.

Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO (MARIA VALTORTA) X


Maria Valtorta

EL EVANGELIO


COMO ME HA SIDO



REVELADO


VOLUMEN CUARTO


226.-   Un signo bueno por parte de María de Magdala.  Muerte del anciano Ismael.
22 de julio de 1945.

1Jesús, en compañía de Simón Zelote, llega al jardín de Lázaro en una bellísima mañana de verano. Todavía no ha concluido la aurora, así que todo está fresco y risueño.
El sirviente‑jardinero, que ha acudido a recibir al Maestro, señala a Jesús el ruedo de un indumento blanco que desaparece tras un seto, y dice: «Lázaro va a la pérgola de los jazmines con unos rollos para leer. Ahora le llamo».
«No, voy Yo, solo».
Jesús camina ligero a lo largo de un sendero limitado por setos florecidos. La hierbecilla que hay al pie del seto amortigua el sonido de los pasos. Jesús trata de poner el pie precisamente en la hierba, para llegar adonde Lázaro al improviso.
Le sorprende de pie, erguido, con los rollos apoyados en una mesa de mármol, orando en voz alta. Está diciendo: «No me niegues lo que te pido, Señor. Haz crecer este hilo de esperanza que ha nacido en mi corazón. Dame lo que con lágrimas, con las obras, con el perdón, con todo mi ser, te he pedido diez mil, cien mil veces. Dámelo y tómate a cambio mi vida. Dámelo en nombre de tu Jesús, que me ha prometido esta paz. ¿Puede, acaso, mentir? ¿Tendré que pensar que su promesa fue sólo con palabras, o que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi hermana? Respóndeme, Señor, que yo me resignaré por amor a ti...».
«¡ Sí, te respondo!» dice Jesús.
Lázaro se vuelve como movido por un resorte y grita: «¡Mi Señor! ¿Cuándo has venido?» y se inclina para besar la túnica de Jesús.
«Hace algunos minutos».
«¿Solo?».
«Con Simón Zelote. Pero aquí, donde estabas tú, he venido solo. Sé que me debes decir una cosa importante. Dímela, pues».
«No. Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios. Según tu respuesta te la diré».
«Dime esta cosa importante tuya, dímela. La puedes decir...» y Jesús sonríe y le invita a hablar abriendo los brazos.
«¡Dios altísimo! ¿Entonces es verdad? ¿Entonces sabes que es verdad!» y Lázaro va a los brazos de Jesús, a confiarle su cosa importante.
2«María ha llamado a Marta a Magdala. Marta se ha puesto en camino, afligida, con el temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia... Yo me he quedado aquí solo, con el mismo temor. Pero Marta, con el sirviente que la ha acompañado, me ha mandado una carta que me ha llenado de esperanza. Mira, la tengo aquí, en mi pecho; la tengo aquí porque me es más preciosa que un tesoro. Son pocas palabras, pero las leo cada poco, para estar seguro de que verdaderamente han sido escritas. Mira...» y Lázaro saca de entre su vestido un pequeño rollo atado con una cintita violeta. Lo desenrolla. «¿Ves? Lee, lee. En voz alta. Leída por ti me parecerá aún más verdadero».
«"Lázaro, hermano mío, paz y bendición. He llegado pronto y bien. Mi corazón ha dejado de palpitarme por miedo a nuevas desgracias, porque he visto a María, a nuestra María, sana... y... sí, debo decirte que menos exaltada de aspecto que antes. Ha llorado reclinada sobre mi pecho. Un profundo llanto... Y, luego, por la noche, en la habitación a que me había llevado, me preguntó muchas cosas, muchas, sobre el Maestro. Por ahora sólo esto; pero yo, que veo el rostro de María además de oír sus palabras, digo que en mi corazón ha nacido la esperanza. Ora, hermano. Ten esperanza. ¡Ah, si fuera verdad!... Me quedo todavía un tiempo porque percibo que quiere tenerme cerca, como para sentirse defendida de la tentación, y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la bondad infinita de Jesús. Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania... Veo que piensa, piensa, piensa... Haría falta que Jesús estuviera presente. Ora. Ten esperanza. El Señor esté contigo"». Jesús recoge el rollo y se lo devuelve a Lázaro.
«Maestro...».
«Iré. ¿Tienes alguna forma de avisar a Marta de que dentro de no más de quince días venga a mi encuentro a Cafarnaúm?».
«Sí, puedo avisarla, Señor. ¿Y yo?».
«Tú te quedas aquí. También a Marta la mandaré para aquí».
«¿Por qué?».
«Porque el redimido tiene un profundo pudor, y nada produce más vergüenza que la mirada de un padre o de un hermano. Yo también te digo: "Ora, ora, ora"».
Lázaro llora en el pecho de Jesús... Después, ya calmado, sigue hablando todavía de su angustia, sus desalientos... «Hace casi un año que mantengo la esperanza... que desespero... ¡Qué largo es el tiempo de la resurrección!» exclama.
3Jesús le deja que hable, que hable, que hable... hasta que Lázaro se da cuenta de que está faltando a sus deberes de hospitalidad, y se alza para llevar a Jesús a la casa. En el trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor, sobre cuyas corolas de forma de estrella zumban abejas de oro.
«¡Ah!, me olvidaba de decirte que el anciano patriarca que me mandaste ha vuelto al seno de Abraham. Se lo encontró Maximino aquí, con la cabeza apoyada en este seto, como si se hubiera quedado dormido junto a las colmenas que cuidaba como si fueran casas llenas de niños de oro. Así llamaba a las abejas. Daba la impresión de que las entendía, y de que ellas también le entendieran. Sobre el patriarca dormido en la paz de la buena conciencia, cuando Maximino le encontró, estaba extendido un precioso velo de pequeños cuerpecitos de oro. Todas las abejas posadas sobre su amigo. No poco tuvieron que trabajar los sirvientes para separarlas de él. Tan bueno como era, quizás sabía a miel... tan honesto era, que quizás para las abejas era como una corola pura... Me ha dolido su muerte. Hubiera querido tenerle más tiempo en mi casa. Era un justo...».
«No te entristezca su ausencia. Él está en paz. Desde la paz ora por ti, que le has hecho dulces sus últimos días, ¿Dónde está sepultado?».
«En el fondo del huerto. Sigue cerca de sus colmenas. Ven conmigo que te guío...».
Y se ponen a andar, por un pequeño bosque de laurocerasos, hacia las colmenas, de las cuales proviene un runruneo laborioso...



