366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía.
22 de enero de 1946.
1Jesús ha dejado
Betania junto con los que estaban con Él, o sea, Simón Zelote y Margziam; pero
a ellos se ha unido Anastática, la cual, velada toda, camina al lado de
Margziam. Jesús va un poco retrasado con Simón. Las dos parejas conversan
mientras caminan, cada una por su cuenta y del tema que prefieren.
Dice
Anastática a Margziam, continuando un tema ya empezado: «Ardo en deseos de
conocerla». Quizás la mujer se refiera a Elisa de Betsur. «Creo que no estaba
tan nerviosa cuando mis bodas ni cuando me declararon leprosa. ¿Cómo la voy a
saludar?».
Y
Margziam, sonriendo dulce y seriamente al mismo tiempo: «¡Con su verdadero
nombre! ¡Mamá!».
«¡Pero
si yo no la conozco! ¿No es demasiada confidencia? A fin de cuentas, ¿quién soy
yo respecto a ella?».
«Lo
que yo el año pasado. ¡Bueno, tú mucho más que yo! Yo era un pobre huerfanito
sucio, aterrorizado, paleto. Y, a pesar de todo, ella me ha llamado siempre
hijo, desde el primer momento, y ha sido para mí una verdadera madre. El año
pasado era yo el que estaba tan agitado que temblaba, en espera de verla. Pero
luego, sólo con verla, se me paró el temblor. Se pasó del todo el terror que se
me había quedado en la sangre desde que había visto con mis ojos de niño,
primero, la furia de la naturaleza que había destruido todo de mi casa y de mi
familia, y luego... y luego, con estos ojos míos de niño, había podido, había
tenido que ver cómo el hombre es una fiera más cruel que el chacal y el
vampiro... Temblar siempre... llorar siempre... sentir un nudo aquí, estrecho,
duro, doloroso, de miedo, de sufrimiento, de odio, de todo... En pocos meses
conocí todo el mal, el dolor y la crueldad que hay en el mundo... Y ya no podía
creer que existieran todavía la bondad, el amor, el amparo...».
«¡¿Y
cómo es eso?! ¡¿Y cuando el Maestro te tomó consigo?!... ¡¿Y cuando te viste entre
esos discípulos suyos tan buenos?!».
«Temblaba
todavía, hermana... y odié todavía. Ha hecho falta tiempo para convencerme de
no tener miedo... Y más tiempo todavía para no odiar a quien había hecho sufrir
a mi alma dándole a conocer lo que puede ser un hombre: un demonio con aspecto
de fiera. No se sufre, especialmente cuando uno es niño, sin que haya
consecuencias largas... Queda la señal, porque nuestro corazón está todavía
tierno y tiene aún el calor materno de los besos; más hambriento de besos que
de pan. Y, en vez de besos, ve dar golpes...».
«¡Pobre
niño!».
«Sí.
Pobre. ¡Muy pobre! No tenía ni siquiera ya la esperanza en Dios ni el respeto
por el hombre... Tenía miedo del hombre. Incluso al lado de Jesús y en los
brazos de Pedro tenía miedo... Decía: "¿Es posible? No, no durará así.
Ellos también se cansarán de ser buenos...". Y suspiraba por llegar donde
María. Una mamá es siempre una mamá, ¿no es verdad? Y así fue: cuando la vi,
cuando me vi entre sus brazos, dejé de temer. Comprendí que todo el pasado
había terminado y que del infierno había pasado al paraíso... El último dolor
fue que vi que me olvidaban aparte, solo... Siempre sospechaba algo malo. Y
lloré con ganas. ¡Ah! ¡Con qué amor me tomó entonces! No. No he vuelto a llorar
añorando a mi madre desde aquel momento, no he vuelto a temblar... María es la
dulzura y la paz de los infelices...».
«Y
de dulzura y paz tengo necesidad yo...» suspira la mujer.
«Dentro
de poco las tendrás. ¿Ves aquella zona verde de allá abajo? Allí la dulzura y
la paz, ocultas dentro de la casa del Getsemaní».
«¿Estará
también Elisa? ¿Y qué les voy a decir? ¿Qué me dirán?».
«No
sé si estará Elisa. Estaba enferma».
«¡¿No
se morirá?! ¿Quién me tomaría como hija, en ese caso?».
