Maria Valtorta
EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO
REVELADO
VOLUMEN CUARTO
226.- Un signo bueno por parte de María de
Magdala. Muerte del anciano Ismael.
22 de julio de 1945.
1Jesús,
en compañía de Simón Zelote, llega al jardín de Lázaro en una bellísima mañana
de verano. Todavía no ha concluido la aurora, así que todo está fresco y
risueño.
El sirviente‑jardinero,
que ha acudido a recibir al Maestro, señala a Jesús el ruedo de un indumento
blanco que desaparece tras un seto, y dice: «Lázaro va a la pérgola de los
jazmines con unos rollos para leer. Ahora le llamo».
«No,
voy Yo, solo».
Jesús
camina ligero a lo largo de un sendero limitado por setos florecidos. La
hierbecilla que hay al pie del seto amortigua el sonido de los pasos. Jesús
trata de poner el pie precisamente en la hierba, para llegar adonde Lázaro al
improviso.
Le sorprende de
pie, erguido, con los rollos apoyados en una mesa de mármol, orando en voz
alta. Está diciendo: «No me niegues lo que te pido, Señor. Haz crecer este hilo
de esperanza que ha nacido en mi corazón. Dame lo que con lágrimas, con las
obras, con el perdón, con todo mi ser, te he pedido diez mil, cien mil veces.
Dámelo y tómate a cambio mi vida. Dámelo en nombre de tu Jesús, que me ha
prometido esta paz. ¿Puede, acaso, mentir? ¿Tendré que pensar que su promesa
fue sólo con palabras, o que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi
hermana? Respóndeme, Señor, que yo me resignaré por amor a ti...».
«¡
Sí, te respondo!» dice Jesús.
Lázaro
se vuelve como movido por un resorte y grita: «¡Mi Señor! ¿Cuándo has venido?»
y se inclina para besar la túnica de Jesús.
«Hace
algunos minutos».
«¿Solo?».
«Con
Simón Zelote. Pero aquí, donde estabas tú, he venido solo. Sé que me debes
decir una cosa importante. Dímela,
pues».
«No.
Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios. Según tu respuesta te la
diré».
«Dime
esta cosa importante tuya, dímela. La
puedes decir...» y Jesús sonríe y le invita a hablar abriendo los brazos.
«¡Dios
altísimo! ¿Entonces es verdad? ¿Entonces sabes que es verdad!» y Lázaro va a
los brazos de Jesús, a confiarle su cosa importante.
2«María
ha llamado a Marta a Magdala. Marta se ha puesto en camino, afligida, con el
temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia... Yo me he quedado aquí
solo, con el mismo temor. Pero Marta, con el sirviente que la ha acompañado, me
ha mandado una carta que me ha llenado de esperanza. Mira, la tengo aquí, en mi
pecho; la tengo aquí porque me es más preciosa que un tesoro. Son pocas
palabras, pero las leo cada poco, para estar seguro de que verdaderamente han
sido escritas. Mira...» y Lázaro saca de entre su vestido un pequeño rollo
atado con una cintita violeta. Lo desenrolla. «¿Ves? Lee, lee. En voz alta.
Leída por ti me parecerá aún más verdadero».
«"Lázaro,
hermano mío, paz y bendición. He llegado pronto y bien. Mi corazón ha dejado de
palpitarme por miedo a nuevas desgracias, porque he visto a María, a nuestra
María, sana... y... sí, debo decirte que menos exaltada de aspecto que antes.
Ha llorado reclinada sobre mi pecho. Un profundo llanto... Y, luego, por la
noche, en la habitación a que me había llevado, me preguntó muchas cosas,
muchas, sobre el Maestro. Por ahora sólo esto; pero yo, que veo el rostro de
María además de oír sus palabras, digo que en mi corazón ha nacido la
esperanza. Ora, hermano. Ten esperanza. ¡Ah, si fuera verdad!... Me quedo
todavía un tiempo porque percibo que quiere tenerme cerca, como para sentirse
defendida de la tentación, y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la
bondad infinita de Jesús. Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania...
