.

Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

jueves, 27 de diciembre de 2012

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO (MARIA VALTORTA) XXII


439.  María Stma. enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios.
20 de mayo de 1946.

1Está muy cansada la Virgen cuando vuelve a poner pie en su casa. Pero viene muy feliz. Pregunta en seguida por su Jesús, el cual está todavía trabajando, con las últimas luces del día que ya muere, en la puerta del horno (ya va a colocarla de nuevo en su sitio). Le ha abierto Simón, quien, después del saludo, se retira prudentemente a la sala‑taller. A Tomás no le veo. Quizás está fuera.
Jesús deja sus herramientas en cuanto ve a su Madre, y va hacia Ella limpiándose las manos manchadas de grasa (está suavizando con aceite los goznes y los cerrojos) en su mandil de trabajo. Su recíproca sonrisa parece hacer luminoso el huerto en que va mermando la luz.
«La paz a ti, Mamá» .
«La paz a ti, Hijo».
«¡Qué cansada estás! No has descansado...».
«Desde un alba a un ocaso en casa de José. Pero sin estos grandes calores me habría puesto en camino en seguida para venir a decirte que Áurea es tuya».
«¡¿Sí?!». El rostro de Jesús hasta se hace más joven por esta gozosa sorpresa. Parece un rostro de poco más de veinte años, y, con la alegría, perdiendo esa gravedad que generalmente tienen su rostro y sus gestos, adquiere aún mayor semejanza con el de su Madre, siempre tan serenamente niña en los ademanes y en el aspecto.
«Sí, Jesús. Y he obtenido esto sin ningún esfuerzo. La dama ha aceptado inmediatamente. Se ha conmovido al reconocer que ella, y con ella sus amigas, están demasiado contaminadas para educar a una criatura en orden a Dios. Un reconocimiento muy humilde, muy sincero, verdadero. No es fácil encontrar a alguien que, sin ser forzado a ello, reconozca que es defectuoso».
«Sí, no es fácil. Muchos en Israel no lo saben hacer. Son almas hermosas sepultadas bajo una costra de suciedad. Pero cuando caiga la suciedad...».
«¿Sucederá, Hijo?».
«Estoy seguro. Tienden instintivamente al Bien. Acabarán adhiriéndose. ¿Qué te ha dicho?».
«Pocas palabras... Nos hemos entendido en seguida. 2Pero bueno será tener aquí en seguida a Áurea. Quiero decirle yo esto; bueno, si Tú quieres, Hijo mío».
«Sí, Mamá. Mandamos a Simón» y llama con fuerte voz al Zelote, que viene en seguida.
«Simón, ve a casa de Simón de Alfeo y di que mi Madre ha vuelto; luego ven con la muchacha y con Toma, que está allí para terminar ese trabajito que le ha rogado hacer Salomé».
Simón se inclina y sale acto seguido.
«Cuenta, Mamá... Tu viaje... tu coloquio... ¡Pobre Mamá, qué cansada estás por causa mía!».
«¡Oh, no, Jesús! Ningún cansancio cuando Tú te sientes feliz...», y María cuenta su viaje y los miedos de María de Alfeo, el alto en el camino en casa del barquero, el encuentro con Valeria; y termina: «Dado que el Cielo lo permitía, he preferido verla a esa hora. Más libre ella, más libre yo, y María Cleofás consolada antes, porque de estar dos mujeres solas por Tiberíades sentía un terror que sólo el amor por ti, el pensamiento de servirte, podía superar...», y María sonríe, recordando las angustias de su cuñada...
Jesús también sonríe. Dice: «¡Pobrecilla! Es la verdadera mujer de Israel, la antigua mujer, reservada, toda ella casa, la mujer fuerte según los Proverbios. Pero en la nueva Religión la mujer no será sólo fuerte en la casa... Serán muchas las que superarán a Judit y a Yael, siendo heroicas en sí, con un heroísmo propio de la madre de los Macabeos... Y también lo será nuestra María. Pero por ahora... es todavía así... 3¿Has visto a Juana?».
