80. En el
monte del ayuno y en la peña de la tentación.
17 de enero de 1945.
1Una alborada
hermosísima en un lugar inhóspito. Un alba desde lo alto de un pronunciado
declive montano. Apenas un comienzo de día. En el cielo todavía quedan
estrellas y un arco sutil de luna menguante, coma de plata, que persiste en el
terciopelo todavía azul oscuro del cielo.
El
monte parece estar aislado, no unido a otras cadenas, pero es un verdadero
monte, no una colina. La cima está mucho más arriba, y, sin embargo, desde la
mitad de la ladera ya se domina un amplio radio de horizonte, signo de que se
ha subido mucho respecto al nivel del suelo. En el aire fresco de la mañana en
que se abre paso la luz incierta blanco‑verdosa del alba que cada vez se hace
más clara, comienzan a dibujarse los contornos y detalles que antes se
encontraban sumergidos en esa neblina que precede al día, siempre más cerrada
que una noche porque parece que la luz de los astros, en el paso de la noche al
día, disminuye y ‑ diría ‑ se anula. Así veo que el monte es rocoso y pelado,
hendido por quiebras que forman grutas, cavidades profundas y senos. Un lugar
verdaderamente inhóspito en el que ‑ sólo en los lugares donde se ha depositado
un poco de tierra que ha podido recoger el agua del cielo y conservarla ‑ hay
macollas (por lo general plantas duras, espinosas, escasas de ramas) y bajos y
duros matorrales de unas yerbas que parecen bastoncitos verdes y cuyo nombre
desconozco.
Abajo
hay una extensión más árida todavía, plana, pedregosa, cuya sequedad aumenta
cuanto más se acerca a un punto oscuro, mucho más largo que ancho, al menos
cinco veces más largo que ancho, que creo que puede ser un tupido oasis, nacido
entre tanta desolación, debido a aguas subterráneas. Pero, cuando la luz se
hace más viva, veo que no es sino agua, un agua parada, oscura, muerta, un lago
de una tristeza infinita; en esta luz, aún incierta, me hace recordar la visión
del mundo muerto. Parece como si aspirase toda la oscuridad del cielo, toda la
tristeza del suelo que le rodea, diluyendo en sus aguas paradas el verde oscuro
de las plantas espinosas y de las duras yerbas que durante kilómetros y
kilómetros, a lo largo y a lo alto, son la única decoración del suelo, y,
transformándose en un filtro de hondura lóbrega, la emanase y expandiese por
todo el alrededor. ¡Qué distinto del luminoso, risueño lago de Genesaret! Hacia
arriba, mirando al cielo absolutamente sereno que se hace cada vez más claro,
mirando a la luz que avanza desde Oriente, a borbotones cada vez más dilatados,
el espíritu se alegra. Pero mirando a aquel vastísimo lago muerto se encoge el
corazón. Ningún pájaro surca el espacio sobre sus aguas, ningún animal hay en
sus orillas. Nada.
2Mientras estoy mirando esta desolación, me saca de este estado la voz
de mi Jesús: «Hemos llegado a donde quería». Me vuelvo, le veo a mis espaldas,
entre Juan, Simón y Judas, en la pendiente rocosa del monte, en el punto a que
llega un sendero... sería mejor decir: en el punto en donde un largo trabajo de
aguas, en los meses de lluvia, ha arañado la caliza excavando a lo largo de
los siglos un canal apenas dibujado, para desagüe de las aguas de las cimas,
que ahora es camino para cabras monteses más que para hombres.
Jesús
mira a su alrededor y repite: «Sí, aquí os quería traer. Aquí el Cristo se
preparó para su misión».
«¡Pero
si aquí no hay nada!».
«No
hay nada, tú lo has dicho».
«¿Con
quién estabas?».
«Con
mi espíritu y con el Padre».
«¡Ah!
¡Estuviste aquí unas pocas horas!».
«No,
Judas, no unas pocas horas, sino muchos días...».
«Pero,
¿quién te servía? ¿Dónde dormiste?».
