Señor, ésta es obra de varón perfecto, nunca aflojar la intención de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado; no de la manera que suelen descuidar algunos por tibieza o flojedad, sino por la excelencia de una alma libre, sin tener ningún desordenado afecto a criatura alguna.
Ruégote, piadosísimo Dios mío, que me apartes de los cuidados de esta vida, para que no me embaracen las muchas necesidades del cuerpo, ni me cautive el deleite; presérvame asimismo de los muchos impedimentos del alma, para que no caiga quebrantado con tantas molestias. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto afecto, sino de aquellas miserias que gravemente afligen al alma de tu siervo, con la común maldición de mortalidad, y la detienen para que no pueda entrar en la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.
¡Oh Dios mío, dulzura inefable! conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de lo eterno, y me atrae a sí para perderme con sola la apariencia de algún bien que momentáneamente deleita. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre, no me engañe el mundo y su gloria fugaz, no me derive el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame por todas las consolaciones del mundo la suavísima unción de tu Espíritu; y por el amor carnal infunde en mi alma el amor de tu santo nombre.
Muy penoso es al alma fervorosa el comer, el beber, el vestir y todo lo demás que pertenece al sustento del cuerpo: concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y que no me ocupe de ello con sobrado afán. No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza, mas buscar lo superfluo y lo que más deleita, la ley santa lo prohíbe; porque de otra suerte la carne se levantaría contra el espíritu. Ruégote, Señor, que me dirija y enseñe tu mano en estas cosas, para que no me exceda en ellas.
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