San José, como vimos en el número anterior, es Maestro de oración, según dice Santa Teresa desde su propia experiencia. Y si es Maestro de oración, es Maestro de humildad. ¿Cómo no lo va a ser conviviendo tanto tiempo con la humildad personificada que es Cristo Jesús y con la humildísima María, su esposa querida? Las virtudes se pegan, máxime teniendo en cuenta que José tiene una alma semejantísima a María. Dime con quien andas y te diré quien eres. Y es que la humildad es el fundamento, el cimiento, la base de la oración; “amar que es todo el bien de la oración, fundada en humildad (V 10,5). Todo este cimiento de la oración va fundado en humildad (V 12,11). Todo el edificio espiritual es su fundamento la humildad (7M 4,8).Por eso concluye la misma santa: “como este edificio toda va fundado en humildad, mientras más allegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no va todo perdido” (V 12,4; 7M 4,8). Y cuanto más alta es la oración, la de San José era altísima, tanto más profunda tiene que ser la humildad, la de san José era profundísima. La oración y la humildad están tan intrínsecamente unidas que no se puede dar la una sin la otra. Santa Teresa, la gran Maestra y Doctora de la oración, llega a decir que espíritu que no vaya comenzado en verdad, en humildad, yo más lo querría sin oración (V 13,16).
Y es que la humildad, que es andar en verdad delante de la misma Verdad (6M 10,7) es la primera y esencial disposición y actitud para la oración, “que aunque la digo a la postre es la principal y las abarca a todas” (C 4,4). La humildad es la esencia, la verdad de todas las virtudes y disposiciones espirituales para la oración. Sin la humildad no hay auténtica oración y verdadera. Y es que a Dios solo lo encontramos por la humildad y sólo nos encuentra cuando somos humildes, y la oración es un encuentro de amor con Dios y de Dos con nosotros.
Y si la humildad consiste en andar en la verdad, la verdad es que de nosotros no tenemos nada ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? “¿qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido, “a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido” (1Cor 4,7). Y sin Cristo no podemos nada, “separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Dice la Santa: “Esta es la verdadera humildad, conocer cada uno lo que puede y lo que Yo puedo” (CC 28); humildad que San Francisco de Sales expresa con estas otras palabras: Yo por mí nada puedo, nada soy. Yo lo puedo todo, pues pongo toda mi confianza en Dios que todo lo puede, Frase que refleja perfectamente la actitud de San José, tal como vivó su vida.
El humilde es servidor y servicial, y ¿qué fue la vida de san José sino un continuado servicio a Jesús y a María?
El humilde es callado y silencioso. San José es el silencioso por antonomasia. Un clima de silencio acompaña todo lo relacionado con la figura de José (RC 25).
¿No brilla su humildad en el hecho de recibir a María, su mujer, después del descubrimiento de su estado de buena esperanza, sencillamente porque se lo dice le ángel de parte de Dios?
¿No brilla su humildad en el obedecer a las órdenes del Emperador romano yendo a empadronarse a Belén desde Nazaret?
¿No brilla su humildad cuando buscando lugar para que su esposa pueda dar a luz cómodamente no encuentra a nadie que el escuche y acoja y tiene que recogerse en una cueva de los alrededores de Belén?
¿No brilla su humildad cuando, fiado solo de la bondad y poder de Dios, toma a María, su mujer y a su hijo por mandato de Dios y va al destierro de Egipto?
¿No brilla su humildad viviendo las largar jornadas diarias de trabajo de carpintero, recibiendo quizás las críticas de algunos de sus clientes y el que algunos no le pagasen su trabajo, como dice Santa Teresita?
San José puede cantar como María y con ella, la humildísima María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado=amado la humildad de su siervo. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí .San José sabe que todo lo que tiene lo ha recibido de Dios. Él es el siervo que nada tiene y nada puede, sólo lo que graciosamente le ha concedido su Dios. Sí, es el Padre de Jesús por su matrimonio con María, pero Dios le ha enriquecido con esta gracia por su humildad. Si María, su esposa, ha traído al Verbo de Dios a su seno por su humildad, “ella le trajo del cielo en las entrañas de la Virgen” dice Santa Teresa (C 16,2), la humildad de José abajó los ojos de Dios sobre él y le escogió para padre de su Hijo encarnado, miró=amó su humildad. Es el sirvo fiel y prudente, humilde a quien el Señor constituyó por Señor de su casa que son Jesús y María. .
Precisamente la glorificación y exaltación excepcional y única con que Dios engrandeció a San José es la mejor prueba de su profundísima humildad. Porque, si el que se humilla será exaltado (Mt 23,12) y cuanto más profunda es la humillación más alta y gloriosa es la exaltación, cuán insondable, destacada y excepcional no será su humildad, cando Dios le elige para esposo de María, la madre de su Hijo, para Padre de Jesús, para Señor y Jefe de su casa. Jesús y María, para formar parte de la unión hipostática, ese orden de la gracia de la salvación y redención traída y lograda por Jesús, como “único y fiel colaborador de los designios eternos” (S. Bernardo) con María y después de ella, orden al que sólo pertenecen Jesús, María y José, le colma de gracias y privilegios y, según una piadosa opinión, le ha llevado al cielo en cuerpo y alma...El Señor hizo en él grandes maravillas porque miró=amó la humildad de su siervo.
P. Román Llamas, ocd
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