«Tenía
por siervos a los onagros, que por la noche venían a dormir a su guarida... a ésta, en donde yo también me había guarecido...
Tenía como siervas a las águilas, que me decían "es de día" con su
aspero grito, saliendo a buscar la presa. Tenía como amigos las liebrecillas
que venían a roer las yerbas silvestres casi a mis pies... Alimento y bebida
para mí eran lo que es alimento y bebida de la flor silvestre: el rocío
nocturno, la luz del Sol, no otra cosa».
«Pero,
¿por qué?».
«Para
prepararme bien, como tú dices, para mi
misión. Las cosas bien preparadas salen bien, tú lo has dicho. Y mi cosa no era la pequeña, inútil cosa
de hacer que brillara Yo, Siervo del Señor, sino de hacer comprender a los
hombres lo que es el Señor y, a través de esta comprensión, hacer que le amaran
en espíritu y verdad. ¡Mísero aquel siervo del Señor que piensa en su triunfo y no en el de Dios; que trata
de sacar partido, que sueña con ponerse en alto en un trono hecho... ¡oh!,
hecho con los intereses de Dios rebajados hasta el suelo (éstos, que son
celestes)! Ya no es siervo, éste, aunque externamente lo parezca; es un
mercader, un traficante, un falso que se engaña a sí mismo, que engaña a los
hombres y que querría engañar a Dios... un desalmado que se cree príncipe y es
esclavo...; es del Demonio, su rey de embuste. Aquí, en esta guarida, el
Cristo, durante muchos días, vivió de maceraciones y oración para prepararse a
su misión. 3¿A dónde
querrías que hubiera ido a prepararme, Judas?».
Judas
está perplejo, desorientado. Al final responde: «No se... Pensaba... con algún
rabí... con los esenios... no sé».
«¿Y
podía Yo encontrar un rabí que me dijera más que lo que me decía la Potencia y la Sabiduría de Dios? ¿Y
podía Yo ‑ Yo, Verbo Eterno del Padre, Yo, que era cuando el Padre creó al
hombre, y que sé de qué espíritu inmortal y animado, y de qué poder de juicio
libre y capaz ha dotado el Creador al hombre ‑ podía ir a procurarme ciencia y
capacidad a donde aquellos que niegan la inmortalidad del alma negando la resurrección
final y niegan la libertad de acción del hombre imputando virtudes y vicios,
acciones santas y malvadas, al destino, que consideran fatal e invencible? ¡No!
¡No!
Tenéis
un destino, sí, lo tenéis; en la mente de Dios, que os crea, hay un destino para
vosotros. Os lo desea el Padre y es destino de amor, de paz, de gloria:
"la santidad de ser sus hijos". Éste es el destino que, presente en
la mente divina desde el momento en que con el barro fue hecho Adán, estará
presente hasta la última creación de alma de hombre. Pero el Padre no os
violenta en cuanto se refiere a vuestra condición regia. El rey, si está
prisionero, ya no es rey: es un ser abyecto. Vosotros sois reyes porque sois
libres en vuestro pequeño reino individual, en el yo; en él podéis hacer lo que queráis, como queráis.
4Frente a
vuestro pequeño reino y en sus fronteras tenéis a un Rey amigo y dos potencias
enemigas. El Amigo os muestra las reglas dadas por Él para hacer felices a los
suyos. Os las muestra. Os dice: "Aquí están; con estas reglas es segura la
eterna victoria". Os las muestra ‑ Él, el Sabio y Santo ‑ para que podáis,
si queréis hacerlo, practicarlas y obtener gloria eterna. Las dos potencias
enemigas son Satanás y la carne. En la carne incluyo la vuestra y la del mundo,
o sea, las pompas y seducciones del mundo, o sea, la riqueza, las fiestas, los
honores, el poder que del mundo y en el mundo se tienen, y que no siempre se
tienen honradamente, y menos aún se saben usar honradamente si por un complejo
de causas el hombre llega a esas cosas.