«No
temas. Él ha dicho: "Tendrás madre y casa". Y así será. Vamos a
seguir un poco más ligeros. No sé frenarme cuando estoy cercano a María».
Aceleran
y ya no oigo lo que dicen.
2El Zelote los
ve casi correr por el poblado camino y hace a Jesús esta observación: «Parecen
hermanos. Mira qué buenos amigos son».
«Margziam
sabe estar con todos. Es una virtud difícil y muy necesaria para su futura
misión. Pongo cuidado en aumentar en él esta oportuna disposición, porque le
servirá mucho».
«A
él le modelas a tu gusto, ¿verdad, Maestro?».
«Sí.
La edad me lo permite».
«Pero
también has podido modelar al anciano Juan Félix...».
«Sí.
Pero porque se ha dejado abatir y crear de nuevo, completamente, por mí».
«Es
verdad. He notado que los más grandes pecadores, cuando se convierten, nos
superan en la justicia a nosotros, hombres de relativa culpabilidad. ¡Por
qué?».
«Porque
su contrición es proporcional a su pecado. Inmensa. Por tanto, los tritura con
la muela del dolor y la humildad. "Mi pecado está siempre frente a
mí" dice el salmista*. Ello mantiene humilde al espíritu. Es un recuerdo
bueno, cuando está unido a esperanza y confianza en la Misericordia. Las
medias perfecciones, o incluso menos que medias, muchas veces se detienen
porque carecen del acicate del remordimiento de haber pecado gravemente y de
tener que
______________________
* dice el salmista, en Salmo
51, 5.
expiar, carecen
de este acicate que las haga continuar hacía la perfección verdadera. Se
estancan como aguas cerradas. Se sienten satisfechas de ser límpidas. Pero
hasta el agua más cristalina, si no se depura con el movimiento de las
partículas de polvo, de los detritos que el viento le aporta, termina siendo
lodosa y putrefacta».
3«¿Y las
imperfecciones que dejamos existir y persistir en nosotros son polvo y
detritos?».
«Sí,
Simón. Todavía tendéis demasiado a estancaros. Tenéis un movimiento casi
imperceptible hacia la perfección. ¿No sabéis que el tiempo es veloz? ¿No
sabéis que en el espacio que queda deberíais esforzaros por alcanzar vuestra
perfección? Si no poseéis la fuerza de la perfección, conquistada con decidida
voluntad en este tiempo que queda, ¿cómo podréis resistir a la tempestad que
Satanás y sus hijos desencadenarán contra el Maestro y su Doctrina? Llegará un
día en que, desconcertados, os preguntaréis: "¿Cómo es que fuimos arrollados,
nosotros que estuvimos tres años con Él?". La respuesta está en vosotros,
en vuestro modo de actuar. El que más se esfuerce en alcanzar la perfección en
este tiempo que queda será más capaz de ser fiel».
«Tres
años... Pero, entonces... ¡Oh! ¡Mi Señor!... ¿Entonces te vamos a perder la
primavera que viene?».
«Estos
árboles tienen ya frutos incipientes. Los comeré maduros. Pero no volveré a
probar, después de los frutos de este año, nuevas cosechas... No te abatas,
Simón. El abatimiento es estéril. Debes saber esto y poner los medios para
confirmarte en la justicia, para poder ser fiel en el momento terrible».
«Sí.
Lo haré. Con todas mis fuerzas. ¿Puedo decir esto a los demás? Para que se
preparen también ellos».
«Puedes
decirlo. Pero sólo quien tenga fuerte voluntad querrá».
«¿Y
los otros? ¿Perdidos?».
«No,
pero sí duramente probados por su propio acto. Serán como uno que se creía
fuerte y se encuentra en el suelo y vencido. Desconcertados. Humillados. ¡Humildes, por fin! Porque ‑ créelo,
Simón ‑, si no hay humildad, no se avanza. El orgullo es la piedra que Satanás
usa como pedestal. ¿Por qué tenerla en el corazón? ¿Es maestro agradable este
horrendo ser?».
«No,
Maestro».
«Y,
no obstante, tenéis en el corazón el punto de apoyo, la tarima para sus lecciones.
Estáis penetrados de orgullo. Tenéis orgullo en todo y por todos los motivos.