María ya no sonríe. Quizás teme otra pregunta, sobre Judas. Y responde rápidamente: «No he querido imponer más angustias a María. Hemos estado dentro de casa hasta la mitad entre la nona y la caída de la tarde, descansando, y luego hemos partido... Pensé que pronto la veríamos, en el lago...».
«Has hecho bien. Me has dado la prueba del sentimiento de las romanas hacia mí. Si Juana hubiera intervenido, se hubiera podido pensar que cedían ante la amiga. Ahora vamos a esperar hasta el sábado y, si Mirta no viene, iremos nosotros con Áurea».
«Hijo, yo quisiera quedarme...».
«Estás muy cansada. Lo veo».
«No, no por ese motivo... Pienso que Judas podría venir aquí... Si conviene que en Cafarnaúm haya siempre alguien que le espere para acogerle como amigo, también conviene aquí que haya alguien que le acoja con amor».
«Gracias, Mamá. Tú eres la única que comprende lo que le puede salvar todavía...».
Suspiran los dos por el discípulo causante de dolor...
4Regresan Simón y Tomás con Áurea, que corre hacia María. Jesús la deja con su Madre y se dirige a casa con los apóstoles.
«Has orado mucho, hija, y el buen Dios te ha escuchado...» empieza a hablar María.
Pero la niña la interrumpe con un grito de alegría: «¡Me quedo contigo!» le echa los brazos al cuello y la besa.
María devuelve el beso y, teniéndola aún entre sus brazos, dice: «Cuando uno hace un gran favor hay que corresponder, ¿no es verdad?».
«¡Oh, sí! Y yo corresponderé contigo con mucho amor».
«Sí, hija. Pero por encima de mí está Dios. Es Él el que te ha hecho este gran favor, el que te ha concedido esta gracia sin medida, de acogerte entre los miembros de su pueblo, de hacerte discípula del Maestro Salvador. Yo no he sido sino el instrumento de la gracia, pero la gracia ha sido Él, el Altísimo, el que te la ha concedido. ¿Qué vas a dar, pues, al Altísimo para decirle que se lo agradeces?».
«Pues... no sé... Dímelo tú, Madre...».
«Amor, esto sin duda. Pero el amor, para ser tal verdaderamente, debe estar unido al sacrificio, porque si una cosa cuesta tiene más valor, ¿no es verdad?».
«Sí, Madre».
«Bien, pues entonces diría que tú, con la misma alegría con que has gritado: "¡Me quedo contigo!", deberías gritar: "¡Sí, oh Señor!" cuando yo, pobre sierva suya, te diga la voluntad del Señor para ti».
«Dímela, Madre» dice Áurea, aunque poniéndose serio su rostro.
«La voluntad de Dios te confía a dos buenas madres, a Noemí y a Mirta...» .
En los ojos claros de la muchacha brillan gruesos lagrimones, y ruedan luego abajo por su carita rosada.
«Son buenas. Jesús y yo las queremos. A una le ha salvado Jesús al hijo, a la otra yo se lo he alactado. Y tú misma has visto que son buenas...».
«Sí... pero esperaba estar contigo...».
«Hija, no todo se puede tener. 5Ya ves que yo tampoco estoy con mi Jesús. Os le doy, y estoy lejos, muy lejos de Él, mientras va recorriendo Palestina, predicando, curando, salvando a las jovencitas...».
«Es verdad...».
«Si le quisiera para mí sola, no habrías sido salvada; si le quisiera para mí sola, vuestras almas no serían salvadas. Considera cuán grande es mi sacrificio. Os doy a un Hijo para que sea inmolado por vuestras almas. Por lo demás, yo y tú estaremos siempre unidas, porque las discípulas están y estarán siempre unidas en torno a Cristo, formando una gran familia unida por el amor a Él».
«Es verdad. Y luego... voy a volver aquí, ¿no es verdad? ¿Nos seguiremos viendo?».