Satanás,
maestro de la carne y del mundo, también habla a través de éste y de la carne;
también él tiene sus reglas... ¡Oh, que si las tiene!... Y ‑ dado que el yo está envuelto en carne y la carne
tiende a la carne como las limaduras de hierro tienden hacia el imán, y, dado
que el canto del Seductor es más dulce que el gorgorito del ruiseñor en celo
entre rayos de luna y perfume de rosales ‑ es más fácil ir hacia estas reglas, volverse hacia estas
potencias, decirles: "Os considero amigas, entrad". Entrad... ¿habéis
visto alguna vez a un aliado que permanezca siempre honesto, sin pedir el
ciento por uno a cambio de la ayuda prestada? Así hacen esas potencias.
Entran... Y se hacen las dueñas. ¿Dueñas? No: cómitres. Os atan, ¡oh hombres!,
a su banco de galera, os encadenan ahí, no os dejan alzar ya el cuello de su
yugo, y su látigo os llena de surcos de sangre, si tratáis de huir de ellas: o
dejarse herir hasta llegar a ser un amasijo de carne hecha pedazos (tan inútil,
como carne, que hasta su cruel pie la desprecia), o morir bajo ellas.
Si
sabéis proporcionaros ese martirio, proporcionaros
ese martirio, entonces pasa la
Misericordia, la única que todavía puede tener piedad de esa
repugnante miseria de la cual el mundo ‑ uno de sus dueños ‑ siente ahora asco
y contra la cual el otro dueño, Satanás, envía sus flechas de venganza. Y la Misericordia, la
Única que pasa, se agacha, la recoge, la atiende, la vuelve a sanar y le dice:
"Ven, no temas, no te mires porque tus llagas, a pesar de haber cicatrizado
ya, son tan innumerables que te causarían horror por lo mucho que te afean. Yo
no te las miro, miro tu voluntad; por esa voluntad buena estás marcada así. Por
eso Yo te digo: Te amo, ven conmigo"... Y la lleva a su Estado. Entonces
podéis entender que Misericordia y Rey amigo son una misma persona. Halláis de
nuevo las reglas que Él os había mostrado y que vosotros no habías querido
seguir. Ahora lo deseáis... y llegáis a la paz: de la conciencia, primero; a la
paz de Dios, después.
Decidme,
entonces, ¿este destino lo impuso Uno Solo para todos, o cada uno,
individualmente, lo deseó para sí?».
«Cada
uno lo deseó».
«Juzgas
bien, Simón. ¿Podía ir Yo a formarme con aquellos que niegan la beata
resurrección y el don de Dios? 5Aquí vine. Cogí mi alma de Hijo del
hombre y me la labré con los últimos retoques, terminando el trabajo de treinta
años de anonadamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio. Ahora
os pido que estéis conmigo unos días en esta guarida. En cualquier caso será
una estancia menos desolada, porque seremos cuatro amigos que luchan contra las
tristezas, los miedos, las tentaciones, las necesidades de la carne; Yo, sin
embargo, estaba solo. En cualquier caso, será menos penosa, porque ahora es
verano y aquí arriba el viento de las cimas templa el calor; Yo, sin embargo,
vine al terminar la luna de Tebet, y el viento que descendía de las nieves de
la cúspide era muy frío. En cualquier caso será menos angustiosa, porque será
más breve, y porque ahora disponemos de esa mínima cantidad de alimento que
puede proporcionar alivio a nuestra hambre, y en los pequeños odres de piel que
dije a los pastores que os dieran hay agua suficiente para estos días de
estancia. Yo... Yo necesito arrancar dos almas a Satanás. Sólo la penitencia lo
puede. Os pido ayuda. Supondrá una formación también para vosotros. Aprenderéis
cómo se arrebatan las presas a Satanás: no tanto con las palabras cuanto con el
sacrificio... ¡Las palabras!... El estrépito satánico impide oírlas... Toda
alma en manos del Enemigo se encuentra envuelta en torbellinos de voces
infernales... ¿Queréis quedaros conmigo? Si no queréis, idos. Yo me quedo. Nos
volveremos a ver en Tecua, junto al mercado».