Incluso del hecho de ser "míos". ¡Cortos de inteligencia! ¿No os cura
el comparar lo que sois con Aquel que os ha elegido? No es porque os haya
llamado por lo que seréis santos. Será por el modo en que hayáis evolucionado
después de mi llamada. La santidad es edificio que cada uno eleva por sí mismo.
La Sabiduría
le puede indicar el método y el proyecto. Pero la obra material os toca a
vosotros».
«Es
verdad. ¿Pero entonces no nos vamos a perder? ¿Después de la prueba vamos a ser
más santos por ser más humildes?...».
«Sí».
El "sí" es breve y grave.
«¿Lo
dices así, Maestro?».
«Así
lo digo».
«Querrías
de nosotros santidad antes de la prueba...».
«Eso
querría. Y para todos».
«¡Para
todos? ¿No seremos iguales en la prueba?».
«No
seréis iguales ni antes ni durante ni después de ella... a pesar de que a todos
os haya ofrecido la misma palabra...».
«Y
el mismo amor, Maestro. Nuestra culpa hacia ti es grande...».
Jesús
suspira...
4El Zelote,
después de un silencio más bien largo, está ya para hablar cuando, casi
corriendo, vienen hacia ellos los apóstoles y discípulos que han encontrado a
Margziam en las primeras subidas del Getsemaní. Simón guarda silencio. Jesús
responde a los saludos de todos, para caminar luego al lado de Pedro en
dirección al olivar y a la casa.
Pedro
informa de que estaban alerta desde el alba; de que Elisa está todavía enferma
en casa de Juana; de que la noche anterior habían venido unos fariseos; de
que... de que... de que... un haz muy enmarañado de noticias, de las cuales, al
final, surge la pregunta: «¿Y Lázaro?», pregunta a la que Jesús responde
exhaustivamente. Pedro, muy curioso, no sabe contenerse y pregunta: «¿Y...
nada, Señor? Ninguna... noticia...».
«Sí.
A su tiempo las sabrás. ¿Dónde están Margziam y la mujer? ¿Ya en la casa?».
«¡No,
no! La mujer no se ha atrevido a seguir adelante. Está sentada en un cembo y te
espera. Margziam... Margziam... me ha desaparecido. Habrá ido corriendo a la
casa».
«Vamos
a acelerar el paso».
Pero,
a pesar de acelerar, no llegan a la casa antes de que María con su cuñada,
Salomé, Porfiria y las mujeres de Bartolomé y Felipe hayan salido ya,
venerantes. Jesús las saluda de lejos, pero se dirige hacia el lugar en que,
humilde, está Anastática; la toma de la mano y la conduce hacia su Madre y las
mujeres.
«Mira,
ésta es la flor de esta Pascua, Madre. Aunque sea sólo una este año, que te
signifique delicadeza, puesto que te la traigo Yo».
La
mujer se ha arrodillado. María se agacha y la levanta mientras dice: «Las hijas
están en el corazón de sus madres, no a sus pies. Ven, hija. Conozcamos
nuestras caras como ya se conocen nuestros espíritus. Aquí están las hermanas.
Vendrán otras. Que sea una dulce familia, toda ella santidad para la gloria de
Dios y amor entre sus miembros».
La
discípulas se dan recíprocamente el beso de amor, y reciproca y profundamente
se miran. Entran y suben a la terraza de la casa, circundada del glauco de
centenares de olivos. Los grupos se separan: Jesús con los hombres; las
mujeres, aparte, en torno a la nueva llegada. Regresa Susana, que había ido a
la ciudad con su marido. Viene Juana con los niños. Aparece Analía con su cara
de ángel. Jairo, mezclado con los discípulos que venían presurosos hacia Jesús,
regresa con su hija, la cual va al grupo de las mujeres y se pone junto a
María, que la acaricia.
Paz
y amor hay en esta reunión de personas. Luego el Sol declina, y Jesús, antes de
saludar a los que regresan a sus propias casas o a las casas en que se alojan,
reúne a todos en oración y los bendice. Luego los saluda. Se queda solamente
con los que prefieren estar estrechos en la casa del Getsemaní o pernoctar
debajo de los olivos antes que marcharse. Así pues, se quedan María, María de
Alfeo, Salomé, Anastática, Porfiria y otras mujeres; y Jesús, Pedro, Andrés,
Santiago y Judas de Alfeo, Santiago y Juan de Zebedeo, Simón Zelote, Mateo,
Margziam y otros hombres.
