Estas palabras parecen duras a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús. Pero más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la eterna condenación. Esta señal de la Cruz estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar. Entonces todos los siervos de la Cruz, que se conformaron en esta vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo Juez con gran confianza.
¿Por qué pues temes tomar la Cruz por la cual se va al Reino? En la Cruz está la salud, en la Cruz está la vida, en la Cruz está la defensa contra los enemigos, en la Cruz está la infusión de la suavidad celestial, en la Cruz está la fortaleza del corazón, en la Cruz está el gozo del espíritu, en la Cruz está la suma virtud, en la Cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la Cruz. Toma, pues, tu Cruz y sigue a Jesús e irás a la vida eterna. Él vino primero y llevó su Cruz, y murió en la Cruz por ti, porque tú también la lleves y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con él vivirás con él, y si fueres compañero de sus penas, lo serás también de su gloria.
Mira que todo consiste en la Cruz, y todo está en morir en ella; y no hay otro camino para la vida y para la verdadera paz sino el de la santa Cruz y continua mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo eminente ni más seguro en lo abatido sino la senda de la santa Cruz. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la Cruz, pues, o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás tribulación en el espíritu.
Unas veces te dejará Dios y otras te mortificará el prójimo, y lo que más es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado ni confortado con ningún remedio ni consuelo, y será preciso que sufras hasta cuando Dios quisiere, porque quiere que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del todo a él, y te hagas más humilde con la aflicción. Ninguno siente tan de corazón la pasión de Cristo, como aquél a quien acaece sufrir penas semejantes. De modo que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar. No la puedes huir donde quiera que fueres; porque a cualquier parte que huyas llevas a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete adentro, en todo hallarás la cruz; y es necesario que en todo lugar tengas paciencia si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.
Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin de padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, la hiciste más pesada, y no obstante es preciso que la sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y acaso más pesada.
¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor, porque convenía que Cristo padeciese y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria. ¿Pues cómo buscas tú otra senda, sino este camino real que es el de la santa Cruz?
Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, ¿y tú buscas para ti holgura y gozo? Yerras, yerras si buscas otra cosa que sufrir tribulaciones, porque toda esta vida mortal está llena de miserias y por todas partes está rodeada de cruces; y cuanto más altamente alguno aprovechare en espíritu, tanto más pesadas cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.
Mas este tal, así afligido de tantos modos, no está sin el alivio de la consolación, porque siente crecer en sí gran fruto de llevar su cruz, porque cuando se junta a ella de buena voluntad todo el peso de la tribulación se convierte en confianza del consuelo divino. Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se fortifica el espíritu por la gracia interior. Y algunas veces se conforta tanto con el afecto a la tribulación y adversidad por el amor y conformidad con la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y penalidad, porque se tiene por tanto más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por él. Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne frágil, que lo que naturalmente el hombre siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.
No es propio de la humana condición, amar la cruz, castigar el cuerpo y sujetarle a servidumbre, huir los honores, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado, tolerar todo lo adverso con daño y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si te miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas; mas si confías en Dios, él te dará fortaleza celestial y hará que te obedezca el mundo y la carne, y no temerás al demonio si estuvieres armado de fe y señalado con la cruz de Cristo.
Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo para llevar varonilmente la Cruz de tu Señor, crucificado por amor tuyo. Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo donde quiera que fueres y de verdad lo hallarás en cualquier parte donde te escondas. Así conviene, y no hay otro remedio para escapar de la tribulación de los males y del dolor, sino sufrir. Bebe con afecto el cáliz del Señor si quieres ser su amigo y tener parte con él. Remite a Dios las consolaciones y haga él con ellas lo que más le pluguiere. Pero tú disponte a sufrir las tribulaciones y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las penalidades de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.
Cuando llegares a punto que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que vas bien porque hallaste el paraíso en la tierra. Mientras te parezca penoso el padecer y procures huirlo, cree que vas mal, y donde quiera que fueres te seguirá el rastro de la tribulación.
Si te dispones para hacer lo que debes, conviene a saber, sufrir y morir, luego te irá mejor y hallarás paz. Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo, dice Jesús, te mostraré cuántas cosas le convendrá padecer por mi nombre. Luego, sólo te queda el padecer, si quieres amar a Jesús y servirle siempre.
Pluguiese a Dios que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús. ¡Cuán grande gloria se te daría! ¡Cuánta alegría causarías a todos los Santos de Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo!, pues todos alaban la paciencia, aunque pocos quieren padecer. Con razón debías sufrir algo de buena gana por Cristo, cuando hay tantos que sufren más graves cosas por el mundo.
Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y que cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir a Dios. Ninguno es apto para comprender las cosas celestiales si no se aviene a sufrir las adversidades por Cristo. No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable, que padecer gustosamente por Cristo. Y si te diesen a escoger, más debías desear padecer cosas adversas por Cristo, que ser recreado de muchas consolaciones; porque en esto le serías más semejante, y más conforme a todos los santos. Pues no está nuestro merecimiento, ni la perfección de nuestro estado en disfrutar muchas suavidades y consuelo, sino en sufrir grandes penalidades y tribulaciones.
Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el sufrir, Cristo lo hubiera declarado con su palabra y ejemplo; pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, que lleven la Cruz y les dice: Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Así que, leídas y bien consideradas todas las cosas, sea ésta la conclusión: Que por muchas tribulaciones nos es necesario entrar en el reino de Dios.
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