«No,
Maestro, yo no te dejo» dice Juan, mientras Simón contemporáneamente exclama:
«Tú nos dignificas queriéndonos contigo en esta redención». Judas... no me
parece muy entusiasta, pero pone buena cara al... destino y dice: «Yo me
quedo».
«Tomad
entonces los odres y las sacas y llevadlas adentro y, antes de que el sol
queme, partid leña y acumuladla junto a la grieta. La noche aquí es rigurosa
incluso en verano, y no todos los animales son buenos. Vamos a encender en
seguida una rama... ¡Allí!, de aquella planta de acacia gomosa; quema bien. Y
vamos a mirar entre las fisuras para echar afuera áspides y escorpiones.
¡Venga, comenzad!»...
6...El mismo
lugar del monte; sólo que ahora es de noche, una noche toda estrellada, una
belleza de cielo nocturno como creo se pueda gozar sólo en aquellos países
Ya casi tropicales; estrellas de una amplitud y brillo maravillosos. Las
constelaciones mayores parecen racimos de brillantes, de claros topacios, de
pálidos zafiros, suaves ópalos, tenues rubíes; titilan, se encienden, se apagan
como miradas que el párpado cela un instante, vuelven a encenderse más
hermosas. De vez en cuando una estrella raya el cielo y desaparece hacia quién
sabe qué horizonte: raya de luz que parece un grito de júbilo estelar por poder
volar así a través de esos prados ilimitados.
Jesús
está sentado en la abertura de la cueva, hablando a los tres que están en
círculo con Él. Deben haber hecho fuego, pues en medio del círculo que forman
los cuatro un pequeño cúmulo de ascuas conserva resplandores de brasa y derrama
su reflejo rojo sobre los cuatro rostros.
«Sí,
nuestra permanencia aquí ha terminado. Ésta. La mía duró cuarenta días... Y os
digo más: era todavía invierno en estas pendientes... y no tenía comida. Un
poco más difícil que esta vez, ¿no es verdad? Sé que habéis sufrido también en
este tiempo. Lo poco que teníamos y que os daba no era nada, especialmente para
el hambre de los jóvenes; era suficiente sólo para impedir que languidecierais.
El agua, todavía más escasa. El calor es tórrido durante el día; diréis que no
hacía este calor en invierno; pero sí había un viento seco que bajaba quemando
los pulmones desde aquella cima, y subía desde aquella bajura cargado de polvo
desértico, y secaba más aún que este calor estivo que se puede aliviar
sorbiendo el jugo de estos frutos agraces ya casi maduros. En cambio, entonces,
el monte sólo proporcionaba viento y yerbas quemadas por el hielo en torno a
las esqueléticas acacias. No os he dado todo porque he reservado para el
regreso los últimos panes y el último queso con el último odre... Yo sé lo que
fue el regreso, estando exhausto, en la soledad del desierto... Recojamos
nuestras cosas y pongámonos en camino. La noche es aún más clara que la que nos
condujo aquí. No hay luna, pero el cielo llueve luz. Vamos. Recordad este
lugar, sabed recordar como se preparo Cristo y cómo se preparan los apóstoles,
cuál es el modo que enseño de prepararse los apóstoles».
7Se ponen en pie.
Simón hurga entre las brasas con una rama. Las reaviva y las extiende con el
pie. Echa encima algunas yerbas secas, y en la llama enciende una rama de
acacia que mantiene en alto a la entrada de la guarida mientras Judas y Juan
recogen mantos, sacas y unos pequeños odres de piel de los que sólo uno está
todavía lleno. Luego apaga la rama contra la roca, carga su saca y se pone el
manto, como todos, atándoselo a la cintura para que no moleste al andar.
Bajan,
sin más palabras, uno detrás de otro, por un sendero inclinadísimo espantando a
los pequeños animales que están comiendo las pocas yerbas que todavía resisten
el sol. El camino es largo e incómodo. Por fin llegan al llano. Tampoco es muy
cómodo aquí el camino, donde piedras y lascas se mueven, traidoras, bajo el
pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo, las oculta y no se
pueden evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos, arañan y dificultan
el paso enganchándose en los bajos de las túnicas; pero es un camino más
expedito.