«Ciertamente. Mientras Dios lo quiera».
«Y orarás siempre por mí...».
«Oraré siempre por ti».
«Y, cuando estemos juntas, ¿me vas a seguir instruyendo?».
«Sí, hija...».
«¡Ah, yo quería llegar a ser como tú! ¿Podré? Saber, para ser buena...».
«Noemí es madre de un arquisinagogo y discípulo del Señor; Mirta, de un hijo que ha merecido la gracia del milagro y es discípulo bueno. Y las dos mujeres son buenas y sabias, además de personas muy llenas de amor».
«¿Me lo aseguras?».
«Sí, hija».
«Entonces... bendíceme y hágase la voluntad del Señor... como dice la oración de Jesús. La he dicho muchas veces... Es justo que ahora haga lo que he dicho, para obtener el no volver jamás con los romanos...».
«Eres una buena muchacha. Y Dios te ayudará cada vez más. Ven, vamos a decirle a Jesús que la más joven discípula sabe hacer la voluntad de Dios...» y, llevándola de la mano, María vuelve a entrar en casa, con la niña.



440.  Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo.
21 de mayo de 1946.

1Un nuevo sábado en Nazaret, o sea, un nuevo comienzo de sábado, porque apenas está empezando la puesta del Sol del viernes, cuando, sudorosas pero contentas, llegan Mirta y Noemí junto con el joven Abel. Se apean de sus burritos ‑ Abel los lleva a otro lugar, ciertamente a algún establo amigo, quizás al de los dos asnerizos de Nazaret, ahora discípulos ‑ y entran por la puerta del taller, abierta para dar ventilación a la amplia habitación, donde hasta poco antes el calor de la rústica chimenea se ha hecho cómplice del gran calor estival.
Tomás está dejando en su sitio los instrumentos y Simón barre el serrín, mientras Jesús limpia cazuelas y cazoletas, de colas y barnices.
«La paz a ti, Maestro, y a vosotros, discípulos» saludan las mujeres, inclinándose mucho ya desde el primer momento en que entran, para, atravesado el taller, terminar postrándose a los pies de Jesús.
«La paz a vosotras. ¡Sois muy fieles! ¡Venir con este calor!».
«¡Oh, nada! Se está tan bien aquí, que se olvida todo. ¿Tu Madre dónde está?».
«Está por allí, terminando una túnica de Áurea. Id si queréis».
Las dos se marchan deprisa con sus alforjas y se oyen sus voces armónicas, más bien bajas, que se funden con la vocecita aún no pulida de Áurea y con la voz argentina de María.
«¡Ahora se sentirán felices!» dice Tomás.
«Sí. Son buenas mujeres» responde Jesús.
«Maestro, Mirta, además de conservar el hijo que tenía, ha adquirido una nueva hija. Y en poco más de un año...» dice el Zelote.
«Sí. En poco más de un año. Hace ya más de un año que María de Lázaro se ha convertido. ¡Cómo pasa el tiempo! Me parece ayer... ¡Cuántas cosas también el año pasado! ¡Aquel hermoso retiro antes de la elección! ¡Luego Juan de Endor! ¡Luego Margziam! Luego Daniel de Naím y luego María de Lázaro y luego Síntica... Pero, ¿dónde estará Síntica? Pienso en ello frecuentemente, y no sé comprender por qué...». Tomás termina monologando consigo mismo, porque Jesús y Simón no le responden; es más, salen al huerto a lavarse para después llegarse donde las discípulas.
2Y se nos reanuda la visión... Regresa Abel de Belén y encuentra todavía a Tomás, que está pensando, delante del lugar donde generalmente trabaja, mientras remueve distraídamente sus finas obras maestras de orfebre.
«¿Has encontrado en qué trabajar?» pregunta el discípulo inclinándose hacia esos objetos finos.
