12 de enero de 1976
LOS PECADOS SOCIALES
Hijo mío, escribe.
He aquí los tres grandes pecados sociales de la humanidad:
— La humanidad ha pecado en Adán y Eva.
— La humanidad ha pecado, con el deicidio, en el pueblo elegido, el pueblo de Dios.
— La humanidad peca, hoy, con el rechazo de Dios.
1) El pecado de la humanidad en Adán y Eva desbarata enteramente el estupendo plan de Dios; le cambia el resultado.
Al orden sucede el más desconcertante desorden. A la felicidad del Paraíso terrenal sigue la infelicidad, a la luz siguieron las
tinieblas de la ignorancia.
Al amor, el odio; al bien —para el que el hombre fue creado— el mal con toda la gama de sus manifestaciones; a la paz siguen las
guerras y violencias.
A la vida eterna —finalidad de la creación— se puede preferir la muerte eterna, en la profunda desesperación del Infierno.
Esto es el pecado original. Esta ha sido la respuesta dada al Amor de Dios por la humanidad entera en Adán y Eva.
Una monstruosa ingratitud consumada por el primer hombre y la primera mujer a los que no les faltó la gracia, no solo necesaria,
sino sobreabundante en la medida de su inmensa responsabilidad.
Dios, por un acto suyo de amor sin límites, ha cosechado un tremendo insulto.
La justicia genera misericordia
2) Pecado social es la decadencia consumada por el Pueblo elegido.
A la rebelión de la humanidad en Adán y Eva, Dios responde no con la maldad sino con la justicia y la misericordia.
Con la justicia castiga el pecado en la humanidad entera.
Desde su origen hasta el fin, el hombre comerá el pan con el sudor de su
frente. La Justicia pesará sobre la humanidad hasta el fin de los tiempos.
Pronto sin embargo estalla también la infinita misericordia. Obtenida la confesión y el arrepentimiento por parte de los primeros
padres, Dios hace seguir el perdón con la promesa de la Redención.
Para preparar el gran acontecimiento de la liberación de la humanidad de la esclavitud del Infierno,
Dios se escoge un pueblo, el
pueblo preferido, que Dios quiere santo, pero que no se vuelve nunca santo a pesar de la lluvia de gracias y de milagros.
Hecho objeto de su amor, este pueblo responde con la ingratitud a la predilección.
Dios hace surgir profetas que con voz fuerte llaman al pueblo a la misión a la que estaba predestinado.
Los profetas, que son los altavoces de Dios, anuncian favores, gracias y liberaciones.
Ante la ciega obstinación, también amenazan
y anuncian castigos que el pueblo conocerá en el dolor.
Se recordarán de los padres en el sufrimiento, y entonces estallará de nuevo la misericordia.
La justicia divina engendra siempre la
misericordia aunque los hombres, oscurecidos por su egoísmo, no quieran comprender esta realidad.
Madurando los tiempos despunta el alba radiante del nacimiento del Salvador.
Las hostilidades contra el Verbo hecho Carne son promovidas y fomentadas por Satanás que se empeña en una tremenda lucha, que
nunca había cesado, pero que llega renovada con furor. Y he aquí que el Niño divino toma el camino del exilio para escapar del
cruel y corrupto Herodes.
Más tarde Satanás instigará a los sacerdotes del Templo y a los grandes del pueblo hebreo que tramarán y consumarán el deicidio.
Dios ha amado a su pueblo hasta lo inverosímil, y su pueblo Lo pone en la cruz.
La destrucción de la Iglesia
3) La humanidad peca hoy con la repulsa de Dios.
De su Corazón abierto, suspendido en la Cruz, Jesús entrega su Iglesia a la humanidad.
Desde este momento, nuevo plan de Satanás y de sus legiones contra el Cuerpo Místico de Jesús.
Satanás quiere su destrucción. Ya se ha hecho ilusiones de haber matado a la Cabeza, ahora trama la destrucción del Cuerpo.
He
aquí la guerra agotadora, que se combate sin tregua desde hace casi dos mil años.
La Iglesia no siempre responde como debiera a esta lucha.
De ella ha conocido, en veinte siglos, heridas dolorosas...
Hoy por tanto Satanás marca muchos puntos a su favor.
La batalla, la gran batalla está en acción.
La visión parcial e irresponsable de la realidad por parte de no pocos pastores y sacerdotes, ha alentado al Enemigo en sus tenaces
esfuerzos por destruir a la Iglesia y a su divino Fundador.
La batalla en curso, que solamente los inconscientes no advierten, deflagrará cada vez más furiosa y se apuntará muchísimas
víctimas entre el clero y los fieles.
El mundo, pero especialmente Europa, se abrasará con ella en una hora sin precedentes.
Hora de justicia y también hora de misericordia será la llegada de una nueva primavera de paz y de justicia, para la humanidad y
para la Iglesia.
La Madre mía y vuestra aplastará de nuevo, por segunda vez, la cabeza de Satanás. Desaparecerá el ateísmo del mundo (...).
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