Arriba
las estrellas están cada vez más hermosas.
Marchan,
marchan, marchan durante horas. La llanura es cada vez más estéril y triste.
Titileos de lascas brillan en ciertas arrugas del terreno, en concavidades que
hay entre las escabrosídades del suelo. Parecen lascas de brillantes sucios.
Juan se agacha a mirarlas.
«Es
la sal del subsuelo; está saturado de sal. Aflora con las aguas de primavera y
después se seca. Por eso la vida no resiste aquí. El mar Oriental, a través de
profundas venas, esparce su muerte en muchos estadios a la redonda. Sólo donde
manantiales dulces combaten su acción mordiente es posible encontrar plantas...
y también alivio» explica Jesús.
8Siguen caminando
hasta que Jesús se para junto a la roca cóncava en que le vi tentado por
Satanás. «Detengámonos aquí. Sentaos. Dentro de poco cantará el gallo.
Caminamos desde hace seis horas. Debéis tener hambre, sed y cansancio. Tomad.
Comed y bebed sentados aquí en torno a mí, mientras os digo todavía otra cosa
que vosotros transmitiréis a los amigos y al mundo». Jesús ha abierto su saca y
ha sacado de ella pan y queso, lo corta y lo distribuye, y de una pequeña
calabaza echa en una escudilla agua, y también la distribuye.
«¿Tú
no comes, Maestro?».
«No.
Yo os hablo. Oíd. Una vez hubo uno, un hombre, que me preguntó si había sido
tentado alguna vez; que me preguntó si no había pecado nunca; que me preguntó
si, en la tentación, no había cedido nunca; y que se maravilló porque Yo, el
Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre diciendo:
"Padre, no me dejes caer en la tentación"».
Jesús
habla despacio, con calma, como si estuviera narrando un hecho desconocido para
todos... Judas baja la cabeza como cohibido, pero los otros están tan centrados
en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido.
Jesús
continúa: «Ahora vosotros, mis amigos, podréis saber lo que sólo atisbó aquel
hombre. Después del bautismo ‑ estaba limpio, pero no se está nunca suficientemente
limpio respecto al Altísimo, y la humildad de decir "soy hombre y
pecador" es ya bautismo que hace limpio al corazón ‑ vine aquí. Me había
llamado "el Cordero de Dios" aquel que ‑ santo y profeta ‑ veía la Verdad y veía bajar al
Espíritu sobre el Verbo y ungirle con su crisma de amor, mientras la voz del
Padre llenaba los cielos de su sonido diciendo: "He aquí a mi Hijo muy
amado en quien me he complacido". Tú, Juan, estabas presente cuando el
Bautista repitió las palabras... Después del bautismo, a pesar de estar limpio
por naturaleza y limpio por figura, quise "prepararme". Sí, Judas;
mírame, que mi ojo te diga lo que aún calla la boca. Mírame, Judas. Mira a tu
Maestro, que no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, antes bien,
sabiendo que era el Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al
mal. Eso es. Así».
Ahora
Judas ha levantado la cara y mira a Jesús, que está frente a él. La luz de las
estrellas hace brillar los ojos de Jesús como si fueran dos estrellas fijas en
un pálido rostro.
9«Para
prepararse a ser maestro, hay que haber sido escolar. Yo, como Dios, sabía
todo, con mi inteligencia, incluso, Yo podía comprender las luchas del hombre,
por poder intelectivo e intelectualmente. Pero un día algún pobre amigo mío,
algún pobre hijo mío, habría podido decir y decirme: 'Tú no sabes qué es ser
hombre y tener sentido y pasiones". Habría sido un reproche justo. Vine
aquí, o mejor, allí, a aquel monte, para prepararme... no sólo a la misión...
sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde vosotros estáis, Yo fui
tentado. ¿Por quién? ¿Por un mortal? No. Demasiado débil habría sido su poder.
Fui tentado por Satanás directamente.