Veo que piensa, piensa, piensa... Haría falta que Jesús estuviera presente.
Ora. Ten esperanza. El Señor esté contigo"». Jesús recoge el rollo y se lo
devuelve a Lázaro.
«Maestro...».
«Iré.
¿Tienes alguna forma de avisar a Marta de que dentro de no más de quince días
venga a mi encuentro a Cafarnaúm?».
«Sí,
puedo avisarla, Señor. ¿Y yo?».
«Tú
te quedas aquí. También a Marta la mandaré para aquí».
«¿Por
qué?».
«Porque
el redimido tiene un profundo pudor, y nada produce más vergüenza que la mirada
de un padre o de un hermano. Yo también te digo: "Ora, ora, ora"».
Lázaro
llora en el pecho de Jesús... Después, ya calmado, sigue hablando todavía de su
angustia, sus desalientos... «Hace casi un año que mantengo la esperanza... que
desespero... ¡Qué largo es el tiempo de la resurrección!» exclama.
3Jesús
le deja que hable, que hable, que hable... hasta que Lázaro se da cuenta de que
está faltando a sus deberes de hospitalidad, y se alza para llevar a Jesús a la
casa. En el trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor,
sobre cuyas corolas de forma de estrella zumban abejas de oro.
«¡Ah!, me
olvidaba de decirte que el anciano patriarca que me mandaste ha vuelto al seno
de Abraham. Se lo encontró Maximino aquí, con la cabeza apoyada en este seto,
como si se hubiera quedado dormido junto a las colmenas que cuidaba como si
fueran casas llenas de niños de oro. Así llamaba a las abejas. Daba la
impresión de que las entendía, y de que ellas también le entendieran. Sobre el
patriarca dormido en la paz de la buena conciencia, cuando Maximino le
encontró, estaba extendido un precioso velo de pequeños cuerpecitos de oro.
Todas las abejas posadas sobre su amigo. No poco tuvieron que trabajar los
sirvientes para separarlas de él. Tan bueno como era, quizás sabía a miel...
tan honesto era, que quizás para las abejas era como una corola pura... Me ha
dolido su muerte. Hubiera querido tenerle más tiempo en mi casa. Era un
justo...».
«No
te entristezca su ausencia. Él está en paz. Desde la paz ora por ti, que le has
hecho dulces sus últimos días, ¿Dónde está sepultado?».
«En
el fondo del huerto. Sigue cerca de sus colmenas. Ven conmigo que te guío...».
Y
se ponen a andar, por un pequeño bosque de laurocerasos, hacia las colmenas, de
las cuales proviene un runruneo laborioso...
227. Un
episodio incompleto.
23 de julio de 1945, 8 de la mañana.
1Es
un Judas muy pálido este que baja del carro, con la Virgen y las discípulas, o
sea, las Marías, Juana y Elisa...
...y,
debido a la confusión que he tenido en casa esta mañana, no he podido escribir
mientras veía ; por tanto, ahora, que
son las 18, lo único que puedo decir es que he entendido y oído que Judas,
convaleciente, vuelve adonde Jesús, que está en el Getsemaní, con María, que le
ha cuidado, y con Juana, que insiste para que las mujeres y el convaleciente
vuelvan en el carro a Galilea. Jesús es también de esta opinión y hace incluso
montar en el carro al niño con ellas. Sin embargo, Juana y Elisa se quedan en
Jerusalén unos días, para luego regresar respectivamente a Béter y a Betsur.
Recuerdo que
Elisa decía: «Ahora tengo el valor de volver allí, porque mi vida ya no es una
vida sin objetivo. Ganaré para ti la estima de mis amigos». Y recuerdo que
Juana añadió: «Yo también lo haré en mis tierras, mientras Cusa me deje aquí.
Será también servirte. Aunque preferiría ir contigo».
Recuerdo,
igualmente, que Judas decía que no había añorado a su madre ni siquiera en las
horas peores de la enfermedad, porque «tu Madre ha sido una verdadera madre
para mí, dulce y amorosa; no lo olvidaré nunca».