227.  Un episodio incompleto.
23 de julio de 1945, 8 de la mañana.

1Es un Judas muy pálido este que baja del carro, con la Virgen y las discípulas, o sea, las Marías, Juana y Elisa...
...y, debido a la confusión que he tenido en casa esta mañana, no he podido escribir mientras veía ; por tanto, ahora, que son las 18, lo único que puedo decir es que he entendido y oído que Judas, convaleciente, vuelve adonde Jesús, que está en el Getsemaní, con María, que le ha cuidado, y con Juana, que insiste para que las mujeres y el convaleciente vuelvan en el carro a Galilea. Jesús es también de esta opinión y hace incluso montar en el carro al niño con ellas. Sin embargo, Juana y Elisa se quedan en Jerusalén unos días, para luego regresar respectivamente a Béter y a Betsur.
Recuerdo que Elisa decía: «Ahora tengo el valor de volver allí, porque mi vida ya no es una vida sin objetivo. Ganaré para ti la estima de mis amigos». Y recuerdo que Juana añadió: «Yo también lo haré en mis tierras, mientras Cusa me deje aquí. Será también servirte. Aunque preferiría ir contigo».
Recuerdo, igualmente, que Judas decía que no había añorado a su madre ni siquiera en las horas peores de la enfermedad, porque «tu Madre ha sido una verdadera madre para mí, dulce y amorosa; no lo olvidaré nunca».
El resto es confuso (en cuanto a las palabras), así que no lo digo, porque sería algo dicho por mí y no por las personas de la visión.