Estaba
agotado. Hacía cuarenta días que no comía... Pero, mientras había estado
sumergido en la oración, todo se había anulado en la alegría que significa el
hablar con Dios; más que anulado, se había hecho soportable. Lo sentía como una
molestia de la materia, circunscrito a la sola materia... Luego volví al
mundo... a los caminos del mundo... y sentí las necesidades de quien está en el
mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el frío punzante de la noche desértica,
sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho y por el largo
camino recorrido en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar...
Porque
Yo también tengo una carne, amigos, una verdadera
carne, sujeta a las mismas debilidades que tiene toda carne, y con la carne
tengo un corazón. Sí. Del hombre he tomado la primera y la segunda de las tres
partes que le constituyen. He tomado la materia con sus exigencias y lo moral
con sus pasiones. Y, si por voluntad propia he doblegado en el momento de su
nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado que crecieran poderosas como
cedros seculares las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las
amistades, del trabajo, de todo lo que es óptimo y santo. Aquí sentí nostalgia
de mi Madre lejana, aquí sentí necesidad de que Ella prodigara sus cuidados a mi fragilidad humana, aquí sentí
renovarse el dolor de haberme separado de la Única que me amaba perfectamente,
aquí presentí el dolor que me está reservado y el dolor de su dolor; pobre
Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá esparcir por su Hijo y
por obra de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del asceta que en
una hora de premonición se hace conocedor de la inutilidad de su esfuerzo...
Lloré... La tristeza... reclamo mágico para Satanás. No es pecado estar tristes
si la hora es penosa, es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en inercia
o desesperación. Y Satanás en seguida acude cuando ve a uno caído en languidez
de espíritu.
Vino.
Bajo apariencia de benigno viandante. Toma siempre formas benignas... Yo tenía
hambre... y tenía mis treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. En primer
lugar me dijo: "Di a estas piedras que se conviertan en pan". Pero
antes... sí... antes me había hablado de la mujer.. ¡Oh, él sabe hablar de
ella, la conoce a fondo! La corrompió primero, para hacerla su aliada de
corrupción. No soy sólo el Hijo de Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A
aquel hombre que me hablaba, preguntándome si conocía tentación, y casi me
acusaba de ser injustamente beato por no haber pecado, le dije: "El acto
se aplaca en la satisfacción. La tentación rechazada no cae, sino que se hace
más fuerte, y a ello concurre Satanás azuzándola". Rechacé la tentación
tanto del hambre de la mujer como del hambre del pan. Y debéis saber que
Satanás me presentaba la primera ‑ y no estaba equivocado, humanamente hablando
‑ como la mejor aliada para afirmarse en el mundo.
La Tentación ‑ no vencida
por mi respuesta: "no sólo de sentido vive el hombre" ‑ me habló
entonces de mi misión. Quería seducir al Mesías después de haber tentado al
Joven, y me incitó a aniquilar a los indignos ministros del Templo con un
milagro... No se rebaja el milagro, llama del cielo, a hacer de él un círculo
de mimbre con que coronarse... No se tienta a Dios pidiendo milagros para fines
humanos. Esto quería Satanás. El motivo presentado era el pretexto, la verdad
era: "Gloríate de ser el Mesías"; para llevarme a la otra
concupiscencia, la del orgullo.
No
vencido por mi "no tentarás al Señor tu Dios", me insidió con la
tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el oro! Gran cosa el pan y mayor
aún la mujer, para quien anhela el alimento o el placer; grandísima cosa es
para el hombre la aclamación de las multitudes... Por estas tres cosas,
¡cuántos delitos se cometen! ¡Ah!, pero el oro... el oro... llave que abre,
círculo que suelda, es el alfa y el omega de noventa y nueve de cada cien de
las acciones humanas. Por el pan y la mujer, el hombre se hace ladrón; por el
poder, homicida incluso; pero por el oro se hace idólatra. Satanás, el rey del
oro, me ofreció su oro a condición de que le adorase... Le traspasé con las
palabras eternas: "Adorarás sólo al Señor tu Dios".
Aquí,
aquí sucedió esto».