«¡Oh! He hecho felices a todas las mujeres de Nazaret. No habría imaginado nunca que hubiera que arreglar tantas hebillas y brazaletes y collares y lises. Hasta he tenido que rogar a Mateo que me trajera metal de Tiberíades. Me he hecho una clientela... ¡ja! ¡ja! (ríe alegre) como no la tiene ni siquiera mi padre. Verdad es que no pido dinero... ».
«¿Pones tú todo?».
«No. Cobro sólo el valor del metal. El trabajo lo regalo».
«Eres generoso».
«No. Sabio. No estoy ocioso. Doy ejemplo de laboriosidad y de desapego del dinero y... predico... ¡Calla! Creo que actuando así he predicado más, sin decir una palabra, sin haber dicho una palabra en la sinagoga, que si hubiera estado hablando sin parar. Y además... hago práctica. Me he prometido a mí mismo que con el trabajo haré propaganda, cuando tenga que ir a predicar a Jesús en medio de los infieles; me estoy adestrando a ello».
«Eres sabio como orfebre y como apóstol».
3«Me esfuerzo en serlo por amor a Jesús... ¿Así que tú has ganado una hermana? Trátala bien, ¿eh? Es como una palomita de nido; te lo digo yo, que estoy acostumbrado por mi oficio a tratar con las mujeres. Es una ingenua palomita que ha tenido gran miedo del gavilán, y que busca alas maternas y fraternas como defensa. Si tu madre no la hubiera deseado, la habría pedido yo para mi hermana gemela. ¡Un hijo más, un hijo menos! Es muy buena mi hermana, ¿sabes?».
«También mi madre. Se le murió una niña cuando se quedó viuda. Quizás con el dolor de la muerte de su marido la leche se había hecho mala... Yo apenas me acuerdo de esa hermanita... y quizás ni siquiera la recordaría, si me madre no la llorase frecuentemente, y si todas las niñitas pobres de Belén no hubieran tenido derecho a comida y vestidos de nuestra casa en recuerdo de la pequeñuela muerta... Y, como he crecido yo solo con mi madre, he acabado teniendo yo también un gran amor por las niñas pequeñas... Me doy cuenta de que ésta ya no es una niña pequeña... pero la veré como si lo fuera, por su corazón, si es como decís mi madre, Noemí y tú...».
«Puedes estar seguro de ello. Vamos allá...».
4Allá, o sea, en el comedor, están las mujeres, Jesús y el Zelote. Y Mirta, que ha venido ya con una gran esperanza, está conquistando a Áurea, probándole una túnica de lino que ha cosido para la muchacha.
«Te cae muy bien» dice mientras se la quita y la acaricia, y mientras le coloca bien la túnica que, al meter la nueva, se ha descolocado. «Te cae muy bien. Bueno, todo irá bien. Ya verás, hija mía... ¡Oh, ahí está mi Abel! Acércate, hijo. Ésta es Áurea. ¿Sabes que ahora va a ser nuestra?».
«Lo sé, madre, y estoy contento junto contigo». Mira a la muchacha... la estudia... sus ojos obscuros se quedan fijos y se pierden en los grandes iris de pálido cielo de ella. El examen le satisface. Le sonríe. Le dice: «Nos amaremos en el Señor, que nos ha salvado, y le amaremos a Él y haremos que le amen. Y seré para ti hermano en el espíritu y en el afecto. Lo prometo delante del Maestro y de mi madre» y, con una hermosa sonrisa límpida de joven puro, ya encaminado hacia la alta espiritualidad, le tiende la mano fuerte y morena.
Áurea titubea, pero luego, ruborizándose, pone su mano izquierda en la derecha que le ofrecen, y dice: «Así lo haremos. En el Señor».
Los adultos se sonríen entre sí...
5«Aquí se puede entrar sin llamar a las puertas...».
«¡Ahí está Simón de Jonás! Esta vez no ha resistido la tentación...» ríe Tomás mientras se apresura a ir afuera.