228.  Margziam confiado a Porfiria.
24 de julio de 1945.

1Jesús está con sus apóstoles en el lago de Galilea. Es por la mañana, todavía temprano. Están todos los apóstoles, incluso Judas, perfectamente curado y con una expresión de rostro más dulce, debido a la enfermedad que ha padecido y a los cuidados recibidos; y también Margziam, un poco impresionado porque es la primera vez que está sobre el agua. El niño, aunque no quiere que se note, a cada cabeceo un poco más fuerte, se agarra con un brazo al cuello de la oveja, que comparte su miedo balando quejumbrosamente, y con el otro brazo a lo que puede (al mástil, a un asiento, a un remo, o incluso a la pierna de Pedro o de Andrés o de los mozos, que pasan dedicados a sus operaciones), y cierra los ojos, quizás convencido de que está viviendo su última hora.
Pedro, de vez en cuando, dándole un cachetito en el carrillo, le dice: «¿No tendrás miedo, no? Un discípulo no debe tener nunca miedo». El niño dice que no, con la cabeza, pero, dado que el viento aumenta y que el agua se va agitando más a medida que se acercan a la desembocadura del Jordán en el lago, se agarra más fuerte y cierra los ojos más veces... hasta que exhala un grito de miedo, cuando, al improviso, la barca se inclina por una ola que la ha embestido de costado.
Unos ríen, otros, de broma, toman el pelo a Pedro, porque ahora es padre de uno que no sabe estar en la barca; otros se burlan de Margziam, porque siempre dice que quiere ir por tierras y mares a predicar a Jesús y luego tiene miedo de recorrer unos pocos estadios de lago. Pero Margziam se defiende diciendo: «Cada uno tiene miedo de algo, si no lo conoce: yo del agua, Judas de la muerte...».
2Comprendo que Judas ha debido tener mucho miedo a morir, y me asombra el que no reaccione ante esta observación; antes al contrario, dice: «Es así, como has dicho. Se tiene miedo de lo que no se conoce. Pero, mira, estamos llegando. Betsaida está a pocos estadios, tú estás seguro de que allí encontrarás amor... Pues bien, eso es lo que quisiera yo, estar a poca distancia de la Casa del Padre y estar seguro de encontrar amor en ella» y lo dice con cansancio y tristeza.
«¿Desconfías de Dios?» pregunta sorprendido Andrés.
«No. Desconfío de mí. Durante los días de la enfermedad, rodeado de tantas mujeres puras y buenas, me he sentido, en mi espíritu, muy pequeño. ¡Cuánto he pensado! Decía: "Si ellas todavía trabajan para ser mejores y ganarse el Cielo, ¿qué no deberé hacer yo!". Porque ellas se sienten todavía pecadoras. Y a mí me parecían ya todas santas. ¿Y yo?... ¿lo conseguiré, Maestro?».
«Con la buena voluntad se puede todo».
«Pero mi voluntad es muy imperfecta».
«La ayuda de Dios pone en la voluntad lo que a ésta le falta para ser completa. Tu actual humildad ha nacido en la enfermedad. ¿Ves?, el buen Dios, por medio de un suceso penoso, te ha proporcionado una cosa que no tenías».
«Es verdad, Maestro. ¡Oh, esas mujeres! ¡Qué discípulas más perfectas! No me refiero a tu Madre, que ya se sabe; me refiero a las otras. ¡Verdaderamente nos han superado! Yo he sido uno de los primeros ensayos de su futuro ministerio. Créeme, Maestro, con ellas uno puede descansar seguro. Nos cuidaban a mí y a Elisa; ella ha vuelto a Betsur con el alma reconstruida, y yo... yo espero reconstruirla, ahora que ellas me la han trabajado...». Judas, todavía débil, llora.
Jesús, que está sentado a su lado, le pone una mano sobre la cabeza mientras hace un gesto a los demás para que guarden silencio. Pero, la verdad es que Pedro y Andrés están muy ocupados con las últimas maniobras de atracada y no hablan, y Simón Zelote, Mateo, Felipe y Margziam no tienen ninguna intención de hacerlo, quién porque está distraído por el ansia de la llegada, quién porque es de por sí prudente.
3La barca penetra en el río Jordán. Poco después se detiene en el guijarral. Los mozos bajan para asegurarla atándola con una soga a una peña y para afianzar una tabla que sirva de puente; Pedro, entretanto, se pone de nuevo la túnica larga, y lo mismo hace Andrés. Mientras, la otra barca ya ha hecho la misma maniobra y están bajando los otros apóstoles. También Judas y Jesús bajan. Pedro, por su parte, está poniéndole la tuniquita al niño y aviándole para presentarle en orden a su mujer... Ya han bajado todos, ovejas incluidas.
