Todos estamos llamados a ser santos. El modelo para alcanzarlo es imitar a Jesucristo con el fiel seguimiento de vivir en obsequio de Jesucristo.
Pero Jesucristo nos da también como modelo a la Virgen Maria, su Madre que es quien mejor supo asimilar su vida y su doctrina. Mucho mejor que San Pablo nos puede decir Ella: “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo.” (1 Cori 1,1)
Llamamos a María “Reina de todos los Santos” porque:
* Es la Madre del Rey le pertenece a Ella el título de Reina.
* Aventaja a todo ser humano en privilegios: “Es la bendita entre todas las mujeres”, es la única que puede ostentar la gracia de tener por Hijo a Dios, no por mérito propio, sino por pura gratuidad de Dios, su actitud de colaboración a los planes de Dios la hacen partícipe en la gran obra de la Redención por la que los humanos podemos alcanzar la gran dignidad de ser partícipe de la naturaleza divina, que nos hace ser Santos.
* Aventaja a todos los Santos en virtudes y perfecciones, observa al respecto San Bernardo, el apóstol por excelencia de María en la Edad Media:
“No le falta a María: Ni la fe de los Patriarcas, ni la esperanza de los Profetas, ni el celo de los Apóstoles, ni la constancia de los Mártires, ni la templanza de los Confesores, ni la pureza de las Vírgenes”.
Si María es modelo de todas las virtudes, los Santos tuvieron en Ella un espejo en donde mirarse, un estímulo para superarse. Ella como Madre reprodujo todas las virtudes, que están al alcance de las personas. La ejemplaridad de María está en todos los órdenes y para todos los estados. Nos confirma esto el ejemplo de los Santos, quienes con el auxilio de María han llegado al grado de perfección del que en el cielo disfrutan. No hay estado ni forma posible de vida que no encuentre en María la virtud o virtudes, que necesitan para sobresalir en un limpio pugilato de amor a Dios.
La intercesión de María nos es imprescindible en nuestra vida espiritual todo ello por pura gratuidad de Dios. Así nos lo ha contado el “Doctor Melifluo” (Maestro que destila miel), quien entre las alabanzas que dirige a María sobresale la que nos cuenta de su patrocinio y poderosa mediación: “Nada quiso darnos Dios que no pasase por manos de María. Tal es la voluntad de aquel que ha querido que todo lo conseguimos por su medio”.
Esto nos lleva a la conclusión de que toda persona santa tiene que ser mariana. Gráficamente nos lo decía San Juan de Avila. “Más quiero estar sin pellejo que sin devoción a María”. Muchos se han distinguido por un singular amor filial a Nuestra Señora, pero todos se han acercado a Ella como modelo a imitar e intercesora a quien acudir. San Efrén, diácono (300 – 370) nos indica lo que María es para todos y cada uno de los Santos: “Oh Virgen, Vos sois el júbilo de los Santos”.
No hay Santo, si no hay amor a Dios, y esto supone que amemos lo que El ama, al prójimo, entre los que tienen derecho al amor de los demás sobresale: María.
Son muchas las razones que tenemos para amarla:
. Es la Madre de Dios, a quien tengo que amar.
. Es mi Madre, este es el motivo para amarla.
. Es la Madre de la Iglesia, a la que pertenecemos.
El marianismo es una tónica común a todos los Santos, algunos sobresalen por el espíritu de invocación, otros por el de alabanza, gratitud, imitación y servicio. Los matices pueden ser distintos, pero su labor sigue siendo la misma, cumplir la recomendación que María nos ha dejado en el Evangelio: “Haced lo que El os diga”. (Jn. 2, 5).
Los Santos ayudados por María e imitadores de sus virtudes nunca han superado al modelo, pues, la santidad está en proporción directa con el amor de Dios y ninguna criatura supera a María, ya que Ella es la “llena de gracia”.