«Sí, no he resistido... ¡La paz a ti, Maestro!». Besa a Jesús y Jesús le besa. «¿Quién puede resistir?». Ve a María y se inclina para saludar, luego prosigue: «Pero, por escrúpulo, hemos pasado por Tiberíades y hemos buscado a Judas. Porque... ¡estamos todos, eh! Los otros están llegando. También Margziam... Bueno, estaba diciendo que hemos pasado por Tiberíades. ¡Mmm!... en fin, buscando a Judas, por si... hubiera pensado, al menos para el cuarto sábado, venir a Cafarnaúm... Habría sido feo que no hubiéramos estado ninguno... Y le hemos encontrado... En fin, bueno, le ha encontrado Isaac, que iba a saludar a Jonatán... Porque Isaac ha terminado por venir a Cafarnaúm a esperarte con no sé cuántos, que se han quedado allí para hacerse más sabios bajo la guía de Hermas y Esteban, de tu hijo, Noemí, y del sacerdote Juan... Pero Isaac debe haber destruido las impaciencias, los resentimientos, las furias, en su larga enfermedad... ¡No reacciona nunca! Aunque le estén dando bofetadas, sonríe... ¡Qué hombre más pacífico! Bien. Nos dijo: "He visto a Judas. No va. No insistáis". Comprendí. Y dije: "¿Te ha respondido mal? Dilo. Soy el jefe y debo saberlo...". "¡Oh, no?" respondió. "No ha respondido mal él, sino su mal. Hay que compadecerse de él"... Pues nada, compadezcámosle... Bueno, en definitiva, que estamos aquí. Y bien contentos de... 6Ahí están los otros...».
Y con los otros están también Judas y Santiago de Alfeo, con su madre y los discípulos de Nazaret: Aser, Ismael y Simón de Alfeo, y, cosa rara, también José de Alfeo.
Descargan sus bolsas. Natanael ha traído miel. Felipe una cesta pequeña de uva blonda como los cabellos de Áurea. Pedro, pescado marinado, y lo mismo los hijos de Zebedeo. Mateo, que no tiene una casa gobernada por mujeres, y, por tanto, no tiene ninguna cosa buena, ha traído una ánfora llena de tierra y dentro de ella un tronco sutil, que, por las hojas, diría que es un limonero o un naranjo a otra planta de agrios, y explica: «Una primicia... Sólo quien haya estado en Cirene puede tenerlo, y conozco a uno que ha ido a Cirene, uno del fisco, como era yo antes. Ahora ya no trabaja y está en Ippo. He ido para que me diera esta plantita, porque se debe plantar con la Luna nueva. Son frutos buenos, hermosos, y la flor tiene un suave aroma y parece una estrella de cera, una estrella como tu nombre... Aquí tienes» y ofrece la planta a María.
«¡Pero cuánto has trabajado con este peso, Mateo! Te lo agradezco. Mi huerto cada vez es más bonito por vosotros: el alcanfor de Porfiria, las rosas de Juana, tu planta rara, Mateo, las otras, de flores, que trajo Judas de Keriot... ¡Cuántas cosas bonitas! ¡Qué buenos sois todos con la Madre de Jesús!».
Todos los apóstoles están conmovidos; lo único, se miran con el rabillo del ojo unos a otros cuando María nombra a Judas.
7«Sí. Te quieren. Pero también nosotros» dice serio y todo erguido José de Alfeo.
«¡Ciertamente! Vosotors sois los queridos hijos de Alfeo, pariente mío y de María, que es muy buena. Y me queréis. Pero esto es natural. Somos parientes... Éstos, sin embargo, no son de la sangre, y, no obstante, son como hijos para mí, como hermanos para Jesús, por lo mucho que le aman y por cómo le siguen...».