«Y ahora en marcha» dice Pedro. Está realmente emocionado. Le da la mano al niño, que está también emocionado, tanto que se olvida de las ovejitas ‑ se ocupa Juan de ellas ‑ y, en un improviso acceso de miedo, pregunta: «¿Pero, me va a aceptar?, ¿me va a querer mucho?».
Pedro le tranquiliza, aunque quizás el miedo se le ha contagiado, porque dice a Jesús: «Háblale Tú a Porfiria, Maestro, que creo que no sabré expresarme bien».
Jesús sonríe, pero promete hacerlo.
4Siguiendo el guijarral de la orilla, llegan pronto a la casa. La puerta está abierta y se oye a Porfiria ocupada en las labores domésticas.
«Paz a ti» dice Jesús asomándose a la puerta de la cocina, donde la mujer está poniendo en orden unos objetos de la vajilla.
«¡Maestro! ¡Simón!». La mujer corre a postrarse a los pies de Jesús y luego a los de su marido. Se pone en pie y, con ese rostro suyo si no hermoso sí bueno, dice ruborizándose: «¡Hacía mucho que deseaba veros! ¿Habéis estado todos bien? ¡Venid! ¡Venid! Estaréis cansados...».
«No. Venimos de Nazaret. Hemos estado unos días. Luego nos hemos detenido también en Caná. En Tiberíades teníamos las barcas. Como puedes ver, no estamos cansados. Llevábamos a un niño con nosotros, y Judas de Simón estaba débil porque ha sufrido una enfermedad».
«¿Un niño? ¿Y siendo tan pequeño es ya discípulo?».
«Es un huérfano que hemos recogido en nuestro camino».
«¡Bonito! ¡Ven, tesoro; te doy un beso!».
El niño, que hasta ahora había estado medio escondido temeroso detrás de Jesús, se deja coger de la mujer, que casi se ha arrodillado para estar a la altura de él; y se deja besar sin ofrecer ninguna resistencia.
«¿Y ahora os le lleváis con vosotros?, ¿siempre con vosotros, con lo pequeño que es? Será fatigoso para él...». La mujer se muestra toda compasiva. Tiene al niño estrechado entre sus brazos con su mejilla apoyada en la del niño.
«La verdad es que Yo tenía otro plan. Pensaba confiarle a alguna discípula cuando nosotros nos alejemos de Galilea y del lago...».
«¿A mí no, Señor? No he tenido ningún niño, pero sobrinitos sí, y sé tratar a los niños. Soy la discípula que no sabe hablar, que no tiene tanta salud como para ir contigo, como hacen las otras, que... ¡oh, Tú lo sabes!... será que soy mezquina, si quieres, pero Tú sabes en qué tenaza me encuentro, o, más que en una tenaza, entre dos sogas que tiran de mí en dirección opuesta, y no tengo el valor de cortar una de las dos. Deja que te sirva al menos un poco, siendo la mamá-discípula de este niño. Le enseñaré todo lo que las otras enseñan a muchos... a amarte a ti...».
5Jesús le pone la mano sobre la cabeza, sonríe y dice: «Hemos traído a este niño aquí porque aquí encontraría una madre y un padre. Bien, pues vamos a constituir la familia». Y Jesús mete la mano de Margziam entre las de Pedro ‑ que tiene los ojos brillantes - y de Porfiria. «Educadme santamente a este inocente».
Pedro ya lo sabe y lo único que hace es secarse una lágrima con el dorso de la mano. Pero su mujer, que no se lo esperaba, se queda unos momentos muda, por el estupor, pero luego vuelve a arrodillarse y dice: «¡Señor mío!, Tú me has arrebatado a mi esposo, dejándome casi viuda. Pero ahora me das un hijo... Así devuelves todas las rosas a mi vida, no sólo las que me has cogido sino también las que no he tenido nunca. ¡Bendito seas! Amaré a este niño más que si hubiera nacido de mis entrañas, porque me viene de ti». Y la mujer besa la túnica de Jesús. También besa al niño y luego le sienta sobre su regazo.... Se lave dichosa...
«No disturbemos sus expresiones de afecto» dice Jesús. «Quédate si quieres, Simón; nosotros vamos a la ciudad a predicar. Volveremos ya por la noche, para pedirte comida y descanso». Y Jesús sale con los apóstoles, dejando tranquilos a los tres...
Juan dice: «¡Mi Señor, a Simón hoy se le ve feliz!».
«¿Tú también quieres un niño?».
«No. Sólo quisiera un par de alas para elevarme hasta las puertas del Cielo y aprender el lenguaje de la Luz, para repetirle a los hombres» y sonríe.
Acondicionan a las ovejitas en el fondo del huerto, junto al local de las redes, y les dan ramitas, hierba y agua del pozo; luego se marchan hacia el centro de la ciudad.