La misión para la que Dios la había escogido exigía que Ella sobresaliese entre todos por la santidad, que es el valor más cotizado por Dios, pues, su amor le hizo acercarse a nosotros hasta el punto de ser “en todo semejante a nosotros menos en el pecado”, para que nosotros podamos participar de la naturaleza divina y ser santos.
A María la podemos contemplar en cada una de las virtudes: caridad, esperanza., fe, pureza, humildad etc.., y veremos como ninguna criatura la ha superado en el ejercicio de la misma, por eso con toda razón podemos llamarla “Reina de todos los Santos”.
MARÍA, MODELO DE SANTIDAD PARA TODOS
Dios es la santidad primera, la santidad por esencia, a esta divina santidad y perfección debemos conformar necesariamente la nuestra. La santidad divina aparece infinitamente lejana, en una luz inaccesible … pero Dios nos la hizo accesible en su Unigénito Hijo, Jesucristo, dice San Pablo: “Dios nos eligió en Cristo, antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante El y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza y gloria de su gracia”. (Ef. 1: 4-6).
El hombre, elevado por la misericordia Divina al estado sobrenatural y constituido hijo de Dios, tiene en Jesucristo el espejo de la perfección divina, pero los rayos que emanan de Jesucristo son todavía demasiado brillantes para la dignidad humana; la suya es una santidad increada, infinita.
Es cierto que El practicó las virtudes sencillas permitidas al hombre, como la humildad, la paciencia, la obediencia, etc., pero el modo y la perfección como las vivió son infinitamente superiores a las fuerzas humanas, aunque estén apoyadas por la gracia.
Para allanarnos el camino de la santidad, Dios nos propuso en nuestra Señora un modelo de santidad creada, una luz más suave a nuestros débiles ojos, un modelo, el más cercano a la santidad infinita, que nos animara a imitarla.
Ella poseyó sin duda una perfección y una santidad sobrehumanas, pero una santidad creada, unida a aquella perfección a la que no llegará jamás ninguna criatura; se acerca y toca los confines del infinito. La santidad de María es solo inferior a la santidad de Dios. María espejo, ejemplo y modelo perfecto de santidad, es lo que nos propone la Iglesia cuando la invoca como Reina de los santos.
MARÍA SANTÍSIMA MODELO DE LA MUJER CRISTIANA
Quien conozca la importancia moral de la mujer en el mundo no podrá menos de admirar la Providencia de Dios por haber preparado en la Virgen Madre, el modelo singular de la perfección femenina.
La mujer constituye la mitad del género humano, y es ella la que forma y educa a la otra mitad. La mujer que usa rectamente de los preciosos atractivos de naturaleza y de gracia con los cuales Dios la ha enriquecido, tiene un ascendente bienhechor sobre su esposo y un influjo poderoso y decisivo sobre el carácter y la conciencia de los hijos.
Más profunda y más grande es la influencia social de la mujer – madre. Los principios de la educación maternal permanecen imborrables; aún cuando en medio del torbellino de las pasiones y de la vida el sello de la mano materna permanezca obscurecido y sepultado bajo las ruinas de los vicios, tarde o temprano sale de nuevo y conduce a !os extraviados al buen sendero, como bajo las ruinas sembradas por los vándalos o bajo la capa del olvido, reaparece la belleza artística de los antiguos monumentos. Se puede decir que la sociedad es como quiere la mujer.
En la antigüedad, la mujer no contaba para nada en la sociedad, era esclava de las pasiones del hombre y la mitad del linaje humano era para la otra mitad fomento y causa de corrupción.
El hombre y la mujer tenían extrema necesidad de un remedio poderoso que los sanara, que los hiciera en verdad virtuosos y santos. Este poderoso remedio fue ofrecido por Jesucristo, por su religión, por su moral y por su gracia.
