Esto es
lo de Mahoma y la montaña, ya saben. Nuestra
parroquia es pequeña para lo que es Madrid. Yo no sé si pasamos de los ocho mil habitantes. Además, es
casi barrio dormitorio. Salir por la mañana y acercarse a la plaza de Tres Olivos es algo bastante parecido a un paseo por el centro del Sáhara a las cuatro de la tarde. Algún despistado y poco más.
La gente trabaja, salen por la mañana, llevan a sus niños al colegio y regresan generalmente bastante tarde, así que la vida parroquial no es sencilla.
Cuando la gente está llegando a su casa a las siete, las ocho de la tarde, no es fácil decirles y ahora se vienen un ratito a reunirse a la parroquia. No pasa nada, si ellos no pueden venir, podemos ir nosotros.
De lo más interesante de la misión mariana han sido las visitas a las familias con la Virgen, así que hemos decidido mi compañero y yo que eso no solo no podía olvidarse, sino que vamos a potenciar todo lo que sea posible nuestra presencia en los hogares para rezar con las familias.
Desde hoy mismo, los martes y los viernes son días de oración con las familias. Estamos pidiendo, y ya con bastantes respuestas, familias que quieran abrir las puertas de su hogar a un sacerdote para rezar juntos, y si lo desean, invitar a ese encuentro de oración a vecinos o amigos. Pues insisto, ya tenemos las primeras familias. De hecho, esta misma tarde – noche, acudiré al primero de los hogares.
El encuentro va a ser algo tan simple como acudir los sacerdotes a cada domicilio con una capillita de la Virgen, de esas que se llevaban por las casas ¿recuerdan?, rezar el rosario en familia, y con los vecinos y amigos que se hayan animado, charlar un ratito y a casa de nuevo.
La vida cambia y la pastoral ha de cambiar. Ese viejo esquema de que todo tiene que ser a base de templo parroquial y salas parroquiales se nos queda corto. Cuando todo el mundo está pendiente del teléfono móvil, internet y WhatsApp, cuando estamos en un momento de enorme movilidad, es absurdo que no haya más noticias parroquiales que unos avisos apresurados al final de cada misa. Cuando la gente está que no puede más, con unos horarios infernales, unos niños por bañar, un anciano que atender y las cuentas para llegar a fin de mes, es demasiado cómodo para los curas quedarnos en la parroquia y pedir que se vengan por la tarde noche a la parroquia porque tenemos no sé qué…
Distinto es que en su casa nos acojan, aunque sea entre potito y biberón. Completamente diferente pretender que un alejado acuda al templo, que se acerque a casa de su vecino de enfrente porque viene el párroco.
Pues en esas estamos. De momento son varios los hogares que nos abren sus puertas. Esta noche, tras una misa, un funeral y un asomarme a un grupo de matrimonios, tomaré la capillita de la Virgen y dando un paseíto, porque la cosa está en que se nos vea, acudiré a la primera casa para rezar juntos. Ya me han dicho que estarán el matrimonio, los hijos, unos cuñados y el abuelo. A lo mejor, incluso algún vecino.
Recen por esta iniciativa. Y ya les contaré qué tal resultado nos va dando. Pero ¿saben? lo único que no podemos permitirnos es estar quietos… Y a mi compañero y a un servidor nos parece que puede funcionar.
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