Rel
Sé que la expresión “fotocopia de Cristo” no se puede aplicar ni al santo más santo. La uso -como indiqué en el escrito “Presentación”- en el sentido en que fray Modestino de Pietrelcina se la aplicaba a su Padre espiritual, el Padre Pío.
7. Como Jesús, que era llevado por el Espíritu Santo (cfr Mt 4, 1).
Jesús de Nazaret es el fruto del Espíritu Santo en el seno virginal de María (cfr Lc 1, 35). Además, al ser bautizado, «y mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma», mientras una voz del cielo lo proclamaba «mi Hijo, el amado» (Lc 3, 21-22).
La vida de Jesús estuvo impulsada siempre por el Espíritu, que «lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo» (Lc 4, 1-2); que, después de ungirlo, lo envió «a evangelizar a los pobres; a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19); que lo llenó de alegría para que bendijera a Dios diciendo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños» (Lc 10, 21)…
Jesús nos habló del Espíritu Santo, presentándolo como «el Paráclito» (Jn 15, 26), «el Espíritu de la verdad, que nos guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13), el que dará testimonio de Jesús (cfr Jn 15, 27), aquel por cuyo poder los discípulos perdonarán los pecados a los hombres (cfr. Jn 20, 22-23)…
Y Jesús, ya resucitado, dio el Espíritu Santo a sus discípulos: «Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22); y lo sigue dando a lo largo de los siglos, sobre todo por el sacramento de la Confirmación.
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Del Padre Pío de Pietrelcina dice el padre Gerardo Di Flumeri, en su opúsculo “LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO”, que «siendo todavía niño, tuvo una experiencia extraordinaria de la tercera Persona de la santísima Trinidad, “el dulce huésped de las almas”, el Espíritu Santo. El día de la confirmación, el Espíritu Santo le concedió experimentar tan “dulces mociones” que, a la distancia de los años, ante el recuerdo de las mismas, se sentía “quemar entero por una llama vivísima, que quema, derrite y no causa sufrimiento”».
¿También para el Padre Pío el Espíritu Santo fue “el gran desconocido”? Que lo era para la Iglesia, al menos hasta bien entrado el siglo XX, lo puede acreditar este dato. La correspondencia epistolar entre el Padre Pío y sus dos Directores espirituales, los padres Benedicto y Agustín de San Marco in Lamis, que recoge el tomo I del Epistolario del Padre Pío, se prolongó desde el 22 de enero de 1910 hasta el 11 de mayo de 1922; y las cartas que se intercambiaron son 633. En las escritas por los Directores espirituales, sólo en dos, una del padre Benedicto y otra del padre Agustín, hay una referencia expresa al Espíritu Santo. En las del Padre Pío encontramos siete, seis de ellas como breve saludo, en el que desea uno o varios de los dones que otorga el Espíritu Santo a los fieles. Me referiré a estos dones, al tratar de las cartas de orientación espiritual del Capuchino de Pietrelcina.
Un dato muy llamativo es que la referencia al Espíritu Santo que el padre Benedicto le ofreció en carta de setiembre de 1910, el Fraile capuchino la transmitió, casi al pie de la letra, a Jerónima Longo, en carta de 15 de abril de 1918. ¿Leía el Padre Pío con frecuencia las cartas de sus Directores espirituales y esto le permitía comunicar a otros lo que le habían escrito a él, incluso muchos años antes? Pienso más bien que el Santo de Pietrelcina puso en práctica con tanta fidelidad lo que le propuso el padre Benedicto que pudo recordarlo con precisión ocho años más tarde. Esto es lo que le escribió el padre Benedicto: «El único consejo que puedo darte es que no realices nada que no sea lo que el Espíritu Santo quiere hacer en ti. Abandónate a sus impulsos y no temas; él es tan sabio, suave y discreto que no causa más que el bien, sobre todo cuando los gozos interiores van acompañados de un dulce y profundo sentimiento de humildad. [Estos impulsos] no deben suscitar sospecha alguna y es necesario ensanchar el corazón para recibirlos».
Llama también la atención que lo que no encontramos en la correspondencia epistolar entre el Padre Pío y sus Directores espirituales lo tenemos en las cartas que el Fraile capuchino escribió a las personas a las que orientaba espiritualmente por este medio. Cartas que, como se sabe, están publicadas en los tomos II, III y IV del Epistolario. Para no alargarme más de lo que permite este escrito, indico lo que sigue:
- En las cartas del Padre Pío no tenemos, es cierto, un tratado bien elaborado sobre el Espíritu Santo; pero encontramos todos los aspectos de su acción santificadora en las almas. Además, con esta gran ventaja: que el Padre Pío, al presentar a sus hijos espirituales la acción santificadora del Espíritu Santo, se apoya en gran medida en su experiencia personal.
- El Padre Pío se refería con mucha frecuencia al misterio de la inhabitación de la Trinidad en el alma en gracia, buscando que sus hijos espirituales tomaran conciencia clara de ser templos vivos del Espíritu Santo. Y, como consecuencia, les pedía:
Gran respeto al «dulce huésped del alma», para pasar del respeto a la intimidad con él.
Atención constante al Espíritu santificador, para acoger sus dones de luz, amor, fuerza, paz, gozo, paciencia, delicadeza, bondad, cortesía, mansedumbre, fidelidad…
Colaboración diligente en todo lo que el Espíritu quiera realizar en nuestras almas y, por medio de nosotros, en beneficio de los demás.
- En el breve saludo con que el Padre Pío iniciaba casi todas sus cartas, son frecuentes las referencias al Espíritu Santo, y en ellas encontramos, como deseo a los destinatarios de las mismas, todos los dones que otorga el Espíritu Santo; entre otros, los que acabo de enumerar.
- Otorgar el Espíritu Santo es prerrogativa de Dios, y en esto el Padre Pío no puede ser llamado “fotocopia de Cristo”. Pero sí nos ha dejado, a ejemplo de Jesús, enseñanzas muy claras sobre cómo ser dóciles al Espíritu y cómo colaborar con él. Cito sólo tres: «Abrid vuestro corazón a los carismas del Espíritu Santo, que espera cualquier gesto de vuestra parte para enriqueceros»; «Dé libertad plena a la libre actuación del Espíritu Santo, esforzándose por reproducir en su vida las virtudes cristianas y, con preferencia sobre todas las demás, la santa humildad y la caridad cristiana»; «¿Queremos vivir espiritualmente, esto es, movidos y guiados por el Espíritu del Señor? Seamos avispados en mortificar el espíritu propio, que se engríe y nos hace vehementes; esforcémonos en suma por reprimir la vanagloria, la iracundia, la envidia: tres espíritus malignos que esclavizan a la mayor parte de los hombres y se oponen tremendamente al Espíritu del Señor».
Elías Cabodevilla Garde
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