MARIA VALTORTA
Jesús: “Está
escrito en el Levítico (5): «No odiarás a tu hermano en tu corazón sino
repréndele públicamente para que no te cargues de pecados por su causa». Pero,
del no odiar al amar hay todavía un abismo. Os puede parecer que la antipatía,
el desapego y la indiferencia no son pecado por el hecho de no ser odio. No. Yo
vengo a dar nuevas luces al amor, y, por
tanto, necesariamente al odio; porque lo que clarifica al primero en todos sus
detalles sabe clarificar en todos sus detalles al segundo; la misma elevación
del primero a altas esferas produce como consecuencia un alejamiento mayor del
segundo, pues cuanto más se eleva el primero el segundo parece hundirse en un
fondo cada vez más profundo. Mi doctrina es perfección, finura de sentimiento y
de juicio, verdad sin metáforas ni perífrasis; y os digo que la antipatía, el
desapego y la indiferencia son ya odio: simplemente porque no son amor. ¿Podéis
dar otro nombre a la antipatía, o al hecho de alejarse de un ser, o a la
indiferencia? Quien ama siente simpatía por el amado; así que, si siente
antipatía por él, es que ya no le ama. Quien ama sigue cerca del amado con su
espíritu, aunque materialmente la vida le haya alejado de él; por esto, cuando
alguien se separa de otro con el espíritu, es porque ya no le ama. Quien ama
jamás siente indiferencia hacia el amado; antes al contrario, todas sus cosas
le interesan; así pues, si uno siente indiferencia por una persona, es señal de
que ya no le ama. Como veis, estos tres afectos son ramificaciones de una sola
planta: de la del odio.
■ Veamos, ¿qué sucede cuando nos ofende alguien a quien amamos? En el noventa
por ciento, si no viene odio, viene antipatía, desapego o indiferencia. No. No
os comportéis así. No metáis el hielo en vuestro corazón con estas tres formas
de odio. Amad. Y me preguntaréis: «¿Cómo podremos hacerlo?». Os respondo: «De
la misma forma que puede Dios, que ama también a quien le ofende; es un amor doloroso,
pero siempre bueno». Decís: «¿Y cómo haremos?». Pues bien, os doy una nueva ley
sobre las relaciones con el hermano ofensor: «Si tu hermano te ofende, no le
humilles reprendiéndole delante de los demás; antes bien, alarga tu amor hasta
cubrir la culpa del hermano ante los ojos del mundo»; tendrás gran mérito ante
los ojos de Dios, si por amor niegas anticipadamente a tu orgullo toda
satisfacción. Oh, ¡cómo le gusta al hombre que se sepa que fue ofendido y que
le causó un gran dolor por ello! No va al rey, a pedir dádiva de oro, sino que
cual mendigo sin juicio, va donde otros insensatos y pordioseros como él a
pedirle unos puñados de ceniza y basura, y sorbos de veneno ardiente: esto da
el mundo al ofendido que se va quejándose y mendigando consuelos. Dios, el Rey,
da oro puro a quien ofendido, y sin rencor, va a llorar solo a sus pies su
dolor y a pedirle a Él, que es Amor y Sabiduría, consuelo de amor y enseñanza
por lo que sucedió. Por esto si queréis consuelo id a Dios y obrad con amor
. ■ Yo os digo, corrigiendo la ley antigua: «Si tu hermano peca contra ti, ve y
corrígele a solas. Si te escucha, habrás ganado de nuevo a tu hermano, y muchas
bendiciones de Dios. Pero si tu hermano no te hace caso y, obstinado en su
culpa, te rechaza, entonces, para que no se diga que asientes a su pecado o que
no te importa el bien del espíritu de tu hermano, toma contigo a dos o tres
testigos serios, buenos, dignos de confianza y vuelve con ellos donde tu
hermano y repite en su presencia tus observaciones, a fin de que los testigos
puedan dar fe de que hiciste cuanto estaba en tu mano para corregir con
santidad a tu hermano. Porque éste es el deber de un buen hermano, dado que ese
pecado contra ti, cometido por él, lesiona su alma, y tú debes preocuparte de
su alma. Si no da resultado esto tampoco, ponlo en conocimiento de la sinagoga,
para que le llame al orden en nombre de Dios. Si ni siquiera con esto se
corrige sino que rechaza a la sinagoga o al Templo de la misma forma que te
rechazó a ti, considérale publicano y gentil».
■ Haced esto con los hermanos de sangre y con los hermanos de amor, pues hasta
con vuestro prójimo más lejano debéis obrar con santidad, y sin codicia ni
intransigencia ni odio”.
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