13 de Junio de 1976
FALTA DE CAUTELA
Hijo mío, escribe lo que L. te va a decir:
- Don O., esperaba este momento. ¿Recuerdas lo que te dije en mi último mensaje? Dije que en el Paraíso ninguna cosa puede
hacernos... enfadar.
La visión de Dios, la participación activa en su Vida es algo tan grande que no es explicable en términos humanos. Aquí la
felicidad es plena y perfecta; nada puede cambiarla, por esto no hay lugar para lo que vosotros llamaríais enfados.
Pero te repito, Don O., si hubiera lugar para enojarse no habrían faltado motivos y estos motivos son precisamente causados por
vosotros.
Todo lo que se os ha dicho antes, durante y después del viaje, no ha servido para mucho. Vosotros continuáis viviendo vuestro
tran-tran de vida, sin hacer ningún esfuerzo por penetrar el contenido de los mensajes.
De nada han servido las advertencias para poneros en guardia contra quien, siguiéndoos por todas partes, desviaba vuestra
atención hacia intereses y objetivos diferentes a los fijados por la Providencia.
Ha logrado, por esa falta de cautela necesaria, descubrir lo que no debía haber conocido nunca de vuestra parte. Así le ha sido fácil
desviar vuestros planes, confundir vuestras ideas, generando dudas y deteniendo toda actividad dirigida a realizar el plan del
Señor.
Sólo un velo
Don O., ¡cuántas cosas lamentables han sucedido!
Aún no tenéis la convicción clara de haber sido elegidos para ser instrumentos de la Voluntad divina.
¡No ha habido continuidad ni de fe, ni de correspondencia a los designios de Dios!
- L. ¿Qué sucederá ahora?
- Dios es grande e infinitamente bueno, os toca a vosotros reconocer humildemente las lagunas de vuestra fe.
Don O., aún estando nosotros todavía tan cercanos, vosotros no estáis todavía convencidos. Una vez más os repito que sólo un
misterioso velo nos divide. Nuestra vida es muy diferente de la vuestra, pero está muy cercana.
Vosotros estáis en la refriega, nosotros estamos en la infinita paz de Dios, que nada puede turbar ni alterar.
Don O., os repito: sed más solícitos de las cosas del Cielo y no para las de la tierra. ¿Qué valen las cosas de la tierra? ¡Nada!
¡Nada!, ¡Nada! ¡De ellas ni siquiera quedará el recuerdo!
Si hubiera habido esta solicitud por las cosas de Dios, no se habrían realizado esas deficiencias y fugas.
Espiritualmente preparados
Don O., atención a no frustrar los planes del Señor y nuestro ardiente deseo de ayudaros.
¡Tened confianza en nosotros, que os seguimos paso a paso!
Como vosotros, nosotros también conocimos dudas, indecisiones, intrigas suscitadas por el común Enemigo.
Don O., dirás a mi madre que no le ha faltado toda mi protección y mi amor de hija, amor que la muerte física no corta sino
perfecciona.
No le faltará ni siquiera en el futuro, cuando tendrá mayor necesidad de ella. Dirás a mi madre que están en mi corazón también la
hermana P., los sobrinos y los demás que me fueron y me son igualmente queridos.
Por todos pido, intercedo y vigilo.
Dirás también a mi madre que es necesario estar espiritualmente prevenidos y preparados para la oscuridad que va haciéndose más
densa inexorablemente.
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