Hoy se reparten preservativos por todas partes, incluso en las escuelas. Y más allá de esta forma
escandalosa de promover la promiscuidad sexual y el desenfreno, ésta no es la solución para evitar
embarazos indeseados.
La solución está en enseñar a los jóvenes el dominio de sí mismos, para que aprendan a vivir la
castidad, porque hoy como siempre, el sexto mandamiento: “No cometer actos impuros” tiene
toda su vigencia, cosa que parece que nadie se da por enterado, y que los medios de comunicación,
dominados por los enemigos de Cristo, de la Iglesia y de toda la humanidad, se empeñan en
anular.
Enseñemos la castidad a los jóvenes. Y para eso hay que formarlos desde pequeños, porque un
niño goloso, raramente será un joven casto. Y si a los hijos se les dan todos los gustos desde
chiquitos, entonces no se puede esperar un buen resultado en la adolescencia.
Hay que empezar un proceso que será largo y que pasa por la nueva evangelización, ya que este
mundo hace muchos abortos porque esta descristianizado, ha dejado de lado a Dios, y ha acogido
a Satanás, que odia a los hombres y que se burla de ellos y los mata en el seno de las madres.
Si en el mundo, los medios masivos de comunicación, propagan por todas partes que hay que
pasarlo bien y que hay que gozar de todo, sin frenos ni cortapisas, entonces es lógico que
especialmente los adolescentes y jóvenes caigan en el hedonismo, desembocando en embarazos
prematuros o no deseados.
Hay que explicarles a los jóvenes que no hemos sido hechos para la tierra, sino para el Cielo, y
que la tierra es el trampolín que hay que utilizar para saltar hacia la eternidad.
Pero quienes deben guiar a los jóvenes, están más confundidos que los mismos jóvenes, porque
muchos sacerdotes no explican cuál es el motivo de la vida sobre la tierra, que es un tiempo de
prueba.
No se puede traer el paraíso a la tierra, porque el Paraíso nunca estará en la tierra, si bien con el
esfuerzo humano y la ayuda de Dios, se puede hacer de la tierra una antesala del Cielo.
Como vemos el problema del aborto radica en lo siguiente: Los jóvenes –y no sólo ellos- creen que
la vida hay que disfrutarla sin limitaciones, y entonces los que pagan este error son los pequeñitos
hermanitos nuestros que día tras día son asesinados en el vientre de sus madres.
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