5Pronto consumen
la cena. Después, Jesús invita a su Madre y a María de Alfeo a ir con Él y con
los discípulos por el olivar silencioso. Quizás las otras tres mujeres irían
también de buena gana. Pero Jesús no las llama; es más, dice a Salomé y a
Porfiria: «Hablad santas palabras con la nueva hermana y luego acostaos. No nos
esperéis. La paz sea con vosotros». Y las tres se resignan a su destino.
Pedro
está un poco enfurruñado, y calla mientras todos hablan yendo en grupo,
precisamente hacia el futuro peñasco de la agonía. Se sientan en el ribazo.
Tienen frente a ellos a Jerusalén, la cual, tras. el ajetreo de la jornada, se
aquieta.
«Enciende
unas ramas, Pedro» ordena Jesús.
«¿Para
qué?».
«Quiero
leeros lo que escriben Juan y Síntica. Y has de saber, tú que estás enfadado,
que éste es el motivo por el que no he dejado venir a las tres mujeres».
«¡Pero
si mi mujer estaba aquella noche!...».
«Pero
excluir de las antiguas discípulas sólo a Salomé habría sido feo... Además esto
te dará la manera de desahogar tu lengua contando a tu prudente esposa lo que
ahora vas a oír».
Pedro,
alborozado por el elogio dado a Porfiria y por la concesión de poderla poner al
corriente del secreto, pierde de golpe su gesto de enfado, y se dedica a
encender una alegre hoguera de la que se elevan llamas derechas, quietas en el
ambiente calmo.
6Jesús saca de
su cinturón las dos cartas. Las abre. Lee en medio del circulo atento de once
rostros.
«"A
Jesús de Nazaret, honor y bendición. A María de Nazaret, bendición y paz. A los
hermanos santos, paz y salud. Al bien amado Margziam, paz y caricias.
Lágrimas
y sonrisas hay en mi corazón y en mi rostro mientras me siento a escribir esta
carta para todos vosotros. Recuerdos, nostalgias, esperanzas y paz del deber
cumplido hay en mí. Tengo ante mí todo el pasado que considero de valor, es
decir, el que empezó hace doce meses; y un salmo de agradecimiento a Dios,
demasiado compasivo con el culpable, brota de mi corazón. ¡Bendito seas, y
contigo la Santa
que te ha dado al mundo, y la otra madre que recuerdo como la compasión
encarnada; y contigo Pedro, Juan, Simón, Santiago y Judas y el otro Santiago, y
Andrés y Mateo, y, en fin, el amadísimo Margziam, a quien pongo en mi pecho
para bendecirle! ¡Benditos por todo lo que me habéis dado desde el momento en
que os conocí hasta el momento en que os dejé, ciertamente no por voluntad mía!
Os he sido arrebatado. ¡Que Dios los perdone! ¡Que Dios los perdone! Y que
aumente en mí la capacidad de perdonar por mi parte. Por ahora, con su ayuda,
junto con Él lo puedo hacer. Pero solo no puedo; no, todavía no podría, porque
demasiado quema la herida que me han hecho arrancándome de mi verdadera Vida,
de ti, Santísimo. Demasiado quema todavía, a pesar de que tus consuelos sean
una lluvia continua y balsámica que desciende sobre mí..."».
7Jesús pasa
muchas líneas sin leerlas. Y reanuda: «"Mi vida..."». Pero Pedro, que
para ayudar al Maestro a ver ha cogido una rama encendida y la mantiene alzada,
estando junto al Maestro y alargando el cuello para ver el escrito, dice: «¡No,
no, no es así! ¿Por qué no lees, Maestro? ¡Hay otras cosas entre medias! Soy
animal, pero no tanto como para no saber leer despacio. Yo leo: "Tus
promesas han superado mis esperanzas..."».
«¡Eres
terrible, ¿eh?! ¡Peor que un muchacho!» dice Jesús sonriendo.
«¡Hombre,
claro! ¡Ya me estoy haciendo viejo! Por eso tengo más malicia que un muchacho».