El decreto de Cristo devolvió al matrimonio su unidad natural y su indisolubilidad y lo elevó a la dignidad de Sacramento. El ejemplo de Cristo y de la Inmaculada Virgen María: he allí la medicina que restauró al hombre y ennobleció a la mujer.
MARÍA SANTÍSIMA ES EL MODELO PERFECTO DE LA MUJER, ESPOSA Y MADRE
• ESPOSA - María Santísima fue perfecta, santa y amorosa esposa de San José, en Ella las virtudes humanas eran sobrenaturales (esposa del Espíritu Santo), pero tomando en cuenta el ser de esposas y esposos terrenales aplicaremos de la la. Carta a los Corintios (cfr. Cap. 7).
La esposa debe tener un verdadero amor de caridad al esposo que supone, entre otras cosas:
• Paciencia … perseverando con constancia en aquel o aquellos buenos ideales que resulta difícil alcanzar por diferencia en: educación, criterio, opiniones y hasta de valores … y por medio de oración, de amor manifestado y evitando discusiones, tratar de convencer al esposo del bien que se persigue.
• Ser servicial – atenderlo con alegría, prontitud y lo mejor posible, no dejándose llevar por los errores actuales, que, promoviendo la liberación de la mujer pretenden, entre otras cosas, que la mujer no debe atender al esposo.
• No ser jactanciosa – no alabarse a sí misma, ni cansar al esposo con comentarios inútiles.
• No ser engreída – no le presuma de su valer (imaginario o real) haciéndolo sentir inferior.
• Ser decorosa – respetuosa de los gustos y aficiones del esposo, así como de sus familiares y amigos.
• No olvide la esposa que la caridad es comprensiva y misericordiosa, que espera sin límites y perdona siempre. madre – Oficio y dignidad principal de la mujer es la maternidad, que le impone sagrados deberes (no olvidarlo nunca ya que actualmente se combate mucho esta gran dignidad de la maternidad).
El primero de estos deberes es el de aceptar de Dios y con gratitud aquellos hijos que quiera confiarle. Hoy la mujer mundana desea ser esposa pero rehuye el honor de la maternidad. El ritmo regulado de la vida de familia no le agrada; fatigarse para construir, piedra sobre piedra el edificio de la educación de sus hijos, es una empresa que no quiere asumir. Hoy la maternidad se limita lo más posible y aun cuando se acepte, no se le considera con alegría, sino más bien como un paréntesis doloroso en el movimiento acelerado de la vida moderna que ofrece a la mujer otros atractivos.
La maternidad que se sacrifica y que en el plan de la Providencia debería colocar a la mujer en lugar muy alto, es hoy abiertamente rechazada como algo que no corresponde a esta época, corno la supervivencia de una mentalidad superada. Y es que fuera del clima verdaderamente espiritual del cristianismo, hoy la maternidad es una función mecánica, determinada por el egoísmo.
Toda esposa cristiana, ante el dulce sacrificio de la maternidad, aun en medio de las angustias y de las dificultades de nuestros tiempos, debe repetir la palabra de nuestra Señora: “FIAT” … HÁGASE.
El Papa Pío XI, al recibir en una ocasión a unas madres italianas les dijo: “La primera gloria de la Virgen Santísima es que es Madre de Dios y Madre nuestra. Ustedes tienen en su activo el ser madres tantas veces cuantos son los hijos que la Providencia les ha dado y confiado … hasta entregarles tantas vidas y tantas almas … ustedes deben confiar en El como El ha confiado en ustedes”
Otro deber de la madre es la educación cristiana de sus hijos. No debe olvidar que tienen necesidad de una educación paciente y constante, hecha de instrucción, corrección, vigilancia y de buen ejemplo.
¡Virgen Santa, excelsa Reina de todos los santos, tú que en el estado de Esposa y de Madre diste tan altos ejemplos de perfección, santifica a la mujer y con ella a la familia y a la sociedad.
Fuente: Padre Tomás Rodríguez Carbajo y Mercaba
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