229.  Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro.
25 de julio de 1945.

1Jesús está hablando a mucha gente que se ha congregado delante de la casa de Felipe; habla erguido, en el umbral de la puerta realzado sobre dos altos escalones.
La novedad del hijo adoptivo de Pedro que ha venido con su minúscula riqueza de tres ovejitas en busca de la gran riqueza de una nueva familia se ha esparcido como una gota de aceite en una tela. Todos hablan de ello, cuchichean, hacen comentarios que responden a los distintos modos de pensar.
Hay quien, sincero amigo de Simón y de Porfiria, se muestra contento por su alegría. Hay quien, con malevolencia, dice: «Para que le aceptara, se le ha tenido que ofrecer con dote». Está también la persona buena que dice: «Vamos a querer todos mucho a este pequeñuelo amado de Jesús». No falta quien maliciosamente dice: «¿La generosidad de Simón! ¡Sí, precisamente eso! ¡Se lucrará, si no...!».
Están también los ambiciosos: «¡También yo lo habría hecho, si me hubieran ofrecido un niño con tres ovejas. ¡Tres! ¿Os dais cuenta! Es un pequeño rebaño. ¡Además bien hermosas! Lana y leche están asegurados, y luego los corderos para venderlos o tenerlos! ¡Son riqueza! Además el niño puede servir, puede trabajar...».
Pero otros replican a los malpensados: «¡Qué vergüenza! ¡Decir que se ha hecho pagar por una buena acción! Simón no ha pensado eso. Le hemos conocido siempre generoso con los pobres, especialmente con los niños, a pesar de su modesto patrimonio de pescador. Es justo que ahora ‑ que ya no gana con la pesca y carga con el peso de otra persona en la familia ‑ tenga otro modo de ganar algo».
2Mientras la gente comenta, extrayendo cada uno de su propio corazón lo que de bueno o malo tiene y vistiéndolo de palabras, Jesús conversa con uno de Cafarnaúm* que ha venido a verle para invitarle a ir enseguida, porque - dice ‑ la hija del arquisinagogo se está muriendo, y porque hace unos días que está viniendo una mujer noble con una sierva preguntando por él. Jesús promete que irá al día siguiente por la mañana, cosa que entristece a los de Betsaida porque querrían que estuviera con ellos más días.
«Vosotros tenéis menos necesidad de mí que otros. Permitid que me vaya. Además, durante todo el verano estaré en Galilea, y mucho en Cafarnaúm. Será fácil vernos. Allá hay un padre y una madre angustiados. Hay que socorrerlos por caridad. Vosotros ‑ los buenos de entre vosotros ‑ aprobáis la bondad de Simón para con el huérfano. Sólo el juicio de los buenos tiene valor. No se debe escuchar el juicio de los no buenos, que siempre está impregnado de veneno y mentira. Así que vosotros, los buenos, debéis aprobar mi acto de bondad de ir a consolar a un padre y a una madre. Haced que vuestra aprobación no quede estéril, sino que, al contrario, os mueva a imitación.
___________________
* uno de Cafarnaúm es el hombre que le ofreció hospedaje en Cafarnaúm, como precisa la corrección de MV en una copia mecanografiada. Se trata de un cierto Tomás (mencionado con este nombre en 231.1 y en otros lugares), conocido íntimo de la familia de Jesús (como se ha visto en 47.10), con mujer y sin hijos (como se verá en 449.4). Su casa de Cafarnaúm era considerada la casa de Jesús, como en Mateo 4,13

