La vida es demasiado breve para desperdiciarla con una mala filosofía».Diciéndolo con palabras de la Gaudium et spes:
«Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?» (n. 10).
El ateísmo es la afirmación de que Dios no existe. No hay nada nuevo en esto. El salmo de David (14, 1), hace tres mil años aproximadamente, ya hablaba de esto:
«Dice en su corazón el insensato: ¡No hay Dios!».
Las estadísticas más recientes revelan un aumento vertiginoso de los “convertidos” al ateísmo: más del diez por ciento de la población mundial se declara atea.
¿Por qué cada vez más personas son ateas? ¿El ateísmo es realmente esa actitud lógica que los ateos sostienen que es? ¿Por qué libros como El gen egoísta y El espejismo de Dios de Richard Dawkins o Dios no es bueno de Christopher Hitchens, están en la lista de los más vendidos?
Benedicto XVI, en su carta al ateo Piergiorgio Odifreddi, ha afirmado que Richard Dawkins propone una especie de «ciencia ficción».
Michael Blume, el famoso biólogo evolutivo y teólogo, ha confirmado que «en sus afirmaciones, Benedicto XVI tiene totalmente razón».
Richard Dawkins, en sus obras, habla del concepto de “memética”. Del mismo modo que los genes difunden la información biológica por procreación, así los “memes” difunden la información cultural por imitación. Las ideas y las opiniones pasarían de una cabeza a otra como “memes” invisibles. Dawkins ha aplicado esta teoría para criticar la religión: para él, los credos religiosos serían como un virus que ataca al hombre enfermo.
Blumer afirma que los “memes”, a pesar de los numerosos propósitos, no han sido definidos; y tampoco se ha publicado aún ningún estudio empíricamente sostenible. En 2010 todos los “meméticos” abandonaron esta teoría.
Sólo Richard Dawkins no se ha pronunciado sobre al fracaso científico de esta propuesta (“Religionswissenschaftler bestätigt Benedikt-Urteil über Dawkins”, www.kath.net, 30 de septiembre de 2013), tal vez porque el ateísmo moderno pretende justificar, de manera aparentemente científica, el proceso de descristianización de la civilización europea y norteamericana, iniciado en el siglo XVII, y promover un estilo de vida hedonístico marcado por el lucro y el beneficio.
El llamado “neo-ateísmo”, de hecho, no propone ninguna nueva fundación respecto a las formuladas claramente por David Hume y todos aquellos que han pertenecido, o pertenecen, a la categoría de los empiristas y de los materialistas.
La novedad está en el hecho de que en el horizonte de la teoría evolucionista y neurofisiológica se cumple un esfuerzo por ampliar el enfoque típico de las ciencias naturales, en modo tal que la astrofísica, la biología y la investigación sobre el cerebro llevan a una visión científica del mundo, considerada objetiva, que no concede espacio al hombre como persona, como sujeto responsable de sus actos, como tampoco a su relación personal con Dios.
Esta visión seudocientífica del mundo, promovida por el neo-ateísmo, es exaltada como un programa de opinión que hay que imponer a toda la humanidad y según el cual, a la persona que crea en la existencia de un Dios personal no hay que concederle el derecho a la existencia, ni mental – pues al haber contraído el “virus divino” hay que ponerla en cuarentena –, ni física (hay que considerarla una parásito).
Si miramos el ateísmo político, sembrado por el nacionalsocialismo en Alemania o por el programa estalinista de extinción de la Iglesia llevado a cabo en la Unión Soviética, resulta aún más evidente el carácter intolerante e inhumano del neo-ateísmo.
Está claro que el llamado ateísmo científico tiende a imponerse como una visión global del mundo y, por tanto, como programa político totalitario.
Al principio de la era moderna asistimos a la oposición entre empirismo y racionalismo y, por consiguiente, al intento de resolver el dualismo en favor de una de estas dos vías de acceso a la realidad.
¿Puede el pensamiento apropiarse del mundo material? O, al contrario, ¿la razón no es otra cosa que una función del proceso evolutivo?
El hombre, como sujeto pensante, ¿es solamente parte de un momento de la diferenciación de la materia, sujeto a las leyes de la selección natural como un producto, carente de sustancia, de una totalidad integral que incluye todo?
Robert Spaemann resumió bien el concepto de modernidad en sus repercusiones negativas sobre el hombre como persona, como ser con capacidad moral e intelectual propias:
«La visión científica del mundo quita al yo y al tú, a la breve vida del individuo, su complejidad y su significado, el ser la representación única de lo incondicionado, en beneficio de un desarrollo colectivo, que es de por sí verdadero portador de significado» (Gesammelte Reden und Aufsätze i, 14).
Este enfoque tiene sus propias raíces en el empirismo de David Hume, según el cual «nunca vamos más allá de nosotros mismos» (cfr. Gesammelte Reden und Aufsätze ii, 9), lo que constituye una visión limitada que no tiene en cuenta las capacidades evidentes del intelecto de ir más allá de lo inmediato.
De la condición intrínseca del hombre, como ser esencial dotado de tendencia al conocimiento de la verdad y del bien y, por tanto, a la realización de la propia persona que existe en una naturaleza corporal-espiritual, se ocupan poco los descubrimientos de la reciente investigación de tipo evolucionista y de la neurobiología, que se limitan a considerar las condiciones materiales de la razón y de los actos de la voluntad del hombre, y cuya interpretación seudocientífica se superpone a una filosofía basada sobre el materialismo monista.
El verdadero proyecto de la modernidad, con su innegable valor de humanización, alcanza su objetivo sólo si la diástasis entre el empirismo y sus derivados, – el materialismo, el positivismo y el racionalismo -, que tiende a transformarse en monismo de tipo idealista, es superada.
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