(Revelaciones a Sor Josefa Menéndez)
2 DE ABRIL DE 1922
Una de las muchas almas (del Purgatorio) que acuden a Sor Josefa pidiendo humildemente oraciones y sufragios le dice a Sor Josefa:
“¡Si las almas supieran cómo se pagan aquí los gustos innecesarios concedidos a la naturaleza!... Ya he terminado mi destierro. Ahora voy a la Eterna Patria”.
Otra alma le dice:
“¡Bendita sea la infinita bondad de Dios que quiere servirse de los sacrificios de otras almas para reparar nuestras infidelidades! ¡Cuánta más gloria podía tener ahora en el Cielo, si mi vida hubiera sido otra!”
Otra alma más dice a Sor Josefa:
“No saben cuán diferentes se ven las cosas de la tierra, cuando se ha pasado a la eternidad. Los cargos no son nada delante de Dios, tan sólo la pureza de intención con que se ejercen aun las más pequeñas acciones. ¡Qué poca cosa es la tierra y todo lo que ella encierra! Y a pesar de esto, ¡cuánto se la ama! ¡Ah, la vida, por larga que sea, es nada en comparación de la eternidad! No pueden figurarse los hombres lo que es un solo momento de purgatorio y cómo el alma se consume y se derrite en deseos de ver a Dios Nuestro Señor”.
2 DE ABRIL DE 1922
Una de las muchas almas que acuden a Sor Josefa pidiendo humildemente oraciones y sufragios, dice a Sor Josefa:
“Estoy aquí por bondad de Dios, porque mi gran orgullo me tenía abierta las puertas del infierno. Tenía muchas personas debajo de mis pies… y ahora me pondría yo debajo del último de los pobres… Ten compasión de mí… y haz actos de humildad para reparar mi orgullo. Así podrás sacarme de este abismo”.
Otra de las almas del Purgatorio que visitan a Sor Josefa, le dice:
“He pasado siete años en pecado mortal y tres años enferma rehusando siempre confesarme. Tenía bien abierto el infierno, y hubiera caído en él, si con tus sufrimientos de hoy, no me hubieses obtenido fuerza para confesarme y ponerme en gracia. Ahora estoy en el Purgatorio y te ruego que pidas por mí, pues así como has podido salvarme, puedes sacarme pronto de esta cárcel tan triste”.
“Estoy en el Purgatorio por mi infidelidad… No he correspondido al llamamiento divino. Desde hacía doce años estaba resistiendo a mi vocación y viviendo en peligro de condenarme, pues para quitarme el remordimiento, me había entregado al pecado. Doy gracias a la bondad divina que ha querido, por tus sufrimientos, darme valor para ponerme en gracia. ¡Qué difícil era mi salvación! Ahora te pido tengas piedad de mí y me saques pronto de este lugar de penas”.
Otra alma más dice:
“Ofrece por nosotras la Sangre de Nuestro Señor. ¿Qué sería de nosotros si no hubiera almas para aliviarnos?”
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