«Deberías
tener también más prudencia».
«Es
buena para los enemigos. Aquí estamos entre amigos. Aquí Juan dice una serie de
cosas bonitas de ti. Quiero saberlas. Para saber cómo tendría que hacer yo,
cuando me expidieras a otro lugar como una mercancía. ¡Venga, hombre, lee todo!
Madre, dile tú también que no es justo darnos las noticias triadas como si
fueran pececillos. ¡Saca! ¡Saca todo! Algas, barro, peces pequeños y peces
excelentes. ¡Todo! ¡Ayudadme vosotros! Parecéis un conjunto de estatuas. ¡Es
que me sacáis de quicio! ¡Y se ríen!».
Ante
la agitación de Pedro, que salta acá y allá como un potro encabritado,
sacudiendo su rama encendida sin preocuparse de las chispas que le llueven
encima, es difícil no reírse.
Jesús
tiene que ceder para calmarle y poder seguir leyendo.
«"Tus
promesas han superado mis esperanzas en ellas. Maestro santo, cuando, aquella
triste mañana de invierno, me prometiste que vendrías a consolar a tu discípulo
triste, no comprendí el verdadero valor de tu promesa. El dolor y la
relatividad del hombre oprimían las facultades del espíritu, de forma que éste
era tardo en entender el alcance de tu promesa.
¡Bendito
seas, espiritual visitador de mis noches, que no son por eso desolación ni
dolor, como pensaba, sino una espera de ti. ¡Oh, gozoso encuentro contigo! La
noche ‑ horror de los enfermos, de los desterrados, de los que están solos, de
los culpables ‑, para mí, que soy verdaderamente Félix* haciendo tu voluntad y
sirviéndote, se ha convertido en 'la espera de las vírgenes prudentes a que
llegue el esposo'. E incluso más tiene mi pobre alma: la beatitud de ser la
esposa que espera a su Amor, que viene a la estancia nupcial para darle todas
las veces la alegría del primer encuentro y el éxtasis fortalecedor de la
fusión.
¡Oh,
Señor y Maestro mío, mientras te bendigo por lo mucho que me das, te ruego que
recuerdes las otras dos promesas que me hiciste. La más importante, para este
hombre débil en demasía que soy yo, es no mantenerme en vida para la hora de tu
dolor. Conoces mi debilidad. No
permitas que aquel que por tu amor se ha despojado del odio haya de volver a
vestir, por el odio hacia los hombres tus verdugos, el uniforme híspido e
hiriente del odio. La segunda es para tu pobre discípulo, igualmente débil en
demasía e incompleto en la perfección: ven a mi lado, como dijiste, a la hora
de mi muerte. Ahora que sé que para ti no existen distancias, y que ni mares ni
montes ni ríos ni voluntad de hombre te impiden dar a quien te ama el consuelo
de tu sensible presencia, no dudo poder tenerte cuando expire. ¡Ven, Señor
Jesús! Y ven pronto a introducirme en la paz.
8Y ahora que he
hablado del espíritu, te daré noticias de mi trabajo.
Tengo
muchos discípulos, de todas las razas y países. Para no herir la sensibilidad
de unos u otros y dada la ausencia de pedagogos aquí, he dividido los días, de
forma que alterno un día a los paganos, uno a los fieles, con mucho provecho.
Doy lo que gano a los pobres, y así los atraigo hacia el Señor. He vuelto a
tomar mi viejo nombre, no por apego, sino por prudencia. En las horas en que
soy del mundo, soy 'Félix'. En las horas en que soy solo de Jesús, soy 'Juan':
la gracia de Dios. He explicado a Felipe que el verdadero nombre era Félix y
que me llamaban Juan sólo para distinguirme entre los hermanos. Y la cosa no ha
creado ningún estupor, dada la facilidad con que cambiamos de nombre o llamamos
por sobrenombres.
Espero
hacer aquí mucho trabajo, para preparar el camino a los hermanos santos. Si
tuviera más fuerzas, querría adentrarme en la campiña para dar a conocer tu
Nombre. Quizás pueda al principio del
verano o con
el frescor del
___________________________
* Felix: "Felice" se traduce por
"Félix" en español, y "felice" significa en español
"feliz" (NdT).
otoño. Basta
que pueda y lo haré. El aire puro de Antigonio, estos jardines tan serenos y
hermosos, las flores, los niños, las gallinitas, el afecto de los jardineros,
y, sobre todo, el grande, sabio, filial afecto de Síntica me hacen mucho bien.