3Hay páginas de la Escritura que hablan de cuánto bien nace de un acto bueno. Recordemos a Tobit. Mereció que un ángel tutelase a su Tobías y que enseñase a éste cómo devolver la vista a su padre. ¡Cuánta caridad, sin pensar en obtener beneficio, había practicado el justo Tobit, a pesar de los reproches de su mujer, y de los peligros incluso de muerte! Recordad las palabras del arcángel: "Buenas cosas son la oración y el ayuno. La limosna vale más que montañas de tesoros de oro, porque libra de la muerte, purifica los pecados; quien la practica halla misericordia y vida eterna... Cuando orabas entre lágrimas y enterrabas a los muertos... presenté tus oraciones al Señor". Pues bien, mi Simón, en verdad os lo digo, superará con mucho las virtudes del anciano Tobit. Cuando Yo me vaya, quedará como tutor de vuestras almas en mi Vida. Ahora él empieza su paternidad de alma para ser mañana padre santo de todas las almas fieles a mí.
Por tanto, no murmuréis; al contrario, si un día encontráis en vuestro camino, cual pajarillo caído de su nido, a un huérfano, recogedle. El pedazo de pan compartido con el huérfano, lejos de empobrecer la mesa de los hijos auténticos, trae a casa las bendiciones de Dios. Hacedlo, porque Dios es el Padre de los huérfanos y es Él mismo quien os los pone delante, para que los ayudéis reconstruyéndoles el nido que la muerte destruyera; hacedlo porque lo enseña la Ley que Dios dio a Moisés, que es nuestro legislador precisamente porque en tierra enemiga e idolátrica encontró un corazón que se curvó compasivo hacia su debilidad de infante, salvándole de la muerte, arrebatándole a la muerte, fuera de las aguas, al margen de las persecuciones, porque Dios había establecido que Israel tuviera un día su libertador: un acto de piedad le valió a Israel su caudillo.
Las repercusiones de un acto bueno son como ondas sonoras que se difunden hasta muy lejos del lugar en que nacen; o, si lo preferís, como flujo de viento que arrebata las semillas y consigo las lleva muy lejos hasta las fértiles glebas.
Podéis iros. La paz sea con vosotros».

4Jesús dice después: «Aquí colocaréis la visión de la resurrección de la hija de Jairo, tenida el día 11 de marzo de 1944».

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