CAPÍTULO X
Del agradecimiento por la gracia de Dios
¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo? Disponte para la paciencia más que para la consolación, y más para llevar Cruz que a tener alegría. ¿Qué hombre del mundo no tomará de buena gana el consuelo y alegría espiritual, si siempre la pudiese alcanzar? Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres del mundo y a los deleites de la carne. Porque todos los deleites mundanos son torpes o vanos; mas sólo los deleites espirituales son los alegres y honestos, engendrados de las virtudes e infundidos por Dios en los corazones puros. Mas no puede ninguno gozar continuamente de estas consolaciones divinas como quiere, porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa.
Muy contraria es a la soberana visitación la falsa libertad del alma y la confianza de sí mismo. Bien hace Dios dando la gracia de la consolación; pero el hombre hace mal no atribuyéndolo todo a Dios y dándole gracia. Y por esto no son mayores en nosotros los dones de la gracia, porque somos ingratos al Bienhechor y no lo atribuimos todo a la fuente original; porque siempre se debe gracia al que dignamente es agradecido, y se quita al soberbio lo que se suele dar al humilde.
No quiero consuelo que me quite la compunción, ni contemplar lo que me ocasiones soberbia; pues no es santo todo lo elevado, ni todo lo dulce bueno, ni todo deseo puro, ni todo lo que amamos agradable a Dios. De grado admito yo la gracia que me haga más humilde y timorato, y me disponga más a renunciarme a mí. El hombre enseñado con el don de la gracia, y avisado con el escarmiento de haberla perdido, no osará atribuirse a sí bien alguno, antes confesará ser pobre y desnudo, lleno de verdad y de gloria celestial, no es codicioso de gloria vana. Los que están fundados y confirmados en Dios en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuanto bien reciben, no buscan ser alabados unos de otros; más quieren la gloria que de sólo Dios viene, y desean que sea Dios glorificado sobre todas las cosas en sí mismo y en todos los santos, y siempre se dirigen a este fin.
Sé, pues, agradecido en lo poco y serás digno de recibir cosas mayores. Ten en mucho lo poco y lo más despreciable por don singular. Si miras a la dignidad del Dador, ningún don parecerá pequeño o despreciable. Por cierto no es poco lo que el Soberano Dios da; y aunque nos dé penas y azotes, se lo debemos agradecer, que siempre es para nuestra salvación todo lo que permite que nos suceda. El que desee conservar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que le ha dado, y sufra con paciencia cuando le fuere quitada. Haga oración continua para que le sea restituida, y sea cauto y humilde para no perderla.
Da a Dios lo que es de Dios y atribúyete a ti lo que es tuyo, esto es, da gracias a Dios por la gracia y solo a ti atribúyete la culpa, y conoce que por la culpa te es debida justamente la pena.
Ponte siempre en lo más bajo, y te darán lo más alto, porque no está lo muy alto sin lo más bajo. Los Santos, que son grandes para con Dios, para consigo son pequeños; y cuanto más gloriosos, tanto son más humildes.
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