Yo diría que he mejorado. No piensa lo mismo Síntica... Bueno, esta opinión
suya se manifiesta solamente por los solícitos y continuos cuidados que me
dispensa: mi comida, mi descanso, que no coja frío... Pero me siento mejor.
¿Esta sensación no viene, quizás, del deber heroicamente cumplido? Eso dice
Síntica. Querría saber si está acertada. Porque el deber es cosa moral,
mientras que la enfermedad es cosa carnal.
Y
querría saber también si Tú vienes realmente o sólo te me apareces a los
sentidos espirituales, aunque de forma tan perfecta que no me dejas distinguir
dónde termina la realidad material de tu Presencia.
Maestro
amado y bendito, tu Juan se arrodilla pidiéndote tu bendición. A la Madre, a María, a los
hermanos santos, paz y bendición. A Margziam un beso para que se acuerde de
enviar las santas palabras, pan para los que estamos en tierras lejanas
trabajando en la viña del Señor".
Ésta
es la carta de Juan... ¿Qué opináis?».
Se
cruzan diversas impresiones... Pero la más fuerte de todas es la que se refiere
a la presencia de Jesús. Le abruman a preguntas... sobre cómo puede ser, sobre
si puede ser, si Síntica ve, etc. etc.
9Jesús hace un
gesto de silencio y abre el rollo de Síntica. Lee:
«"Síntica
al Señor Jesús con todo el amor de que es capaz. A la Madre bendita, veneración y
alabanza. A los hermanos en el Señor, gratitud y bendición. A Margziam el
abrazo de su hermana distante.
Juan
te ha expuesto, Maestro, nuestra vida. Muy sintéticamente, te ha dicho lo que
hace y lo que yo, como mujer, hago. Tengo mi pequeña escuela llena de niñas.
Gano mucho espiritualmente, porque las gano para ti, ¡oh mi Señor!, hablando
del verdadero Dios a través incluso del trabajo. Esta región, donde tantas
razas se han mezclado, es una maraña enredada de religiones. Tan enredada,
que... ya no son sino religiones impracticables, deshiladuras de religiones que
ya no sirven para nada. En medio, rígida e intransigente, la fe de los
israelitas, que con su peso rompe los hilos ya deteriorados de las otras, sin
obtener nada.
Juan,
teniendo varones, debe actuar con prudencia. Yo, con las niñas, me muevo más
libremente. Ser mujer es siempre una inferioridad; tanto, que a las familias de
distintas religiones no les importa si las niñas se mezclan en una única
escuela. Basta con que aprendan el productivo arte del bordado. Y bendito sea
este concepto despreciativo que el mundo tiene de nosotras las mujeres, porque
así me permite extender cada vez más mi radio de acción. Los bordados se venden
maravillosamente, la fama se difunde, vienen damas de lejos. A todas les puedo
hablar de Dios... ¡Ah, los hilos, que, en el telar o en la tela, se transforman
en flores, animales, estrellas, también sirven, con sólo quererlo, para
encauzar a las almas hacia la
Verdad! Conociendo varias lenguas, puedo usar el griego con
los griegos, el latín con los romanos, el hebreo con los hebreos; es más, en
esta última lengua progreso cada vez más con la ayuda de Juan.
Otro
medio de penetración es el ungüento de María. He hecho mucho ungüento nuevo,
con las esencias que existen aquí, mezclando en él una porcioncita del
originario para santificarlo. Úlceras y dolores, heridas y dolor de pecho
desaparecen. Verdad es que yo, mientras unto y vendo, no ceso de repetir los
dos Nombres santos: Jesús‑María. Es más, haciendo una relación con el
significado griego de Cristo, he llamado a este bálsamo 'Ungüento Mirra'. ¿Es
así, no? ¿No posee, acaso, la esencia salutífera de la Mirra de Dios que te
engendró, Oleo precioso que nos haces reyes? Muchas veces me debo quedar
levantada para poder preparar más ungüento. Le rogaría a la Santa que preparase también
Ella más, y que me lo mandase para los Tabernáculos, para poderlo mezclar con
el otro, hecho por la ínfima sierva de Dios. De todas formas, si no fuera
correcto lo que hago, dímelo, Señor, y jamás lo volveré a hacer.