El resto es
confuso (en cuanto a las palabras), así que no lo digo, porque sería algo dicho
por mí y no por las personas de la visión.
228. Margziam confiado a Porfiria.
24 de julio de 1945.
1Jesús
está con sus apóstoles en el lago de Galilea. Es por la mañana, todavía
temprano. Están todos los apóstoles, incluso Judas, perfectamente curado y con
una expresión de rostro más dulce, debido a la enfermedad que ha padecido y a
los cuidados recibidos; y también Margziam, un poco impresionado porque es la
primera vez que está sobre el agua. El niño, aunque no quiere que se note, a
cada cabeceo un poco más fuerte, se agarra con un brazo al cuello de la oveja,
que comparte su miedo balando quejumbrosamente, y con el otro brazo a lo que
puede (al mástil, a un asiento, a un remo, o incluso a la pierna de Pedro o de
Andrés o de los mozos, que pasan dedicados a sus operaciones), y cierra los
ojos, quizás convencido de que está viviendo su última hora.
Pedro, de vez
en cuando, dándole un cachetito en el carrillo, le dice: «¿No tendrás miedo,
no? Un discípulo no debe tener nunca miedo». El niño dice que no, con la
cabeza, pero, dado que el viento aumenta y que el agua se va agitando más a
medida que se acercan a la desembocadura del Jordán en el lago, se agarra más
fuerte y cierra los ojos más veces... hasta que exhala un grito de miedo,
cuando, al improviso, la barca se inclina por una ola que la ha embestido de
costado.
Unos
ríen, otros, de broma, toman el pelo a Pedro, porque ahora es padre de uno que
no sabe estar en la barca; otros se burlan de Margziam, porque siempre dice que
quiere ir por tierras y mares a predicar a Jesús y luego tiene miedo de
recorrer unos pocos estadios de lago. Pero Margziam se defiende diciendo: «Cada
uno tiene miedo de algo, si no lo conoce: yo del agua, Judas de la muerte...».
2Comprendo
que Judas ha debido tener mucho miedo a morir, y me asombra el que no reaccione
ante esta observación; antes al contrario, dice: «Es así, como has dicho. Se
tiene miedo de lo que no se conoce. Pero, mira, estamos llegando. Betsaida está
a pocos estadios, tú estás seguro de que allí encontrarás amor... Pues bien,
eso es lo que quisiera yo, estar a poca distancia de la Casa del Padre y estar seguro
de encontrar amor en ella» y lo dice con cansancio y tristeza.
«¿Desconfías
de Dios?» pregunta sorprendido Andrés.
«No.
Desconfío de mí. Durante los días de la enfermedad, rodeado de tantas mujeres
puras y buenas, me he sentido, en mi espíritu, muy pequeño. ¡Cuánto he pensado!
Decía: "Si ellas todavía trabajan para ser mejores y ganarse el Cielo,
¿qué no deberé hacer yo!". Porque ellas se sienten todavía pecadoras. Y a
mí me parecían ya todas santas. ¿Y yo?... ¿lo conseguiré, Maestro?».
«Con
la buena voluntad se puede todo».
«Pero
mi voluntad es muy imperfecta».
«La
ayuda de Dios pone en la voluntad lo que a ésta le falta para ser completa. Tu
actual humildad ha nacido en la enfermedad. ¿Ves?, el buen Dios, por medio de
un suceso penoso, te ha proporcionado una cosa que no tenías».
«Es
verdad, Maestro. ¡Oh, esas mujeres! ¡Qué discípulas más perfectas! No me
refiero a tu Madre, que ya se sabe; me refiero a las otras. ¡Verdaderamente nos
han superado! Yo he sido uno de los primeros ensayos de su futuro ministerio.
Créeme, Maestro, con ellas uno puede descansar seguro. Nos cuidaban a mí y a
Elisa; ella ha vuelto a Betsur con el alma reconstruida, y yo... yo espero
reconstruirla, ahora que ellas me la han trabajado...». Judas, todavía débil,
llora.
