SURGIÓ UNA DISCORDIA POR SU CAUSA
La escena evangélica que nos presenta la liturgia de hoy tiene algo peculiar: No aparece Jesús en persona. Se habla de él, de sus discursos, se describen distintas actitudes ante sus discursos. Podemos permitirnos hacer un paralelo con nuestra realidad de hoy: tampoco tenemos ya a Jesús físicamente entre nosotros, y hay diversidad de posicionamientos con respecto a su mensaje (y a él).
- Entre la gente que ha oído sus discursos, se presentan dos posturas: Unos que dicen enseguida que es un «profeta». Es decir: alguien que habla bien, y que habla de parte de Dios. Les merecen un respeto sus discursos. Pero... Jesús es mucho más que un profeta. Se quedan cortos. Vendrían a parecerse a los muchos que valoran el mensaje de Jesús como una ética aceptable, valiosa, que merece respeto, que implica unos valores con los que incluso se identifican... pero se quedan en un simple humanismo. Valioso, claro. Pero no llegan más allá. No podríamos hablar de «fe» en este caso.
Otra parte de la gente, por sus prejuicios (en este caso el hecho de que Jesús sea galileo, y que no parece responder a lo que dicen las Escrituras), lo rechaza. Las palabras de Jesús son suficiente argumento, y de nada valen los signos que ha venido haciendo, como el vino de las bodas, la curación del paralítico o el siervo del centurión. En definitiva: directamente no les interesa, y no indagan más. Jesús no merece la pena y ya está.
- Entre los fariseos y sacerdotes, encontramos distintas actitudes. En primer lugar que entre ellos (los que saben, los que dominan la Ley y las Escrituras) no hay nadie que haya creído en Jesús. Resulta que su postura personal es «criterio» de verdad. Como ellos no han creído, nadie puede creer. No les cabe la menor duda, ni investigan, ni procuran conocerle... Pero aunque lo hicieran: su ideología religiosa, su manera de interpretar la Escritura y las Sagradas Tradiciones, y sus privilegios personales e incluso económicos... les impiden reconocer a Jesús. Ya había dicho antes Jesús a uno de ellos -Nicodemo- que tenía que nacer de nuevo, del agua y del espíritu... o no sería capaz de comprenderle.
Por otra parte, manejan las Escrituras a su antojo. Encuentran dónde apoyarse para rechazar la posibilidad de que Jesús sea un profeta: «De Galilea no salen profetas». Pero, cuando Nicodemo les nombra la Ley: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?». Pasan de ella. Les «vale» la Escritura para confirmar sus posturas previas, no para buscar la verdad.
También es significativo el desprecio por la gente: «Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos». Es que no saben, no han estudiado, no son especialistas, y por lo tanto su postura no merece ninguna consideración. De eso hablaba el Papa Francisco en su Evangelii Gaudium: [EG 133]: «Es necesario que los teólogos no se contenten con una teología de escritorio». Es verdad: no escuchar con respeto a la gente impide comprender a Jesús. Aunque habrá que aclarar que algunos dicen estar entre la gente... pero para imponerles sus criterios e ideas, porque ellos son los que saben lo que conviene a los demás. O están entre la gente (físicamente) pero con el impermeable puesto, para que no les salpique ni afecte lo a la gente le preocupa o hace sufrir.
- Parece que los únicos que se «libran» aquí serían los guardias. Se han dejado sorprender por Jesús: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Le han oído hablar personalmente, esto es, se han encontrado con él, y lo han escuchado sin prejuicios. Escribía Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano... sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida» (Deus Caritas est n.1).
Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús como lo hicieron aquellos guardias, claro, Pero como dice también esta misma Encíclica (n. 17): «siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana».
El Evangelista ha ido dibujando así algunas posturas que llevarán a Jesús hacia la muerte: la gente, los fariseos y sacerdotes... Pero también nos ayuda a nosotros a definirnos delante de Jesús hoy, dándonos algunas claves para que nuestras actitudes y esquemas mentales... no nos jueguen una mala pasada, y no descubramos en Jesús al Señor de la Vida, nuestro Salvador.
PD: Esta vez he conseguido que sea un poco más corta, como algunos me han pedido. Jejeje. Saludos a todos.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
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