10El amado Juan
me ensalza mucho. ¿Qué debería decir yo de él, entonces? Sufre agudamente, pero
tiene una fortaleza maravillosa. Si no conociera su secreto, estaría asombrada.
Pero desde aquella noche en que, regresando de un enfermo, le descubrí extático
y transfigurado, y oí sus palabras y me arrodillé porque intuí que Tú estabas
presente ante tu siervo, ya no puedo asombrarme. Quizás algún hermano sí que se
asombrará si oye que no deploro el no haber visto yo misma. ¿Por qué debería
hacerlo? Todo está bien, todo lo que Tú das es suficiente. Cada uno recibe la
parte que merece y que le es necesaria. Bien está, pues, que Juan te tenga en
forma visible y yo sólo en el espíritu.
¿Soy
feliz? Como mujer, echo de menos el tiempo en que estaba contigo y María. Pero
como alma, soy felicísima, porque sólo ahora te sirvo, mi Señor. Pienso que el
tiempo es nada. Pienso que la obediencia es moneda para entrar en tu Reino.
Pienso que ayudarte es gracia que supera cuanto la pobre esclava podía soñar,
incluso en horas de delirio, y que Tú me has concedido ayudarte. Pienso que,
separada ahora, te tendré al final para toda la eternidad. Y canto la canción
de Juan cual calandria en primavera por los campos de oro de la Hélade. Mis niñas la
cantan porque dicen que es bonita. Yo las dejo cantar al compás del telar, tan
semejante al del remo de aquel día lejano, porque pienso que decir tu nombre,
Madre, es prepararse a la
Gracia.
Juan
me ruega que añada la noticia de que te ha enviado un magnífico ciudadano de
Antioquía. Se llama Nicolái. Es su primera conquista para tu rebaño. Tenemos
mucha confianza en que Nicolái no defraude el concepto que tenemos de él en
nuestro corazón.
Bendice
a tu sierva, Señor. Bendícela, Madre. Bendecidme todos, santos, y tú, niño
bendito que creces en sabiduría junto al Señor".
Esto
escribe Síntica. Y ha añadido una apostilla sin que Juan lo supiera. Dice:
"Juan sólo en el espíritu se manifiesta grande y se refuerza; en lo demás
declina, a pesar de todos los cuidados. Tiene muchos proyectos para el principio
del verano, pero creo que no podrá llevar a cabo lo que dice. Creo que el
invierno ahogará su exigua vida... Pero está en paz. Y se santifica con las
obras y el sufrimiento. ¡Manténle la fuerza con tu presencia, mi Señor! Te pido
que me sometas a mí a cualquier pena a cambio de este don para tu discípulo.
Enviando las presentes con Tolmái a Lázaro, te suplico que les digas a él y a
sus hermanas que recordamos su bondad hacia nosotros y que constante y
ardientemente oramos por ellos"».
Todos
se intercambian de nuevo impresiones.
11Andrés se
inclina para preguntar algo a María, pero se queda sorprendido al ver lágrimas
en su cara. «¿Lloras?» pregunta.
«¿Por
qué llora? ¿Cómo es eso, Madre!» dicen muchos de los presentes.
«Yo
sé por qué llora» dice Margziam.
«¿Por
qué llora?».
«Porque
Juan ha recordado la muerte del Señor».
«Ya,
claro. ¿Es verdad? ¿Y cómo lo sabe, si ya no estaba cuando la predijiste?».
«Porque
lo ha sabido de mi boca, para su consuelo».
«¡Mmm!
¿Consuelo!...».
«Sí,
consuelo. La promesa de que no esperará mucho a tener el Reino. Él lo merece
porque os ha superado en la voluntad y obediencia. Vamos a volver a casa. Vamos
a preparar las respuestas para dárselas a Tolmái; tú, Margziam, adjuntarás tus
libros».
«¡Ah!
¡comprendo! ¡comprendo! ¡Escribía para ellos!...».
«Sí.
Vamos. Mañana iremos al Templo...».
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