10Jesús se ha
puesto en pie. En el marco de la naturaleza llana que le circunda y de la luz
ligeramente fosforescente que llueve de las estrellas, parece más alto que de
costumbre. También los discípulos se levantan. Jesús sigue hablando, mirando
fija e intensamente a Judas.
«Entonces
vinieron los ángeles del Señor.. El Hombre había vencido la triple batalla. El
hombre sabía qué quería decir ser hombre, y había vencido; estaba exhausto, la
lucha había sido más agotadora que el largo ayuno... Mas el espíritu descollaba
en gran medida... Yo creo que ante este completarme como criatura dotada de
cognición se estremecieron los Cielos. Yo creo que desde ese momento vino a mí
el poder de milagros. Había sido Dios. Yo me había hecho el Hombre. Ahora,
venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí que Yo
era el Hombre‑Dios, lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo
conozco. Haced también vosotros como Yo si queréis hacer lo que Yo hago, y
hacedlo en memoria mía.
Aquel
hombre se maravillaba de que hubiera solicitado la ayuda del Padre, y de que le
hubiera rogado que no me dejara caer en tentación, es decir, que no me dejara a
merced de la Tentación
más allá de mis fuerzas. Creo que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se
asombrará. Actuad también vosotros así, en memoria mía y para vencer como Yo, y
no dudéis nunca viéndome fuerte en todas las tentaciones de la vida, victorioso
en las batallas de los cinco sentidos, del sentido y del sentimiento, sobre mi
naturaleza de verdadero Hombre (la que tengo además de mi naturaleza de Dios).
Recordad todo esto.
11Os había
prometido llevaros a donde hubierais podido conocer al Maestro... desde el alba
de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el mediodía de su
vida, aquél del cual me alejé para ir hacia mi humana tarde... Le dije a uno de
vosotros: "Yo también dije me he preparado"; ahora veis que era
verdad.
Os
doy las gracias por haberme hecho compañía en este retorno al lugar natal y al
lugar penitencial. Los primeros contactos con el mundo me habían nauseado y
desilusionado; es demasiado feo. Ahora mi alma está nutrida de la médula del
león: de la fusión con el Padre en la oración y en la soledad. Puedo volver al
mundo para coger de nuevo mi cruz, mi primera cruz de Redentor, la del contacto
con el mundo, con el mundo en el que demasiado pocas son las almas cuyo nombre
es María, cuyo nombre es Juan...
Ahora
escuchad; tú especialmente, Juan. Volvemos adonde mi Madre y los amigos. Os
ruego que no le habléis a mi Madre de la dureza que han opuesto al amor de su
Hijo; sufriría demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho... por esta crueldad del
hombre... mas no le presentemos ya desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo,
cuando le sea dado!; tan amargo que, como un tóxico, le bajará serpenteando a
las entrañas santas y a las venas y se las morderá y le helará el corazón.
¡Oh!, ¡no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un perro!
¡Tened piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano y bueno, eres un espíritu de
reflexión y sé que no hablarás. Tú, Judas, eres judío, y no hablarás por
orgullo regional. Mas, tú, Juan, tú, galileo y joven, no caigas en el pecado de
orgullo, de crítica, de crueldad. Calla. Más tarde... más tarde a los demás les
dirás cuanto ahora te ruego que calles. También a los demás. Hay ya mucho que
decir de las cosas del Cristo. ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el
Cristo? Amigos, ¿me prometéis todo esto?».
«¡Oh!
¡Maestro! ¡Claro que te lo prometemos, estáte seguro!».
«Gracias.
Vamos hasta aquel pequeño oasis acariciado por el camino que lleva al río. Allí
hay un manantial, una cisterna llena de frescas aguas, sombra y verdura.
Podremos encontrar alimento y descanso hasta el anochecer. A la luz de las
estrellas nos llegaremos hasta el río, hasta el vado, y esperaremos a José o
nos uniremos a él en el caso de que ya haya vuelto. Vamos».
Y
se ponen en camino, mientras el primer arrebol en el límite del Oriente dice
que un nuevo día nace.
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