José comprende la alusión; se aclara la voz buscando las palabras... Las encuentra... Dice: «Ya, claro. Pero si yo no estoy todavía con ellos es porque pienso también en las consecuencias para Él, para ti... y... y... En definitiva, también es amor el mío, especialmente hacia ti, pobre mujer que te quedas sola demasiado tiempo... Y he venido a decir a Jesús que me alegro de que se haya recordado también de las necesidades de su Madre y haya hecho lo que era útil hacer aquí...» y, contento de ser la "cabeza" de la parentela y de poder alabar y reconvenir, se digna encomiar a Jesús por todos los trabajos de carpintería, barnizado y otros, hechos en ese mes: «¡Así hay que hacer! ¡Ahora se ve que esta mujer tiene un hijo! Y me alegro de poder decir que reconozco a mi sabio Jesús de Nazaret. ¡Sí, señor, muy bien!».
Y el sabio Jesús de José, el sapientísimo Verbo Divino humillado en una carne, manso y humilde, acoge estas alabanzas mezcladas con los... autorizados consejos de su primo José con una sonrisa tan dulce, que sirve para frenar cualquier intempestiva reacción apostólica en favor de Jesús.
Y José, que ya ha tomado carrerilla, viéndose escuchado de esa manera, no se refrena, sino que prosigue: «Mi esperanza es que de ahora en adelante Nazaret no tenga ya la imagen de una pobre madre abandonada y de un hijo suyo que, imprudente, se sale del sendero común para recorrer caminos poco seguros respecto a las metas y a las consecuencias. Hablaré con mis amigos, con el arquisinagogo... Te perdonaremos... ¡Nazaret se alegrará mucho de volverte a abrir sus brazos como a un hijo que vuelve, y que vuelve como ejemplo de virtud para todos los habitantes; mañana mismo, yo mismo, iré de nuevo contigo a la sinagoga y...».
8Jesús alza la mano, imponiendo silencio, y, sereno pero bien deci­dido, dice: «A la sinagoga, como fiel, ciertamente iré, como he ido los otros sábados. Pero no hace falta que intercedas en favor mío. Por­ que una hora después de la puesta del Sol me marcharé para evan­gelizar de nuevo, como es mi deber de obediencia al Altísimo».
¡Oh, una humillación grande para José!... ¡Muy grande!... Toda su mansedumbre se quebranta y vuelve a emerger su hostil intransigencia: «De acuerdo. Pero no me busques cuando necesites algo. Yo he cumplido con mi deber. Tus seguras desventuras no caen sobre mí. Adiós. Aquí sobro, porque no puedo comprenderos a vosotros y vosotros no podéis comprenderme a mí. Me retiro, sin rencor, pero muy afligido... Que el Señor lo proteja como protege a todos los... simples de mente, incompletos... ¡Adiós, María! ¡Sé fuerte, pobre madre!».
«Adiós, José. Pero no es por Él por quien debo ser fuerte, sino por ti. Porque tú eres el que está fuera del camino de Dios, y me causas dolor» dice serena pero segura María.
«¡Lo que pasa es que eres un necio! Y, si no fuera porque ahora eres el jefe de casa, te pegaría, fruto de mi sangre pero no de mi espíritu...» grita María de Alfeo. Y diría más cosas, pero María le suplica: «¡Calla! Por amor a mí».
«Callo. Sí. Pero... fijaos... ¡que tenga que ver entre mis hijos a un bastardo como ése!...».
Entretanto, el bastardo se ha marchado, mientras la buena María de Alfeo descarga todo su peso por este hijo obstinado. Y termina su desahogo en un fuerte llanto, y, en medio de sollozos, manifiesta lo que, dentro de su pena, es su mayor pena: «¡Y a ése no le voy a tener conmigo en el Cielo, no le voy a tener! ¡Le veré en medio de tormentos! ¡Oh, Jesús, haz Tú el milagro!».
«¡Sí, mujer¡ ¡Sí, María! ¡No llores! También tendrá su hora él. La undécima, quizás. Pero la tendrá. Te lo aseguro. No llores...» la consuela Jesús... Y, una vez terminado el llanto, dice a los apóstoles y discípulos: «Venid al olivar mientras las mujeres preparan sus cosas. Vamos a hablar entre nosotros».

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