Jesús,
que está sentado a su lado, le pone una mano sobre la cabeza mientras hace un
gesto a los demás para que guarden silencio. Pero, la verdad es que Pedro y
Andrés están muy ocupados con las últimas maniobras de atracada y no hablan, y
Simón Zelote, Mateo, Felipe y Margziam no tienen ninguna intención de hacerlo,
quién porque está distraído por el ansia de la llegada, quién porque es de por
sí prudente.
3La
barca penetra en el río Jordán. Poco después se detiene en el guijarral. Los
mozos bajan para asegurarla atándola con una soga a una peña y para afianzar
una tabla que sirva de puente; Pedro, entretanto, se pone de nuevo la túnica
larga, y lo mismo hace Andrés. Mientras, la otra barca ya ha hecho la misma
maniobra y están bajando los otros apóstoles. También Judas y Jesús bajan.
Pedro, por su parte, está poniéndole la tuniquita al niño y aviándole para
presentarle en orden a su mujer... Ya han bajado todos, ovejas incluidas.
«Y ahora en
marcha» dice Pedro. Está realmente emocionado. Le da la mano al niño, que está
también emocionado, tanto que se olvida de las ovejitas ‑ se ocupa Juan de
ellas ‑ y, en un improviso acceso de miedo, pregunta: «¿Pero, me va a aceptar?,
¿me va a querer mucho?».
Pedro le
tranquiliza, aunque quizás el miedo se le ha contagiado, porque dice a Jesús:
«Háblale Tú a Porfiria, Maestro, que creo que no sabré expresarme bien».
Jesús
sonríe, pero promete hacerlo.
4Siguiendo
el guijarral de la orilla, llegan pronto a la casa. La puerta está abierta y se
oye a Porfiria ocupada en las labores domésticas.
«Paz
a ti» dice Jesús asomándose a la puerta de la cocina, donde la mujer está
poniendo en orden unos objetos de la vajilla.
«¡Maestro!
¡Simón!». La mujer corre a postrarse a los pies de Jesús y luego a los de su
marido. Se pone en pie y, con ese rostro suyo si no hermoso sí bueno, dice
ruborizándose: «¡Hacía mucho que deseaba veros! ¿Habéis estado todos bien?
¡Venid! ¡Venid! Estaréis cansados...».
«No. Venimos de
Nazaret. Hemos estado unos días. Luego nos hemos detenido también en Caná. En
Tiberíades teníamos las barcas. Como puedes ver, no estamos cansados.
Llevábamos a un niño con nosotros, y Judas de Simón estaba débil porque ha
sufrido una enfermedad».
«¿Un
niño? ¿Y siendo tan pequeño es ya discípulo?».
«Es
un huérfano que hemos recogido en nuestro camino».
«¡Bonito!
¡Ven, tesoro; te doy un beso!».
El
niño, que hasta ahora había estado medio escondido temeroso detrás de Jesús, se
deja coger de la mujer, que casi se ha arrodillado para estar a la altura de
él; y se deja besar sin ofrecer ninguna resistencia.
«¿Y
ahora os le lleváis con vosotros?, ¿siempre con vosotros, con lo pequeño que
es? Será fatigoso para él...». La mujer se muestra toda compasiva. Tiene al
niño estrechado entre sus brazos con su mejilla apoyada en la del niño.
«La
verdad es que Yo tenía otro plan. Pensaba confiarle a alguna discípula cuando
nosotros nos alejemos de Galilea y del lago...».
«¿A mí no,
Señor? No he tenido ningún niño, pero sobrinitos sí, y sé tratar a los niños.
Soy la discípula que no sabe hablar, que no tiene tanta salud como para ir
contigo, como hacen las otras, que... ¡oh, Tú lo sabes!... será que soy
mezquina, si quieres, pero Tú sabes en qué tenaza me encuentro, o, más que en
una tenaza, entre dos sogas que tiran de mí en dirección opuesta, y no tengo el
valor de cortar una de las dos. Deja que te sirva al menos un poco, siendo la
mamá-discípula de este niño. Le enseñaré todo lo que las otras enseñan a
muchos... a amarte a ti...».
5Jesús
le pone la mano sobre la cabeza, sonríe y dice: «Hemos traído a este niño aquí
porque aquí encontraría una madre y un padre. Bien, pues vamos a constituir la
familia». Y Jesús mete la mano de Margziam entre las de Pedro ‑ que tiene los
ojos brillantes - y de Porfiria. «Educadme santamente a este inocente».
Pedro
ya lo sabe y lo único que hace es secarse una lágrima con el dorso de la mano.
Pero su mujer, que no se lo esperaba, se queda unos momentos muda, por el
estupor, pero luego vuelve a arrodillarse y dice: «¡Señor mío!, Tú me has
arrebatado a mi esposo, dejándome casi viuda. Pero ahora me das un hijo... Así
devuelves todas las rosas a mi vida, no sólo las que me has cogido sino también
las que no he tenido nunca. ¡Bendito seas! Amaré a este niño más que si hubiera
nacido de mis entrañas, porque me viene de ti». Y la mujer besa la túnica de
Jesús. También besa al niño y luego le sienta sobre su regazo.... Se lave
dichosa...
«No
disturbemos sus expresiones de afecto» dice Jesús. «Quédate si quieres, Simón;
nosotros vamos a la ciudad a predicar. Volveremos ya por la noche, para pedirte
comida y descanso». Y Jesús sale con los apóstoles, dejando tranquilos a los
tres...
Juan
dice: «¡Mi Señor, a Simón hoy se le ve feliz!».
«¿Tú
también quieres un niño?».
«No.
Sólo quisiera un par de alas para elevarme hasta las puertas del Cielo y
aprender el lenguaje de la Luz,
para repetirle a los hombres» y sonríe.
Acondicionan
a las ovejitas en el fondo del huerto, junto al local de las redes, y les dan
ramitas, hierba y agua del pozo; luego se marchan hacia el centro de la ciudad.
229. Discurso
a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro.
25 de julio de 1945.
1Jesús
está hablando a mucha gente que se ha congregado delante de la casa de Felipe;
habla erguido, en el umbral de la puerta realzado sobre dos altos escalones.
La novedad del
hijo adoptivo de Pedro que ha venido con su minúscula riqueza de tres ovejitas
en busca de la gran riqueza de una nueva familia se ha esparcido como una gota
de aceite en una tela. Todos hablan de ello, cuchichean, hacen comentarios que
responden a los distintos modos de pensar.
Hay
quien, sincero amigo de Simón y de Porfiria, se muestra contento por su
alegría. Hay quien, con malevolencia, dice: «Para que le aceptara, se le ha
tenido que ofrecer con dote». Está también la persona buena que dice: «Vamos a
querer todos mucho a este pequeñuelo amado de Jesús». No falta quien
maliciosamente dice: «¿La generosidad de Simón! ¡Sí, precisamente eso! ¡Se
lucrará, si no...!».
Están
también los ambiciosos: «¡También yo lo habría hecho, si me hubieran ofrecido
un niño con tres ovejas. ¡Tres! ¿Os dais cuenta! Es un pequeño rebaño. ¡Además
bien hermosas! Lana y leche están asegurados, y luego los corderos para
venderlos o tenerlos! ¡Son riqueza! Además el niño puede servir, puede
trabajar...».
Pero otros
replican a los malpensados: «¡Qué vergüenza! ¡Decir que se ha hecho pagar por
una buena acción! Simón no ha pensado eso. Le hemos conocido siempre generoso
con los pobres, especialmente con los niños, a pesar de su modesto patrimonio
de pescador. Es justo que ahora ‑ que ya no gana con la pesca y carga con el
peso de otra persona en la familia ‑ tenga otro modo de ganar algo».
2Mientras
la gente comenta, extrayendo cada uno de su propio corazón lo que de bueno o
malo tiene y vistiéndolo de palabras, Jesús conversa con uno de Cafarnaúm* que
ha venido a verle para invitarle a ir enseguida, porque - dice ‑ la hija del
arquisinagogo se está muriendo, y porque hace unos días que está viniendo una
mujer noble con una sierva preguntando por él. Jesús promete que irá al día
siguiente por la mañana, cosa que entristece a los de Betsaida porque querrían
que estuviera con ellos más días.
«Vosotros
tenéis menos necesidad de mí que otros. Permitid que me vaya. Además, durante
todo el verano estaré en Galilea, y mucho en Cafarnaúm. Será fácil vernos. Allá
hay un padre y una madre angustiados. Hay que socorrerlos por caridad. Vosotros
‑ los buenos de entre vosotros ‑ aprobáis la bondad de Simón para con el
huérfano. Sólo el juicio de los buenos tiene valor. No se debe escuchar el
juicio de los no buenos, que siempre está impregnado de veneno y mentira. Así
que vosotros, los buenos, debéis aprobar mi acto de bondad de ir a consolar a
un padre y a una madre. Haced que vuestra aprobación no quede estéril, sino
que, al contrario, os mueva a imitación.
___________________
* uno de
Cafarnaúm es el hombre que le ofreció
hospedaje en Cafarnaúm, como precisa la corrección de MV en una copia
mecanografiada. Se trata de un cierto Tomás
(mencionado con este nombre en 231.1 y en otros lugares), conocido íntimo
de la familia de Jesús (como se ha visto en 47.10), con mujer y sin hijos (como
se verá en 449.4). Su casa de Cafarnaúm era considerada la casa de Jesús, como
en Mateo 4,13
3Hay
páginas de la Escritura
que hablan de cuánto bien nace de un acto bueno. Recordemos a Tobit. Mereció
que un ángel tutelase a su Tobías y que enseñase a éste cómo devolver la vista
a su padre. ¡Cuánta caridad, sin pensar en obtener beneficio, había practicado
el justo Tobit, a pesar de los reproches de su mujer, y de los peligros incluso
de muerte! Recordad las palabras del arcángel: "Buenas cosas son la
oración y el ayuno. La limosna vale más que montañas de tesoros de oro, porque
libra de la muerte, purifica los pecados; quien la practica halla misericordia
y vida eterna... Cuando orabas entre lágrimas y enterrabas a los muertos...
presenté tus oraciones al Señor". Pues bien, mi Simón, en verdad os lo
digo, superará con mucho las virtudes del anciano Tobit. Cuando Yo me vaya,
quedará como tutor de vuestras almas en mi Vida. Ahora él empieza su paternidad
de alma para ser mañana padre santo de todas las almas fieles a mí.
Por
tanto, no murmuréis; al contrario, si un día encontráis en vuestro camino, cual
pajarillo caído de su nido, a un huérfano, recogedle. El pedazo de pan
compartido con el huérfano, lejos de empobrecer la mesa de los hijos
auténticos, trae a casa las bendiciones de Dios. Hacedlo, porque Dios es el
Padre de los huérfanos y es Él mismo quien os los pone delante, para que los
ayudéis reconstruyéndoles el nido que la muerte destruyera; hacedlo porque lo
enseña la Ley que
Dios dio a Moisés, que es nuestro legislador precisamente porque en tierra
enemiga e idolátrica encontró un corazón que se curvó compasivo hacia su
debilidad de infante, salvándole de la muerte, arrebatándole a la muerte, fuera
de las aguas, al margen de las persecuciones, porque Dios había establecido que
Israel tuviera un día su libertador: un acto de piedad le valió a Israel su
caudillo.
Las
repercusiones de un acto bueno son como ondas sonoras que se difunden hasta muy
lejos del lugar en que nacen; o, si lo preferís, como flujo de viento que
arrebata las semillas y consigo las lleva muy lejos hasta las fértiles glebas.
Podéis
iros. La paz sea con vosotros».
4Jesús dice después: «Aquí colocaréis la visión de
la resurrección de la hija de Jairo, tenida el día 11 de marzo de 1944».
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